Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 19 de febrero de 2016

La misión

Otro de esos textos que me gustan escribir lejos de Crónicas, con personajes propios y una historia que no tiene principio ni fin. Lo he basado en un sueño que he tenido con la persona que me inspira en muchas ocasiones (ya sea con su conversación, con la música que comparte conmigo o simplemente ofreciéndome cierto consuelo en malos momentos) 



La misión


Habíamos llegado al valle. La nieve nos rodeaba con un manto denso y limpio. Tan limpio como las sábanas blancas recién lavadas. Era sin duda el blanco más puro que podía existir. En aquella pátina blanca no había ni una mota de barro o hierba que destacara. El camino estaba más o menos marcado. Había abetos a los lados, posiblemente dispuestos de ese modo para evitar que el sendero se llenase de hierba alta u otro árbol, o arbusto, que pudiese entorpecer el camino. A lo lejos se veían montañas, ligeramente sombreadas por unas nubes oscuras y tupidas, así como el poblado que nacía justo en el valle.

Las casas, con sus tejados cubiertos de nieve, parecían despertar después de una terrible y angustiosa noche de ventisca. Los copos se amontonaban aún más, como si hubiese decidido no darse por vencido aquel maldito clima.

Habíamos decidido viajar a lomos de dos hermosos ejemplares. Aquellos elegantes caballos negros poseían unas bellas monturas; eran tan hermosas que incluso poseían bordados y apliques en plata. Aunque, por desgracia o fortuna, quedaban cubiertas por las gruesas capas que nos arreciaban de aquel duro ambiente. Los cuellos altos, bien subidos, rozaban nuestras mejillas heladas y heridas. Si bien, no era lo único que nos ofrecía cierto consuelo, pues las capas tenían gruesas capuchas que ocultaban parcialmente nuestras cabezas. Sólo nuestros ojos, y algo de nuestras mejillas, eran visibles a los demás viajeros con los cuales nos cruzábamos.

Íbamos uno al lado del otro sin hablar demasiado. Sólo viajábamos en solemne compañía. Sabíamos que todavía no llegaríamos al fondo del asunto, y que teníamos días duros y arduos en aquellas tierras. La bolsa del dinero la llevábamos bien pegada a nuestra piel, bajo las numerosas capas de ropa, del mismo modo que el cinto y nuestras espadas y escopetas de cañón corto.

Olíamos a animal, pues habíamos convivido con ellos durante más de una semana refugiados en cuevas, en un hostal moribundo y en dos cuadras mal acondicionadas. No había tiempo para la higiene. La carta debía llegar a manos del maese Mateo, el cual aguardaba orando en la iglesia que tanto amaba y visitaba.

La humedad hacía casi imposible que nos moviésemos con facilidad, pero me reconfortó el olor de la leña en las chimeneas de las numerosas casas, apretadas unas contra otras, así como el del pan recién hecho. Mis huesos dolían, como dolía la herida de navaja de una refriega, el día anterior, con dos bandoleros que terminaron peor parados. Tenía fiebre y náuseas, pero sólo de imaginar una rebanada de pan recién hecho, junto a un cuenco de leche con miel, mi ánimo remontaba.

—Aguanta, en unas horas podrás descansar en una cama. ¡Y tal vez de colchón de lana!—dijiste echándote a reír, como si aquello fuese el paraíso. Y, para ser sincero, sonaba como tal.

—Me conformo con un lugar cerca de un buen fuego y un cuenco de caldo recién servido—confesé aferrándome a las riendas.


Evitaba decirte la verdad. El dolor era agudo. La fiebre era cada vez más alta. El frío no ayudaba. Sin embargo, aquella misión la cumpliríamos. No dejaríamos en evidencia a nuestra orden, ni nuestras palabras juradas una a una. Había vendido mi orgullo y mi honor en esa misión. Era compleja, podría hacer derrumbar los cimientos de la corona y de ciertos obispos que cometían atroces tropelías. Necesitaba que tú creyeras en mí para que yo pudiese confiar en que todo iba a salir como habíamos acordado.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt