Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 29 de febrero de 2016

Tras los pasos del demonio

Daniel y David again... ¡Si es que no tienen nada mejor que hacer que tentar a la suerte!

Lestat de Lioncourt 


Habían pasado varios años desde que Memnoch se había aparecido ante Lestat arrancándole la soberbia y sus vacías creencias, arrojándolo a la desesperación y el horror, marcándolo para siempre de algún modo y provocando que muchos que eran incrédulos se desesperaran por aferrarse a una fe impropia de un ser que siempre fue maldito, desterrado y olvidado ante los ojos de Dios. Las décadas caían como centurias debido a los acontecimientos que habían derrumbado los cimentos de nuestro mundo. Nos convertimos de nuevo en seres desesperados por conseguir información y aceptar la nueva realidad tal cual se vivía en las calles, las cuales se habían convertido en improvisados infiernos y crematorios.

Me sentía seguro junto a David Talbot pero la seguridad es muy frágil, sobre todo después de lo ocurrido. Marius aún temblaba recordando las horribles quemas alzándose por doquier y el peligro que yo, como vampiro joven, corría. Además había sido amenazado y era consciente que en cualquier momento podía acabar carbonizado. Sin embargo ya había visto la muerte de cerca, tan cerca como estaba del escenario de Lestat el día que Akasha despertó. Puedo escuchar aún el rugido de la guitarra mientras el irreverente Príncipe de los Vampiros aullaba desesperado sus canciones. Es imposible olvidarlo. Ese concierto marcó un antes y un después en mi vida, al igual que lo hizo Louis, Armand y Marius.

He caminado por los senderos de la locura como para dejarme hundir con facilidad. Me gusta surgir como una llama en mitad de la noche y sobrevivir pese al dolor de las heridas, ya sean físicas o mentales, porque no he nacido en las tinieblas para convertirme en un mero observador. Ahora quiero ser algo más que un periodista. Deseo indagar más allá de lo prohibido y lo lícito. Por eso esa noche caminaba a su lado.

Íbamos en busca de libros prohibidos por la Santa Inquisición y que fueron salvados gracias a la Orden de La Talamasca en su pequeña sede en Toledo, España. Aquellas calles empinadas y empedradas no tenían nada que ver con las neoyorkinas ni con ninguna otra que yo hubiese pisado jamás. Había ruido de tráfico incluso siendo más de las doce de la noche y se podía encontrar algún bar abierto.

—¿Alguna vez habías venido a España?—pregunté a David—. Yo estuve en Madrid pero es muy distinto.

—No estamos en la zona más poblada de la ciudad, sino en su periferia. Deberíamos trasladarnos a una pequeña casa rural donde nos esperan. Tengo las llaves del vehículo de alquiler que dejaron para nosotros en el hotel—explicaba mientras caminaba a mi lado con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el maravilloso paisaje urbano.

Ningún edificio se parecía a otro e incluso había construcciones bastante antiguas. Gozaba de ese momento como nunca antes. El aroma a las flores invernales era agradable e incluso el frío. Los hermosos edificios antiguos se repetían uno tras otro con sus enormes portones de madera y hierro forjado, así como las plazas cargadas de árboles de tronco grueso y brazos desnudos, y las luces tintineando en las ventanas con el murmullo de la televisión en un idioma que no solía usar.

—¿Ese libro es importante?—pregunté—. Hablo del “Demonio”. Nunca había escuchado nada sobre un libro como ese.

—Está forrado con piel humana—comenzó a explicar—. Fue escrito en unas horas y posee unas cien hojas. No hay dibujos. Sólo letras precipitadas una tras otras con un complejo relato sobre el demonio—dijo parando frente a un BMV de color negro.

—¿Y qué tiene de especial? Muchos libros eran forrados con piel humana—dije.

—Piel humana de niños recién nacidos. El Abad usó a dos gemelos que había tenido con una monja, matándolos previamente y usando sus pequeñas y delicadas pieles. Después narró como el demonio se presentó ante él para hablarle del bien y del mal, de Dios y el Diablo, así como mostrarle los infiernos y los cielos. Posee una narración rica, concisa y similar a la que Lestat hizo en su día—abrió la puerta del piloto y yo hice lo mismo con la contraria—. Mi padre me habló del libro hace mucho tiempo y estando en Talamasca supe que no había sido quemado. Es un libro que aquellos que amamos las ciencias ocultas, la demonología o las historias truculentas conocemos muy bien.

—Quieres revisarlo por si tiene que ver con el ser que se presentó ante Lestat…

—Así es. Nos llevará varios días descifrar cada metáfora y los distintos Evangelios citados en la obra. Pero con calma y entrega podemos lograrlo—confesó girando la llave para encender el motor.

Era emocionante saber que podíamos colaborar con las investigaciones. Ahora Talamasca no era un sitio vetado. Todos los miembros de la Orden conocían bien los detalles de su formación y la verdad que se había ocultado durante siglos. Habíamos logrado entrar en la institución sin tener que hacerlo a hurtadillas, ni en contra de las temibles leyes que Marius solía imponer junto al resto de Milenarios, o simplemente comprando el silencio de algún miembro a cambio de información privada y personal.

El traslado a la vivienda, en mitad del campo y cerca de una abadía, fue silenciosa. El silencio siempre imperaba entorno de David. Quizá porque estaba tan desesperado en tomar el libro entre sus manos o quizá preocupado por Jesse Reeves, la cual había quedado aislada en el Amazonas con los trabajos de reconstrucción de la vieja biblioteca de Maharet, que no abrió la boca. Yo decidí encender mi teléfono móvil y encender el Spotify. Escuchaba canción tras canción dejando que la música intoxicara cada una de mis neuronas. De vez en vez tamborileaba mis dedos sobre el salpicadero o contra mis muslos.

El vehículo se desvió por un camino polvoriento lleno de baches y acabamos aparcados muy cerca de la entrada principal. Dentro nos esperaban dos hombres de Talamasca. Ellos vivían en la abadía que había sido reconstruida para la Orden. Allí estaban con la docena de libros apilados unos contra otros.

—¿Tienes el del Demonio? Es el primero que quiero leer—dijo directamente nada más sentarse en una de las sillas vacías.

—Señor Talbot, deseo decirle que es un honor estar en tu presencia—comentó sentándose frente a él. Era un hombre grueso, mal afeitado, de ojos pequeños muy oscuros y piel ligeramente tostada. Olía a vino y queso porque habían estado consumiendo algo de cena mientras llegábamos a su encuentro. Casi no quedaba pelo en su cabeza pero la tenía proporcionada y se veía aseado—. Mi nombre es Juan.

—El mío es Pedro, señor Talbot—dijo tomando asiento también frente a David.

Yo no me senté. Decidí revolotear por la habitación a espaldas de aquellos dos hombres. El tal Pedro era joven, casi de mi edad física, y tenía los ojos verdes aceituna. El cabello rubio mal peinado me recordaba al mío, pero era mucho más delgado y sus ropas más formales. Noté que había estado descansado en el sofá cercano a la ventana y por eso estaba con la ropa algo arrugada, el pelo revuelto y cierta somnolencia.

—El mío es Daniel—dije sin que hiciese falta.

—También es un placer conocerte, Daniel—comentó Pedro.


David estuvo leyendo aquellos documentos durante varias horas. Después, aunque los hombres se negaron en un principio, metió todos los libros en cajas y las introdujo en el maletero del coche. Seguiríamos leyendo todo en el hotel. Las noches siguientes serían terribles pero entretenidas. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt