Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 1 de febrero de 2016

Del odio al deseo

Daniel y Armand... creo que el odio a veces pierde ante el deseo.

Lestat de Lioncourt


“Sentado frente a aquella vieja máquina de escribir recordé sin mucho ánimo su sonido, cada tecla pulsándose a una velocidad atroz y la pequeña campanilla que auguraba el final del renglón. Frase tras frase se acumulaba en aquellos virginales folios, los cuales quedaban mancillados con ideas estrambóticas, sueños terribles y ansias de inmortalidad. Vino a mí la imagen de su espalda ligeramente encorvada, su flequillo revuelto y pecado al sudor de su frente, las gafas de pasta y esa sonrisa amarga con sabor a whisky.

Por un instante deseé que esa imagen fuese real, pero recordé que tan sólo eran meras ilusiones mías. Me dejé llevar por los recuerdos, la melancolía y el incierto futuro que me aguarda. Creé un ser perfecto, casi a mi imagen y semejanza, pero se convirtió en un ser que no supo sobrellevar la carga de su nueva, y ansiada, condición.

Creo que por eso he dejado que mis dedos usen al fin ésta antigualla, la cual es mucho menos atractiva que mi ordenador, para dejarme llevar...

Armand, Le Russe.”


Tomé entre mis manos aquella nota. Aún estaba introducida en la olivetti. Me llamó la atención nada más entrar en aquella vieja habitación, en ese sucio departamento al cual solía visitar de vez en cuando por pura nostalgia. Él había estado allí hacía unas horas, pues la nota estaba fechada en el membrete superior y era la misma fecha que rezaba en el calendario.

Decidí salir de aquel cuarto, azotando la puerta hasta desencajarla, para luego arrojarme a la escalera cerrando, con cierta desgana, mi viejo departamento. Bajé a zancadas las escaleras y eché a caminar por las frías aceras. No podía dejar de pensar que él podía volver, entrar a desordenar mis cosas y dejar llorosas cartas que ya no me interesaban. Pero, algo en mí rogaba que me sosegara y meditara mis acciones. Tenía que asumir que él no tenía la culpa. Me había convertido aunque no lo deseaba, dándome la oportunidad que tanto rogaba y que saliera mal, como salió durante décadas, fue por precipitarlo todo porque no deseaba perderme.

Entonces, al girar una de las numerosas manzanas, me lo encontré parado frente a una librería. Sus pequeñas y finas manos, tan jóvenes como su apariencia, estaban pegadas a la vitrina. Miraba con cierta curiosidad los libros que allí se exponían. Todavía se vendía bastante bien aquella historia, la de Louis, así como la suya propia. Me preguntaba porqué decidió dar su visión de los asuntos más relevantes de mi vida, así como de la vida de otros, pero suponía que también era parte de su historia, su mito y leyenda.

Me acerqué sin anunciarme. Él sabía que era yo. Podía escuchar mi corazón latir fuerte y constante. Mi aliento surgió como si fuera la llamarada de un dragón, condensando algo de aire caliente, y él simplemente suspiró.

—¿A qué juegas?—pregunté—. ¿Al pobre diablo que nadie quiere? ¿Al huérfano de amor? ¿Al niño inocente que canta el coro de una iglesia llena de diablos? ¿A qué?—dije tomándolo de su brazo derecho, para girarlo bruscamente—. Habla, miserable.

—Nostalgia—dijo encogiéndose de hombros—. Simple nostalgia de lo que pudo ser y no fue—aseguró mirándome con aquellos terribles ojos castaños.

Deseé golpearlo, destruirlo allí mismo como si fuese un terrón de nieve, pero no podía. Algo en mí me impedía levantar siquiera la mano en su contra. Toda la ira se desvanecía cuando me miraba, hablaba con esa parsimonia y esperaba dios sabe qué.

—Ya enterramos esa faceta hace algunos meses—respondí.

Él se soltó de mí, me miró con cierta efervescencia en su mirada, y me echó los brazos al cuello. En ese momento, frente a todos, sentí un lujurioso deseo de arrebatarle la ropa y marcarlo como mío. Algo se movía en mis entrañas agitándose como llamas del infierno. Mis manos acariciaron sus mejillas, para luego hundirse hasta sus entradas y enredarse en su espeso cobrizo cabello.

—¿Qué quieres de mí? Vas a arrojarme de nuevo a la locura...—chisté.

—Si te arrojas a ella me encontrarás a mí, acogiéndote entre mis piernas y gimiendo como una fulana—respondió haciéndose hueco entre mis brazos.

Me aferré a su pelo con fuerza, tirando de su cabello, para luego besar sus labios. Corté mi lengua, él hizo lo mismo, y la sangre fluyó de boca a boca sin desperdiciarse ni una gota. Sentí un fuerte latigazo en mi columna vertebral, mi cerebro entró en un caos absoluto y su cuerpo quedó pegado contra el escaparate. Noté como mis piernas se abrían paso entre las suyas y como sus manos tiraban de mi chaqueta.


Allí, refugiados ante un millar de ojos, sentí el éxtasis de su sangre centenaria y él la mía, joven y mezclada con su propio poder. Quise destruirlo con mis propias manos, como si fuese un falso ídolo, y a la vez encumbrarlo hacia el cielo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt