Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 16 de enero de 2016

Duelo

Nicolas y Antoine... ésto es terrible y mágico a la vez.

Lestat de Lioncourt 



Estaba de pie, frente al piano, con el violín entre sus brazos. Parecía soñar con tiempos convulsos, tan revueltos, que se sentía zozobrar. Sus ojos brillaban en plena oscuridad. Tan sólo la luz de la chimenea, por la lumbre encendida, iluminaba tenuemente aquella sala. Era un lugar sobrio, pero elegante. Los frescos del techo parecían espiarlo desde cualquier punto, el dibujo de la gran alfombra turca parecía emerger de entre los hilos y crear un auténtico jardín, y los diversos muebles, distribuidos por la habitación parecían rogarle que tomase asiento. Sin embargo, él estaba allí, cerca de una de las grandes y espléndidas cristaleras que daban al jardín interior, contemplando la lluvia torrencial que invadía Nueva York desde hacía días.

La luz se había ido. El generador podía encenderse en cualquier momento, pero prefería la oscuridad. Siempre había disfrutado de esos momentos a solas, de esa serenidad que le ofrecía aquel mundo al cual pertenecería por siempre. El resto no estaba en el edificio. Todos habían decidido salir a buscar alguna víctima, pasear entre las grandes manzanas o visitar algún café abarrotado de estúpidos modernos sin valores reales.

Algo le había pedido que se quedase allí componiendo, pero el apagón le hizo detenerse y meditar. Intentaba refugiarse en el dolor, pues quería rememorar los terribles días de su vida para poder compadecerse de aquellos que aún sufrían. Aquello fue, sin duda alguna, una señal. El fuego de la chimenea le recordó a las ascuas infernales que caminaron por su cuerpo en diversas ocasiones, las mismas que creyó perder el juicio.

Entonces, en medio de aquella solmemne soledad y diálogo consigo mismo, unos pasos sonaron cerca de la puerta. Eran pasos de botas. Las pudo escuchar con claridad. Cuando se giró para ver el rostro del visitante descubrió con asombro que los rasgos eran familiares, pero a la vez no creía haberlo visto jamás.

El muchacho que estaba en la puerta tenía aproximadamente unos vente o veinticinco años. No era humano, pero tampoco era vampiro. Quizás en otro tiempo estuvo vivo, aunque en esos instantes era un fantasma. ¡Pero qué fantasma tan espléndido! Llevaba un violín similar al suyo, aunque algo más antiguo. No era una de las mejores firmas de violines, pero sin duda alguna era viejo y parecía estar en buen estado. Sus ojos eran castaños, aunque poseía una ligera chispa color miel, y su piel, blanca como la leche, resaltaba con aquellos cabellos rizados y oscuros. Llevaba ropa que bien pudo pertenecer a un burgués del siglo XVII. Rápidamente su corazón se detuvo unos segundos y su rostro, joven para siempre, se tornó en una mueca de asombro y preocupación.

—Sabía que algún día te vería—dijo Antoine.

—Lamento la espera—contestó inclinando suavemente su cabeza—. Pero la locura, la demencia, el placer pecaminoso de reírse del diablo y danzar con él, de forma seductora y entregada, a veces se hace esperar—dicho aquello se echó a reír y comenzó a tocar, girando sobre sí mismo, bailando como lo haría un hechizado y, el joven vampiro, le siguió.

Estuvieron bailando, desafiándose mutuamente, durante más de dos horas. Antoine cayó agotado en el suelo, mirando el fresco del techo. Los ángeles regordetes, aquellos de cabellos dorados y ojos tan maduros como los de un anciano, le contemplaban sin pudor. Sentía la furia de Dios en cada nube de algodón, y en la representación misma de los apóstoles. Aquella estampa, tan de otra época, le reconfortaba. Recordaba los lugares que nunca había visitado, pero que Armand se empeñaba que imaginara. El mundo de Armand se había anclado en su corazón, atrapándolo con fuerza, mientras que el suyo estaba desvaneciéndose salvo por el violín y el piano. Seguía siendo un músico lleno de estigmas y, el que había venido a visitarle, le había recordado quién era.


El fantasma no se detuvo. La música se elevaba mareándolo, confundiéndolo, abriéndole el alma en dos e inyectando su locura en cada vena. Sus dedos parecían moverse frenéticos, con un temblor propio de un adicto a una sustancia terrible y mortal, mientras sus labios murmuraban poemas que nunca se habían escritos. Estaba sufriendo, pero a la vez se deleitaba. Nicolas de Lenfent le estaba llenando el alma con su historia, sus recuerdos... su dolor.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt