Lestat de Lioncourt
Durante siglos el amor ha
sido juzgado y definido en numerosas ocasiones, al igual que el bien y el mal,
la belleza, el arte e incluso las normas de etiqueta más insignificantes. Hemos
ido evolucionando hacia una sociedad visiblemente más diversa que ha mezclado
sus orígenes y abierto sus mentes. El mundo moderno está siendo cincelado poco
a poco alejándose de la caverna para salir fuera, observando el mundo que hay
aún por explorar y esperando encontrarse un Edén que termina fracasando debido
a normas impuestas desde la ignorancia, la falta de comunicación, el nulo
compromiso y las carencias más básicas del respeto. Estamos globalizando actos
crueles para normalizar una apatía terrible y un apetito atroz hacia la
necesidad de tecnología.
Es cierto que las
relaciones interpersonales están siendo más abiertas en numerosos países
occidentales, pero esa no es la norma en todos y cada uno de los lugares del
planeta. La tecnología tiene que ver con la apertura al mundo y la
socialización, así como el repunte de numerosas enfermedades sociales causadas
por fobias debido a los prejuicios, críticas ofensivas o terribles momentos
vividos en Internet. Todos y cada uno de nosotros podemos acabar siendo
juzgados. Incluso nosotros los inmortales somos señalados de un modo u otro.
El amor sigue siendo
indefinible pese a las numerosas simbologías vigentes. Es un sentimiento de
afecto y pego, de necesidad de compenetrarse con otras personas, objetos o
seres. Pero nos empeñamos en ponerles numerosas etiquetas. Parece increíble que
en pleno siglo XXI todos tengamos la obsesión de etiquetar y catalogar el amor
como si fueran productos. A veces siento que estamos usando una de esas
máquinas llamadas “Dymo” que colocan precios, nombres o códigos de barra. Nos
esforzamos por parecer diferentes porque es como si sólo así fuésemos
especiales, pero estamos equivocados.
Cuando echo la vista
atrás hacia los libros que se han escrito sobre nosotros, desde el más sencillo
que fue la biografía de Louis hasta el más complejo que, en mi opinión, fue el
libro que redactó David Talbot con las memorias de Lestat junto a Memnoch, veo
una cantidad ingente de personas que suspiran, catalogan y juzgan las
relaciones que se encuentran en nuestras líneas. Generalmente aceptan nuestra
forma de amar la belleza de las almas sin juzgar, o apreciar, el sexo que
poseen sus cuerpos. Pero no han aprendido nada sobre el comportamiento del
deseo y la satisfacción. Se rigen por normas estrictas que han aprendido
gracias a la televisión, la aún enclenque sociedad moderna y numerosas novelas
gráficas asiáticas. Catalogan la posición en la relación con una escasa
flexibilidad asombrosa, así como se niegan a ver más allá de lo evidente. Sólo
aprecian ciertos rasgos creyendo que son los oportunos y necesarios, alejándose
por completo de la realidad que les resulta abrumadora.
En un mundo donde las
reglas parecen cada vez más estrictas, que cada vez las leyes asfixian aún más
y los gobiernos no saben aportar nada nuevo, estamos comprobando que incluso
quitamos la libertad a otros para amar de forma pura, sincera y sin barreras.
Muchos se escudan que es por ignorancia, pero es imposible que puedan hacer
oídos sordos a la verdad que recae sobre ustedes. El amor no se puede medir,
tampoco se puede clasificar y ponerle adjetivos, o calificativos, es
incorrecto. Comprendo que muchos deseen darle un nombre a un tipo de pareja
romántica, sexual o simplemente cargada de un atractivo diferente. Sin embargo
el nombre correcto es simplemente “enamorados”. Deberíamos enamorarnos de la
vida, del arte, de otros, de nosotros mismos y del sentimiento en sí.
Tendríamos que abrazarnos unos a otros y dejarnos ir. Estamos sólo de paso,
incluso nosotros los inmortales podemos ser pasto del tiempo y del olvido, así
que es innecesario maniatarnos con hilos propios de marionetas e intentar ser
titiriteros.
Poco a poco se nos ha
olvidado que no somos Dios ni lo seremos. Sólo somos humildes siervos de esta
tierra que pisamos, del aire contaminado que respiramos y de nuestros
instintos. Somos esclavos del ambiente que nos rodea y de los sentimientos que
generamos. Estamos atados a ello y ponerle etiquetas a todo sólo hará que nos
sintamos productos listos para ser adquiridos, consumidos y olvidados. No somos
programas de ordenador pues somos mucho más complejos porque ni siquiera se ha
logrado desenmascarar la complejidad de nuestro organismo. Deseamos alcanzar
nuevos planetas pero no hemos aprendido nada de los misterios que nos embriagan
hasta emborracharnos, haciéndonos caer en un bucle infinito de felicidad y
desasosiego.
Amar es complejo y
extraordinario. No se puede calificar, ni nombrar con unas siglas, ni mucho
menos enarbolar con una bandera porque no sabemos cuáles son nuestros límites a
la hora de ocupar una cama y de besar a quienes amamos. Hoy podemos estar
besando a una mujer, pero es posible que en un futuro caigamos hechizados por
unas manos masculinas. Quizá mañana decidimos ocupar una posición más pasiva
entre las sábanas, arrugándolas entre nuestros dedos y clamando que nos destruyan
aplastándonos con su peso; como también es posible que esta noche intentemos
dominar con algo más que palabras y gestos ese pequeño cuadrilátero donde la
lucha comienza con un simple beso.
Poner barreras es impedir
que la realidad que nos rodea sea palpable. No podemos ser tan necios y
cobardes.
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