Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 28 de febrero de 2016

El amor: producto de supermercado.

Daniel ha querido aportar sus pensamientos sobre un tema peliagudo: la sociedad y su forma de crear etiquetas para todo.

Lestat de Lioncourt

Durante siglos el amor ha sido juzgado y definido en numerosas ocasiones, al igual que el bien y el mal, la belleza, el arte e incluso las normas de etiqueta más insignificantes. Hemos ido evolucionando hacia una sociedad visiblemente más diversa que ha mezclado sus orígenes y abierto sus mentes. El mundo moderno está siendo cincelado poco a poco alejándose de la caverna para salir fuera, observando el mundo que hay aún por explorar y esperando encontrarse un Edén que termina fracasando debido a normas impuestas desde la ignorancia, la falta de comunicación, el nulo compromiso y las carencias más básicas del respeto. Estamos globalizando actos crueles para normalizar una apatía terrible y un apetito atroz hacia la necesidad de tecnología.

Es cierto que las relaciones interpersonales están siendo más abiertas en numerosos países occidentales, pero esa no es la norma en todos y cada uno de los lugares del planeta. La tecnología tiene que ver con la apertura al mundo y la socialización, así como el repunte de numerosas enfermedades sociales causadas por fobias debido a los prejuicios, críticas ofensivas o terribles momentos vividos en Internet. Todos y cada uno de nosotros podemos acabar siendo juzgados. Incluso nosotros los inmortales somos señalados de un modo u otro.

El amor sigue siendo indefinible pese a las numerosas simbologías vigentes. Es un sentimiento de afecto y pego, de necesidad de compenetrarse con otras personas, objetos o seres. Pero nos empeñamos en ponerles numerosas etiquetas. Parece increíble que en pleno siglo XXI todos tengamos la obsesión de etiquetar y catalogar el amor como si fueran productos. A veces siento que estamos usando una de esas máquinas llamadas “Dymo” que colocan precios, nombres o códigos de barra. Nos esforzamos por parecer diferentes porque es como si sólo así fuésemos especiales, pero estamos equivocados.

Cuando echo la vista atrás hacia los libros que se han escrito sobre nosotros, desde el más sencillo que fue la biografía de Louis hasta el más complejo que, en mi opinión, fue el libro que redactó David Talbot con las memorias de Lestat junto a Memnoch, veo una cantidad ingente de personas que suspiran, catalogan y juzgan las relaciones que se encuentran en nuestras líneas. Generalmente aceptan nuestra forma de amar la belleza de las almas sin juzgar, o apreciar, el sexo que poseen sus cuerpos. Pero no han aprendido nada sobre el comportamiento del deseo y la satisfacción. Se rigen por normas estrictas que han aprendido gracias a la televisión, la aún enclenque sociedad moderna y numerosas novelas gráficas asiáticas. Catalogan la posición en la relación con una escasa flexibilidad asombrosa, así como se niegan a ver más allá de lo evidente. Sólo aprecian ciertos rasgos creyendo que son los oportunos y necesarios, alejándose por completo de la realidad que les resulta abrumadora.

En un mundo donde las reglas parecen cada vez más estrictas, que cada vez las leyes asfixian aún más y los gobiernos no saben aportar nada nuevo, estamos comprobando que incluso quitamos la libertad a otros para amar de forma pura, sincera y sin barreras. Muchos se escudan que es por ignorancia, pero es imposible que puedan hacer oídos sordos a la verdad que recae sobre ustedes. El amor no se puede medir, tampoco se puede clasificar y ponerle adjetivos, o calificativos, es incorrecto. Comprendo que muchos deseen darle un nombre a un tipo de pareja romántica, sexual o simplemente cargada de un atractivo diferente. Sin embargo el nombre correcto es simplemente “enamorados”. Deberíamos enamorarnos de la vida, del arte, de otros, de nosotros mismos y del sentimiento en sí. Tendríamos que abrazarnos unos a otros y dejarnos ir. Estamos sólo de paso, incluso nosotros los inmortales podemos ser pasto del tiempo y del olvido, así que es innecesario maniatarnos con hilos propios de marionetas e intentar ser titiriteros.

Poco a poco se nos ha olvidado que no somos Dios ni lo seremos. Sólo somos humildes siervos de esta tierra que pisamos, del aire contaminado que respiramos y de nuestros instintos. Somos esclavos del ambiente que nos rodea y de los sentimientos que generamos. Estamos atados a ello y ponerle etiquetas a todo sólo hará que nos sintamos productos listos para ser adquiridos, consumidos y olvidados. No somos programas de ordenador pues somos mucho más complejos porque ni siquiera se ha logrado desenmascarar la complejidad de nuestro organismo. Deseamos alcanzar nuevos planetas pero no hemos aprendido nada de los misterios que nos embriagan hasta emborracharnos, haciéndonos caer en un bucle infinito de felicidad y desasosiego.

Amar es complejo y extraordinario. No se puede calificar, ni nombrar con unas siglas, ni mucho menos enarbolar con una bandera porque no sabemos cuáles son nuestros límites a la hora de ocupar una cama y de besar a quienes amamos. Hoy podemos estar besando a una mujer, pero es posible que en un futuro caigamos hechizados por unas manos masculinas. Quizá mañana decidimos ocupar una posición más pasiva entre las sábanas, arrugándolas entre nuestros dedos y clamando que nos destruyan aplastándonos con su peso; como también es posible que esta noche intentemos dominar con algo más que palabras y gestos ese pequeño cuadrilátero donde la lucha comienza con un simple beso.


Poner barreras es impedir que la realidad que nos rodea sea palpable. No podemos ser tan necios y cobardes. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt