Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 2 de febrero de 2016

No muerdas la mano que te da de comer

Imagen encontrada en google y editada por mí para la ocasión. 
Nuevamente viene a mí, en mitad de la madrugada, la inspiración. He decidido acompañar el escrito con una canción que siempre me ha acompañado... me parece erótica y explícita... toda una carta de intenciones.



El azotó el látigo contra el suelo, provocando que la madera crujiera bajo la presión. El siseo rompió el aire con gran impacto e hizo que el muchacho abriera sus adormilados ojos. Tenía el cuerpo marcado por caricias frívolas, pero tortuosas. Cada marca era una medalla, o al menos así debía lucirlas, por su gran actuación. Su alma tembló cuando un nuevo latigazo sonó cerca de su cuerpo, rozando una de sus larguiruchas piernas. Era nieve cubierta de surcos rojizos, como si hermosas flores carmesí brotaran buscando la libertad de llorar sus miserias.

Deseó gritar, pero el miedo le paralizaba. Sintió la garganta seca, adolorida por los anteriores gritos y gemidos, mientras comprobaba que aquel hombre perfectamente vestido, con uno de esos trajes elegantes a medida, se aproximaba. Tragó saliva y apretó los dientes cuando estiró su mano izquierda, para levantar su rostro apretando con sus dedos, gruesos aunque suaves, su mentón. Aquel monstruo era hermoso y él se había convertido en su juguete favorito.

El dedo pulgar de aquel perverso amante acarició la comisura de sus labios, los deslizó por estos y lo introdujo en su boca abriendo la mandíbula. Palmó sus dientes, algo pequeños y blancos, y lo coló hasta su lengua para acariciarla sutilmente. Él lo miró con curiosidad y miedo, y la respuesta de su dueño fue escupir en su rostro, delgado y marcado por la sospecha del inicio de un nuevo juego aún más perverso, y arrojarlo de un sólo golpe al suelo.

El sonido de la cremallera hizo que intentase incorporarse para huir a un rincón, como si eso pudiese liberarlo de aquel agujero oscuro, con hedor a sudor y sangre, cuya única luz era una bombilla que tintineaba y se movía como el camarote de un barco. Estaba asustado, como un animal herido y perdido lejos de su hábitat.

Una honda carcajada surgió de los finos, aunque atractivos, labios de su torturador. El miembro surgió de entre su ropa interior y pantalones. Apareció con su glande grueso y rosáceo, con su cuerpo hinchado y marcado por sus numerosas venas. Recordó el sabor de su semen, espeso y cálido, recorriendo su garganta. Igual que pudo rememorar el momento en el que otros hombres, que lo acompañó la noche anterior, eyacularon sobre él y en su temblorosa boca.

Se acercó a él con rapidez, sin darle tiempo a nada, para acabar de rodillas con el cabello entre los dedos de la mano izquierda de esa mala bestia. El látigo se alzó y comenzó a sentirlo por sus glúteos, hombros, espalda, torso y piernas. Después notó el mango acariciando los pómulos, deslizándose con cuidado como si fuese una sutil caricia, para luego introducirlo entre sus labios. Hizo que lo succionara como si fuese su propio miembro, que deslizara su lengua y se imaginase aquella piel húmeda, caliente y sabor salado.

Comprendió entonces que era adicto y quería ser su mascota, su juguete, su puta y, por supuesto, el elegido para sus sueños de dominio y castigo. Lo hizo mientras apartaba el mango del látigo e introducía su miembro. El muchacho de inmediato se aferró a los pantalones, pero el látigo golpeó sus dedos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sintió que se asfixiaba y que sus labios rozaban prácticamente su vientre. El sonido de los testículos golpeando su mandíbula era placentero y sintió como su miembro se erguía.

En mitad de aquel éxtasis, casi religioso, sintió la explosión de aquella esencia masculina que tanto le satisfacía. Bebió sediento tragando hasta la última gota, lamió el glande y apartó los restos de aquella tortuosa arma de placer. Su amo no esperó a que él acabase, ni siquiera lo tocó, sino que lo tiró al suelo y se apartó.


Las suelas de los mocasines oscuros, pulcros y cuidados, sonaron por las quejumbrosas maderas, la luz se apagó y el se tocó pensando a un nuevo juego. Un juego que alimentara más sus más bajos instintos. Se había convertido en un adicto de aquel sexo bárbaro y ni siquiera conocía el nombre del hombre que podía calificar como su amo, su Alfa y Omega.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt