Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 5 de febrero de 2016

Ángel sin alas

Santino se confiesa, o más bien se confesó. Texto antiguo encontrado en un cajón olvidado.

Lestat de Lioncourt


No sabía qué era más provocador si el sonido de sus lloros o el aroma de éstos. Podía sentir su cuerpo retorcerse entre mis crueles manos, como si fuese una lombriz abriéndose paso en la húmeda tierra, y también como su alma se quebraba a cada segundo. Contemplaba en él la caída de los sueños, como ángeles a los cuales se les arrebata las alas una a una, mientras Dios, en su divino trono y opulencia, aplaude con sus rechonchas manos clamando que la fiesta y el festín prosiga. Aquellos cabellos de fuego, los cuales cobraban vida propia cuando agitaba su delicada figura, tenían el aroma del salitre del mar que habíamos cruzado.

Estábamos en Roma. La alta columna de humo negro se alzaba hacia las profundidades del cielo, más allá de las incontables estrellas, y los diversos matorrales de aquella desértica playa. Los cadáveres se consumían retorciéndose aún, como si tuvieran vida en esas carnes negruzcas y nauseabundas, y los gritos parecían propagarse aún por el aire tronando en los oídos de los presentes.

Yo había atrapado a su maravillosa creación, el corazón de aquel condenado a muerte, y parecía no rendirse. Era obstinado y poseía la belleza de las malditas pinturas que aquel iluso llegó a crear maravillando a todos. Su rostro estaba manchado por numerosas lágrimas sanguinolentas, congestionado por el dolor y mancillado por el hollín del infierno que yo había desatado. Me enroscaba en él como la serpiente que tan bien me representaba y gozaba de su tormento.

Finalmente dejó de luchar, cayendo rendido en mis brazos. Sus enormes ojos castaños me miraron perdidos en los míos, algo más oscuros, mientras se decía así mismo que yo era un monstruo y que no me contemplara como a un santo, un salvador o Dios mismo. Sonreí en mis fueros internos y gocé con esos labios carnosos que titubeaban, intentando comprender lo que había ocurrido, mientras su alma se fascinaba más por mi rostro joven pero maduro. Mi barba de algunos días, mi aspecto de desarrapado y mi túnica oscura, tan oscura como mis pretensiones y mi propia alma, me daban una distinción extraña. Él no podía calificarme. Éramos iguales, pero radicalmente distintos.

Creo que en ese mismo instante decidí que debía enjaularlo, como se hace con las fieras sin domesticar y las aves de hermoso canto. Lo tiré a una celda estrecha, un jaulón terrible, que le arrebató lentamente el juicio a los pocos días por la falta de alimento. El olor de sus lágrimas era más intenso y eso me complacía.

Revivía el momento en el cual fue arrojado a las llamas y lo tomé entre mis brazos. Esa lucha encarnizada entre la vida y la muerte, la soberbia y el desánimo. Aún lo hago. Disfruto de su dolor y su miseria. Sobre todo cuando sé que ese sólo fue el inicio de su calvario. Y ahora, justo en estos momentos, lo veo perfectamente peinado con ropas de joven rebelde en un sillón de terciopelo y jugando conmigo al ajedrez como si fuese todo un caballero.


Debería disculparme y llorar por mis viles actos, pero todavía me excito al pensar como chillaba entre mis brazos, como robaba ser absuelto de su pecado y correr libremente hasta los brazos de su bondadoso maestro. El mismo maestro que por cobardía no fue a buscarlo ni en ese momento ni nunca. Sin duda alguna valgo más por lo que callo que por lo que digo, porque si hablara tendría que confesar todos mis pecados y el primero de ellos es el amor que le profeso.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt