Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 18 de febrero de 2016

Caza

Este texto debí subirlo hace algunos días... ¡Lo siento! Me quedé sin ordenador y el archivo quedó ahí, relegado a la oscuridad de un mundo digital y salvaje... ¡Es de Armand!

Lestat de Lioncourt 


Debería sentirme conmocionado, o quizás aplastado, debido a lo cruel de la situación. Sin embargo, estoy acostumbrado a ser tomado entre los brazos codiciosos, casi desesperados, de cualquiera esperando que sea el juguete perfecto de un cruel juego de palabras y caricias que logren dominar mis sentidos. Estúpidos. Son tan estúpidos y patéticos que hasta siento pena por ellos. Observo el mundo desde lo alto, como un ángel oscuro, y juzgo a todos con el silencio más ruin. No soy avecilla perdida, ni el fruto dulce y tierno, que tanto desean. Mi jugo es amargo, casi venenoso, y provoca que terminen cayendo prácticamente muertos antes de tocar el pavimento. Por eso, ¿debería sentirme conmovido ante sus últimas palabras? ¿Tal vez debería sentir que mi alma pesa más ahora que sé que una nueva víctima, de mis deseos más bajos y mis instintos más primarios, cae como la última hoja caduca a los pies del ya desnudo árbol? ¿Debería? No.

Él se acercó a mí, como cualquier otro, esperando quizás que yo fuese tan estúpido como sus habituales presas. Me sonrió algo pérfido, desenfadado y con un aire hedonista. Sus ojos eran hermosos azabaches, pero brillaban como perlas. La fragancia, ligeramente dulzona, era agradable y, pese a todo, varonil. Llevaba uno de esos jerséis de cuello de cisne, los cuales alargan más el cuello y marcan las formidables mandíbulas masculinas. Poseía un rostro anguloso, bien definido, de pómulos marcados y labios carnosos. El único fallo era el tabique, algo torcido, de su nariz. Se creía un Adonis y tenía derecho a creerlo.

¿Qué vio en mí? No lo sé. ¿Tal vez algo fácil y rápido? Un tentempié para no sentirse degradado por coquetear con un jovencito de rostro aniñado, casi de niño de coro de iglesia, que sonreía dulcemente en aquel apartado rincón de un bar demasiado bullicioso, estrafalario y pecaminoso para una tierna criatura como yo. Quizá como todos vio un ángel sin alas sentado a la espera que Dios mismo, junto a toda su corte, bajase para recuperarlo de las manos del pecado y de la siseante serpiente.

Muchos vampiros se entretienen leyendo la mente de sus víctimas. Aprecian ese hecho. Juegan con sus pensamientos e incluso se hacen pasar por clarividentes. Por mi parte ese papel, esos juegos descarados, son aburridos. Me gusta dejar que ellos se desnuden ante mí, que se arranquen incluso a piel a tiras, antes de permitir que yo les destruya con una cándida sonrisa.

No tardó más de una hora en jurarme amor eterno, así como bajarme la luna y las estrellas, mientras besaba mi cuello y me rodeaba por la cintura. Él, un hombre que jamás había sentido deseos inapropiados hacia un hombre, estaba cayendo a mis pies mientras jugueteaba con un refresco que ni siquiera olfateé.

Por ello, ¿debería llorar por su patética vida? Ofrecí mis brazos en un apartado callejón, dejé que sus labios rozaran mi fría piel e hice arder la lujuria que guardaba bajo llave. Yo le di lo que otro nunca le había dado. Cumplí una de sus perversas fantasías, la cual me había susurrado bajo la comedida luz del tugurio, por lo tanto él me debía el calor de sus venas y el sabor metálico de su sangre.


Soy Armand el vampiro, no un ángel venido a salvarte y cumplir tus sueños. No soy bondad. Jamás comprendí cual es la definición correcta de ese término, y no pretendo aprenderla ahora tras más de cinco siglos. Soy un depredador con aspecto de cordero, un lobo hambriento con una encantadora sonrisa, y eso seré siempre. Caminaré sobre la frágil línea del bien y del mal, aunque el pecado de la muerte está sellado en mi alma y lo promulgo con encanto. Soy la peste negra de estos dulces días luminosos, rápidos, malgastados y torpes. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt