Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 27 de enero de 2016

Pecado de la carne, amores puros

Julien y Richard discutían continuamente... ¡Eran peores que Louis y yo!

Lestat de Lioncourt


—¿Alguna vez has visto joya más hermosa que ésta?—pregunté tomándolo por los hombros, deslizando mis dedos sutilmente por la desnudez de sus brazos hasta su codo, pegando mi espalda a su torso y dejando sus labios sobre su fino y suave cuello.

—No veo joya alguna—explicó con los ojos llorosos. Estaba a punto de llorar.

Tal y como habíamos subido le arranqué la ropa murmurando indecencias. Él se dejó hacer, como siempre, aunque su corazón se agitaba fuertemente. Él sentía que perdíamos el tiempo. Lasher se echó a reír y yo decidí poner el victrola en funcionamiento. La música lo inundaba todo, alejando al monstruo en una danza elegante y casi ancestral, pero él tenía una nueva grieta en su delicada alma.

—¿No? Acércate mejor al espejo—dije colocando mi mentón en su hombro derecho.

Dimos ambos dos pasos al frente, acercándonos al espejo ovalado de cuerpo entero que tenía en mi habitación. Amaba ese espejo. Siempre recogía la belleza sutil de su desnudez mientras lo torturaba entre deliciosos azotes, mordiscos intensos y terribles palabras plagadas de excitación.

—Sigo sin verla—murmuró con la voz tomada.

—¿Y ahora?—pregunté.

—No—negó.

—Yo sí la veo—susurré soltando sus brazos, para colocar mis manos sobre su torso desnudo. Mis dedos presionaron sus pezones cafés y dejé que la yema de éstos, suave y sin callosidades, se deslizaran hasta su vientre sutilmente marcado—. Tengo la joya más impresionante entre mis sucias y hábiles manos.

—No sé a qué te refieres—dijo pegando su espalda a mi torso. Sé que lo hizo por inercia, no porque me hubiese perdonado.

—A ti, Richard—mis labios rozaron sus mejillas bien rasuradas, ligeramente empolvadas y bien perfumadas, mientras mi boca iba a su lóbulo derecho y dejaba mi aliento un ligero rastro que le sobrecogía. Noté como el vello de su nuca se erizó, como sus pezones se endurecieron y como su boca se abrió suave deseando emitir un gemido que logró guardarse.

—Yo sólo soy un ingenuo que se cree todas tus mentiras, pero ésta no—intentó deshacerse de mí, pero no lo consiguió. Rápidamente lo pegué a mí agarrándolo por la cintura, subiendo mi mano izquierda a su hombro derecho y mi derecha a su cadera izquierda. Mis dedos se pegaban marcándose, hundiéndose con firmeza, mientras él fruncía el ceño mostrando cierta angustia—. Estoy cansado de ser tu juguete y que me rompas en mil pedazos cada noche, para luego despertar al alba y escabullirme por la puerta trasera de ésta mansión—una lágrima logró salir al fin. Una lágrima que me dolió como un profundo navajazo—. Me siento un ladrón, un miserable, un idiota y un hipócrita. ¿Hasta cuándo?—preguntó.

—La sociedad aún no está preparada para los placeres del pecado, para un amor más allá de la piel y de las formas—dije deslizando mi mano derecha hasta su sexo, el cual estaba aún dormido.

Cerró los ojos dejándose hacer, ¿qué otro remedio tenía? La carne era débil, mucho más que el alma. Yo sabía que le atormentaba llevar en secreto esa vida. Obligaba a que fuese mi consuelo, la pureza y desenfreno de mis noches más amargas. Era como el licor más fuerte, el cual se vuelve suave cuando las penas son demasiadas.

—Di que un hombre como tú, de tu posición, no puede permitirse verse con alguien como yo—dijo.

—Tonterías—respondí apretando sutilmente sus testículos con mis dedos.

—Julien, estoy harto—dicho aquello intentó irse otra vez, pero yo era más fuerte que él. Aunque era más viejo, mucho más viejo, él no era capaz de empujarme y hacerme daño.

—Vete entonces—dije apartándolo, casi empujándolo contra el suelo—. Toma la puerta, baja las escaleras, sal a la calle y no regreses. Camina con decencia por esas aceras que tanto te gusta recorrer y púdrete en algún antro junto a una copa de Bourbon.

—¿Me estás despreciando?

Rompió a llorar. Sus lágrimas eran terribles. Tenía la voz quebrada y parecía un chiquillo que había perdido la ilusión por la vida. Un niño huérfano de sensaciones, sueños y milagros. Eso era. Un niño desnudo esperando que le recibieran entre unos brazos cálidos.

—Te aliento a que vayas a ser la golfa de otro y compruebes que para él sólo serás eso... su golfa—me sentí despreciable cuando dije aquello. Realmente estaba siendo de nuevo cruel con lo que más quería—. Para mí no.

—¿Y qué soy?—dijo tembloroso.

—El amor que no he podido encontrar en camas ajenas, la libertad que yace entre mis manos. Richard... si supieras...

Era mi redención. ¿Cómo explicarle que había un monstruo que se alimentaba de mi energía? ¿Cómo decirle que ese monstruo bailaba siempre con el Victrola? ¿Cómo explicarle que quería decirle que yo no era un hombre decente, pero con las indecentes caricias que le ofrecía me sentía un santo en medio del paraíso? ¿Cómo? Era incapaz. No sabía cómo alejarme de él, como retirarlo de mi presencia, porque lo necesitaba. A ratos quería que viese lo peor de mí, que se llevase la peor de las impresiones, pero luego recordaba que sin él no había luz en la oscuridad y que las noches volverían a ser frías. Yo no era el golfo que bebía hasta desplomarse, ni el cretino que sonreía a las putas y mujeres casadas del mismo modo. Yo no lo era. Yo era el hombre que siempre ansió el cariño y reconocimiento de un igual. Amaba demasiado a Richard porque me cumplía todos mis caprichos, porque permitía que mis juegos lo convirtieran en juguete desgastado y, aún así, brillara con una belleza cuasi mágica.

—¿Por qué te casaste si no te agradan las mujeres? ¿Por qué levantas sus faldas, palpas su sexo y te mete entre sus piernas con la misma fascinación que me doblegas contra tu escritorio?—lanzó esas cuestiones demasiado rápidas. Yo no podía responderlas. Si lo hacía, aunque fuese sólo una, condenaría su vida y tendría que aceptar que era una marioneta de un ser grotesco.

—No lo entenderías. Es una historia demasiado larga—contesté.

Intenté acercarme, tomarlo entre mis brazos y calmarlo. Pero él me esquivó y se aferró al borde de la mesa, mirándome como un gato salvaje.

—Entonces, ¿eso es todo? ¿Eso es lo único que puedes decirme?—preguntó.

—Creo que sí—no estaba seguro, pero en esos momentos era imposible contar toda la historia.

—Me siento miserable amándote, pues siento que sólo me amas a medias—soltó en un sollozo.

—Te confundes—dije abalanzándome sobre él, para tomarlo entre mis brazos—. Te amo por completo—afirmé—. Mi corazón es absolutamente tuyo. Pero hay cosas que no puedo evitar, momentos que no puedo salvar y los negocios son los negocios. Hay algo que me impulsa a hacer todo lo que hago...

—Un demonio, ¿no? —dijo sarcásticamente.

—Algo así.

—El único demonio eres tú—contestó intentando librarse de mí—. ¡Estoy harto de ti! ¡De tu hipocresía!—gritó mientras forcejaba conmigo, pero no logró zafarse de mis manos agarrando sus muñecas y el impulso de mi cuerpo contra el suyo—. ¡No! ¡No!—gritó mientras lo giraba sobre sí mismo y lo pegaba contra la mesa de mi escritorio.

No lo dudé. Saqué mi cinturón, hice dos dobleces con él y lo azoté con fuerza. El cuero golpeaba firmemente aquellas redondeadas nalgas, las cuales rebotaban en cada azote. Mi zurda agarraban con fuerza sus muñecas mientras se retorcía llorando, pero ese llanto se convirtió en gemidos hondos y necesitados.

Lo que empezó como una discusión acabó como sexo rápido, duro y desesperado. La lujuria ardía en mí como una llama que lo consumía todo. Mi miembro surgió de entre la cremallera del pantalón y se hundió en su trasero. Él gritaba mi nombre y me alentaba a ser más terrible. No paré de azotarlo con el cinturón, como tampoco dejé de penetrarlo rápido y duro. Finalmente, él se vino entre alguno de mis documentos, y yo lo arrodillé para manchar su rostro con mi semen.

—Recuerda que por terrible que sea éste demonio, Richard, tú eres su paraíso y debes permitir que sus puertas se abran.


Discusiones como aquellas eran incesantes. Incluso ocurrían en el negocio que le ayudé a abrir. No había remedio. Sin embargo, tras cada discusión el sexo se volvía más y más violento, placentero y satisfactorio.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt