Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 8 de febrero de 2016

Little disaster

Nuevamente dejo algo que me ha inspirado cierto rol y ciertos personajes. Desde aquí le quiero dar las gracias al conejo/liebre. Dos son personajes suyos y uno es mío. He querido hacerle este regalo, sin más. La música es un tema que a él le gusta y que si se quedan con la letra, si la observan con atención, podrán encontrar el porqué lo he añadido al texto. 

Dos de los personajes son demonios, uno es un demonio antiguo y el otro uno bastante joven, y otro es un tritón. Sí, son criaturas mitológicas. Lo comparto porque quiero, pues en realidad es un regalo que he hecho intentando tener especial cuidado. 





Estaba allí, arrojado a sus pies, con los ojos clavados en aquellos tan temibles. Era como un animal salvaje en mitad de una jungla terrible, y él estaba desnudo, sin armas ni posibilidad, esperando que clavaran sus garras y arrancaran cada pedazo de su piel y carne hasta convertirlo en huesos lacerados. Su flequillo caía rozando la punta de su nariz, dándole un aspecto aún más desvalido, mientras que su cuerpo temblaba aún adolorido por el último golpe que le había propinado aquel coloso.

Ese maldito demonio no tenía piedad. No existía la compasión en su vocabulario. En realidad, en él sólo había crueldad. Era pura oscuridad concentrada en aquellas enormes manos que le tocaban sin permiso, que apretaban sus carnes y lo convertía en un pobre imbécil sin escapatoria. Ya sabía bien lo que ocurría cuando llegaba a ese punto de no retorno, cuando lograba doblegarlo hasta tenerlo cerca de sus formidables botas. Tocaba una patada en sus costados, que le hacían revolcarse hacia el lado contrario, dejando a la vista su espalda. Y entonces, como no, el látigo crujía contra él.

El sonido silbante le recordaba ya a una nana. Era lo menos doloroso que podía sentir, sobre todo porque luego los gemidos de placer, sus propios gemidos, le desconcertaban. Aquel monstruo sabía como palpar entre sus piernas, asir su sexo y manipularlo de forma que sentía un placentero tirón y un deseo insaciable de ser dominado. También conocía como penetrar en él, hundiendo sus dedos y diversos objetos, en su pequeña y estrecha entrada, la cual acababa dilatada y adolorida. Sin embargo, esa noche el sonido finalizó.

Alguien había entrado en la habitación donde se encontraban. Dudó en levantar la vista, pero al hacerlo se llevó una terrible y decepcionante sorpresa. Su enloquecido amo había conseguido otro nuevo juguete, el cual se le estaba entregando como quien entrega una nueva mascota. Frente a él, y sin pudor alguno, observó al muchacho de delgada figura, ojos zafiros y piel lechosa como era examinado igual que a un animal.

Algo dentro de él rogó que se alegrara, pues pasaría a ser parte del cajón de juguetes rotos de aquel bastardo. Podría al fin salir de aquel agujero y encontrarse con la libertad perdida. Pero no podía. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando comprobó que su amo, el que creía suyo por completo, ofrecía su beneplácito al desdichado que sollozaba sin consuelo, como un niño perdido, frente a las tocas caricias y golpes que ya le propinaba.

Se giró sobre sí mismo y contempló como los dedos, gruesos y crueles, de su amo se colaban en los sedosos cabellos de trigo de su nueva mascota. Observó como lo arrojaba al suelo, tiraba de su cabello y le hacía gritar igual que si le quebraran los huesos al ser tomado por las caderas. Cuando comprobó que lo penetraba, viendo como la virilidad de aquel sucio traidor entraba y salía, cayó de bruces y comenzó a llorar amargamente. Había perdido. Se había enamorado. Se había entregado y lo habían dejado como una colilla pisoteada.


Jamás se lo perdonaría, pero no a su amo. Nunca se lo perdonaría a ese miserable. No aceptaría que otro gozara con esa maravillosa crueldad, con ese cinismo e hipócrita amor. No se rendiría. Demostraría que él todavía no estaba roto y que era útil para ser tratado como un juguete, como un animal... como un amante.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt