Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 29 de febrero de 2016

Visitando ángeles

Amar es peligroso y más cuando ya no hay excusas para poder regresar. Marius gastó todos sus cartuchos y Armand ya no quiere quemarse más.

Lestat de Lioncourt 

Me miraba como si fuese el culpable de toda la perversidad que cubría la faz de la Tierra. Sus ojos castaños no perdían detalle a mis facciones frías que eran casi las de una escultura perfecta, pues el color marmoleo y las escasas arrugas de expresión ofrecía esa sensación, y los míos intentaban no enfocarse en el suyo porque temblaba de deseos. Quería sostenerlo como aquella vez. No hay nada más puro como el primer encuentro en el cual ofreces lo mejor de ti, mostrando sólo parte del monstruo que realmente eres, para poder así seducir al alma contraria.

Por unos instantes trasladé mi mente a Venecia. Estábamos en mi palacio veneciano con las luces tenues de los numerosos candelabros. Las delicadas telas de los cortinajes de mi dosel caían lánguidas a los lados, el satén de mi cama estaba arrugado y el fresco del techo de mi habitación era un clamor de querubines y serafines batallando unos contra otros por su hermosura y divinidad. Él estaba allí de pie, apoyado en el pomo dorado de mi puerta, esperando a ser invitado a entrar y desplegar su encanto.

Pude tocar por un instante su estrecha cintura y sus delicadas caderas. Mis manos abarcaban su espalda, mientras mis labios rodeaban su cuello aspirando el aroma de sus cabellos de sangre y fuego. Podía incluso sentir la textura suave de su sonrosada y cálida piel. Era como haber regresado al pasado sin dejar de recordar los malos momentos vividos bajo ese techo, el dolor de la distancia y la muerte de nuestra relación.

—Amadeo—dije aún entre ensoñaciones.

—Armand—rectificó rompiendo con el pasado y trayéndome al futuro sin piedad alguna.

—Para mí siempre serás el chiquillo que salvé y cobijé en mi palacio.

Un palacio que fue destruido junto con todo lo que amaba. Mis proyectos  fueron consumidos por las llamas, igual que mi amor y mi cuerpo. Todas mis propiedades se convirtieron en humo, ceniza y trozos de madera que no servían ni para leña. Aquello que había levantado con esfuerzo cayó con la velocidad que pierde el equilibrio un castillo de naipes.

—Y tú para mí el monstruo que pinta ángeles pero que no posee agallas para salvarlos de sus enemigos—aquella puñalada gratuita me destruyó por completo. Quedé en silencio mientras se movía con gracia por la habitación—. ¿Qué deseas? No hay reunión hoy.

—Verte, ¿acaso no puedo verte?—pregunté arrogante dispuesto a combatir aquellos ojos encendidos de rabia y dolor.

—Ya me has visto. Ahora, por favor, puedes agarrar tu orgullo e irte—dijo invitándome a la salida con un simple gesto de sus manos.

—¡Armand!—grité molesto.

—Marius, estoy cansado que vengas aquí rompiendo mi alma sin importarte nada. ¿Te propones destruirme? Porque lo estás logrando—afirmó con molestia, sin embargo su voz seguía siendo dulce y pausada. Por su físico el tiempo no pasaba, como ocurría conmigo, pero su espíritu había sido retorcido mil veces. Ya no era el ser inocente que me enviaba a los abismos de la perversidad, sino un monstruo que se alimentaba de tiempo y dolorosos recuerdos.

—Pretendo no herirte—dije acercándome a él.

Él se echó a reír apoyándose en el escritorio que tenía a pocos metros. Sus cabellos ondulados rozaron sus mejillas mientras sus carcajadas se hundían como dagas en mi alma. Vestía como cualquier muchachito de hoy en día. No había traje pomposo ni elegante. Sólo había una camiseta de superhéroes de Marvel, unas deportivas desgastadas y unos pantalones vaqueros rotos por las rodillas. Vestía como cualquier adolescente porque posiblemente había salido a cazar y usaba prendas que no llamasen la atención. Aún así, aunque no hubiese traje de seda, veía al ángel que yo mismo había tallado y conservado entre mis manos.

—Hace tiempo que me heriste, Marius—respondió retomando la compostura. Sus ojos tomaron apagados matices y su boca se torció ligeramente. La tristeza había enjaulado de nuevo al ave más hermosa de mi paraíso y yo no tenía la llave—. Quieres rescatarme pero hace tiempo que me salvé por mí mismo. Ya no soy el niño que pueda creer tus mentiras—se apartó de la mesa y se acercó a mí. Colocó sus manos pequeñas sobre mi torso y las subió hasta mis hombros, para apoyarse quedando de puntillas y besar mis frías mejillas con sus cálidos y carnosos labios. —Vete, amor mío, yo te libero de la pesada carga.

—No es pesada, Armand—dije tomándolo por la cintura con ambas manos—Sólo quiero amarte.

—Ya es tarde para amar ángeles—dejó un suave beso en mis labios y se marchó de la habitación.


Me quedé allí trastornado por el dolor y la ira. Me sentía impotente y estúpido. Había ido a tocar a su puerta sin una buena excusa para que regresara a mi lado. Yo ya no era quien debía salvarlo a él, sino él era quien tenía que salvarme a mí y había decidido, claro está, no hacerlo. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt