Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 1 de marzo de 2016

El cruel destino de una mascota

Estaba allí sentado observando su cuerpo desnudo. Deslizaba sus ojos sobre cada pliegue y marca de su piel. El rostro de su víctima tenía una expresión vacía. Sus brazos estaban echados hacia atrás, completamente rotos por la extenuación y la rigidez de las ataduras que aún marcaban la piel que los cubría con aquellas terribles rozaduras, y sus piernas marcadas por gotas de sangre, cera negra y esperma. El sexo había sido brusco, brutal y terrible. Ante él tenía una pintura única, casi mágica, que había servido como fuente de inspiración y alimento.

Se sentó al otro extremo de la habitación sobre un sofá de una sola plaza, con unas orejas amplias y unos brazos fuertes. Era cómodo aquel rincón donde la calefacción llegaba a chorros pequeños y calentaba su nuca. Encendió un cigarrillo mientras se deshacía al fin de su corbata. Había estado desatada, pero no quitada. Al arrojarla sobre el suelo de madera sonrió. Ni siquiera había tenido que quitarse la ropa para dominarlo y enseñarle modales.

Aún se podía escuchar el murmullo del vibrador entre sus piernas cumpliendo su función. Sus cabellos negros caían desparramados sobre la almohada y el rostro del muchacho, pero él sólo prestaba atención a su torso. Era una hermosa amalgama de cortes, rozaduras, quemaduras y suciedad. Pasó la punta de su lengua por su labio superior y carcajeó con sorna.

Fuera nevaba. La nieve se acumulaba a lo largo y ancho de las calles. Una fuerte tormenta estaba dejando aislada a la ciudad. Nueva York era simplemente una ciudad baldía de vida por las temperaturas tan bajas y el hielo en las aceras. Además, era tarde. Nadie en su sano juicio saldría de casa ni siquiera para buscar algo en la guantera del coche. Pero el chico seguía despierto soportando aquella tortura. Estaba allí retenido desde hacía más de cinco días y ni siquiera corría el tiempo para él. Ya no recordaba apenas su nombre y el cansancio lo estaba matando.

El cigarrillo se consumía en cada calada y las colillas caían libremente sobre el suelo de aquel hotel. Había alquilado la habitación de siempre de uno de esos hoteles discretos que no preguntan y puedes dejar tu nombre falso, pues a nadie le interesa tus idas y venidas, mientras pagues en metálico una buena suma de dinero. El chico no salía de la habitación desde el miércoles que había entrado con él pensando que había encontrado una buena aventura. ¡Y no se equivocaba! Estaba viviendo la gran aventura de su vida.

Amordazado, privado del oído e incluso del movimiento se hallaba todo el día entre aquellas sábanas salvo cuando él creía que era necesario. ¿Y cuándo lo era? Para ir al aseo por sus necesidades básicas. Casi no lo alimentaba, sólo lo imprescindible para no deshidratarlo ni matarlo de inanición, porque era su mascota. Para aquel importante empresario y político sólo era un juguete del que se acabaría cansando.

Los ojos fríos de su amante seguían observándolo mientras rogaba por morir para liberarse. No sólo quería librarse de las ataduras sino también de los recuerdos, el dolor físico y del extraño deseo que se formaba entre sus piernas. Cada vez se excitaba más con aquella colonia clásica, con el aroma de sus cigarrillos y el timbre de su voz cuando lo maldecía. Estaba volviéndose loco. Comenzaba a creer que había perdido la escasa cordura entre vejaciones.


Al final se acercó a él apagando el cigarrillo en el vientre de su “amante” y bajando la cremallera de su pantalón. Su miembro de glande rosado ya estaba firme. Él se arrojó voraz sobre su sexo como si fuese a ser alimentado por un manjar. No podía mover los brazos aunque ya había sido desatado. El vibrador seguía zumbando mientras él jadeaba moviendo sutilmente sus caderas. Aquella bestia colocó su mano sobre su cabeza, enredando sus dedos ásperos en aquel sedoso y sudado cabello, comenzó a mover violentamente sus caderas. No tardó en eyacular llenando la boca del muchacho y dejándolo sin respirar. Entonces el vibrador fue retirado para luego sentir como las esposas volvían a sus muñecas, atándolo al cabezal de la cama, mientras escuchaba sus pasos alejándose hasta la ducha. El juego por hoy había terminado temprano pues sólo eran las 3:00 a.m. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt