Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 27 de febrero de 2016

El rugido de una leona

Esto lo ha contado mi madre a David y David a mí. No lo recuerdo, pero sé que ella no mentiría al respecto.

Lestat de Lioncourt 



Miraba por la ventana los copos de nieve cayendo acumulándose mansamente frente a la puerta de acceso al gris castillo. La humedad provocaba que sus huesos la hiciesen gritar de dolor pero ella permanecía entera. Entre sus doloridas manos había un hermoso libro algo desgastado, de letras pequeñas y juntas, con alguna página arrancada como símbolo de ira. Sujetaba aquel libro con la fe que se sostiene una biblia ante Dios mismo. Los poemas que allí se encontraban relataban la belleza y magnificencia de la naturaleza, sus estaciones, animales y el amor más seductor.

—Madre, madre…—escuchó su voz infantil quebrándose mientras torpemente entraba en la habitación—. Madre, madre… Tristán dice que soy feo… —su voz sufría un quiebro con cada palabra.

Otra vez una discusión terrible entre hermanos que acababa con el más pequeño buscando las faldas de su madre. Era como un pequeño pollito recién nacido que buscaba a la gallina ante cualquier problema. Sus hermosos cabellos bruñidos parecían haber sido hilados por el sol y sus mejillas simulaban haber sido pintadas por Michelangelo. Aquellos ojos profundos y silvestres se llenaban de lágrimas que ella misma que quería derramar. Tan joven y marchita por esos niños que corrían de un lado a otro de aquel desdichado hogar, los cuales podían morir por cualquier fiebre y dejarla más sola que nunca.

Cerró el libro dejándolo en el alfeizar y se acomodó el traje llevando su mano a su vientre, acariciando con dolor su ajustado corsé, mientras caminaba hacia la llorosa criatura. Decidió desde antes que él naciera usar la mano dura para no aferrarse a ellos. Aún recordaba cómo había tenido que dar cristiana sepultura a uno de sus hijos de tan sólo tres años. Su corazón se quebraba cada vez que tenía que hacer un recuento a los partos de sus hijos, todos hechos con dolor y nacidos en una cárcel vacía de esperanza. Sin embargo él era distinto. Todos sus hijos eran hermosos y parecían ángeles arrancado de los viejos frescos de su tierra natal, pero ninguno era como Lestat. Un niño aferrado siempre al bajo de su falda y rogando un amor que ella quería evitar ofrecer.

—Sabes que es falso, ¿por qué lloras?—preguntó tomándole de las manos—. Lestat, para de llorar—exigía siempre con la misma repuesta por parte del pequeño. Su respuesta era llorar sin calma alguna. Entonces, con dolor y rabia, golpeaba su rostro perdiendo la poca paciencia que poseía. El niño a veces se callaba y otras veces huía a esconderse en uno de los armarios del castillo.

—¿Un bofetón es amor?—dijo aún con la voz tomada—¿Cuánto más me pegas más me quieres?—esa pregunta rompió su corazón en mil pedazos.

Lestat sólo tenía cuatro años y casi no levantaba medio palmo del suelo. Era un niño torpe y sensible que amaba contemplar las mariposas salir de las crisálidas, el aroma de la leña y correr por toda la casa tras cualquiera de los perros que tenían. Él destacaba por su viva inteligencia y por sus temerarias acciones. Sus rasgos no eran muy distintos a los de sus hermanos, pero se parecía demasiado a ella y no al borracho encolerizado y ciego de su marido.


De inmediato se arrodilló frente a él llorando mientras lo pegaba contra su pecho. No respondió a esa pregunta tan horrible para cualquier madre. Ella sólo lloró enterrando sus dedos en la maraña de rizos dorados que poseía. Ese querubín había destruido sus muros y arrebatado su aliento provocando que ese mismo día jurara no abandonarlo jamás, además de luchar como una fiera para que el niño nunca se fuese de su lado. Pidió a Dios, aunque ya hacía tiempo que se había muerto para ella, que jamás se lo levase. Ese niño era suyo y sólo ella sabría amarlo con toda su alma. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt