Nuevamente dejo algo que me ha inspirado cierto rol y ciertos personajes. Desde aquí le quiero dar las gracias al conejo/liebre. Dos son personajes suyos y uno es mío. He querido hacerle este regalo, sin más. La música es un tema que a él le gusta y que si se quedan con la letra, si la observan con atención, podrán encontrar el porqué lo he añadido al texto.
Dos de los personajes son demonios, uno es un demonio antiguo y el otro uno bastante joven, y otro es un tritón. Sí, son criaturas mitológicas. Lo comparto porque quiero, pues en realidad es un regalo que he hecho intentando tener especial cuidado.
Estaba allí, arrojado a sus pies, con
los ojos clavados en aquellos tan temibles. Era como un animal
salvaje en mitad de una jungla terrible, y él estaba desnudo, sin
armas ni posibilidad, esperando que clavaran sus garras y arrancaran
cada pedazo de su piel y carne hasta convertirlo en huesos lacerados.
Su flequillo caía rozando la punta de su nariz, dándole un aspecto
aún más desvalido, mientras que su cuerpo temblaba aún adolorido
por el último golpe que le había propinado aquel coloso.
Ese maldito demonio no tenía piedad.
No existía la compasión en su vocabulario. En realidad, en él sólo
había crueldad. Era pura oscuridad concentrada en aquellas enormes
manos que le tocaban sin permiso, que apretaban sus carnes y lo
convertía en un pobre imbécil sin escapatoria. Ya sabía bien lo
que ocurría cuando llegaba a ese punto de no retorno, cuando lograba
doblegarlo hasta tenerlo cerca de sus formidables botas. Tocaba una
patada en sus costados, que le hacían revolcarse hacia el lado
contrario, dejando a la vista su espalda. Y entonces, como no, el
látigo crujía contra él.
El sonido silbante le recordaba ya a
una nana. Era lo menos doloroso que podía sentir, sobre todo porque
luego los gemidos de placer, sus propios gemidos, le desconcertaban.
Aquel monstruo sabía como palpar entre sus piernas, asir su sexo y
manipularlo de forma que sentía un placentero tirón y un deseo
insaciable de ser dominado. También conocía como penetrar en él,
hundiendo sus dedos y diversos objetos, en su pequeña y estrecha
entrada, la cual acababa dilatada y adolorida. Sin embargo, esa noche
el sonido finalizó.
Alguien había entrado en la habitación
donde se encontraban. Dudó en levantar la vista, pero al hacerlo se
llevó una terrible y decepcionante sorpresa. Su enloquecido amo
había conseguido otro nuevo juguete, el cual se le estaba entregando
como quien entrega una nueva mascota. Frente a él, y sin pudor
alguno, observó al muchacho de delgada figura, ojos zafiros y piel
lechosa como era examinado igual que a un animal.
Algo dentro de él rogó que se
alegrara, pues pasaría a ser parte del cajón de juguetes rotos de
aquel bastardo. Podría al fin salir de aquel agujero y encontrarse
con la libertad perdida. Pero no podía. Sus ojos se llenaron de
lágrimas cuando comprobó que su amo, el que creía suyo por
completo, ofrecía su beneplácito al desdichado que sollozaba sin
consuelo, como un niño perdido, frente a las tocas caricias y golpes
que ya le propinaba.
Se giró sobre sí mismo y contempló
como los dedos, gruesos y crueles, de su amo se colaban en los
sedosos cabellos de trigo de su nueva mascota. Observó como lo
arrojaba al suelo, tiraba de su cabello y le hacía gritar igual que
si le quebraran los huesos al ser tomado por las caderas. Cuando
comprobó que lo penetraba, viendo como la virilidad de aquel sucio
traidor entraba y salía, cayó de bruces y comenzó a llorar
amargamente. Había perdido. Se había enamorado. Se había entregado
y lo habían dejado como una colilla pisoteada.
Jamás se lo perdonaría, pero no a su
amo. Nunca se lo perdonaría a ese miserable. No aceptaría que otro
gozara con esa maravillosa crueldad, con ese cinismo e hipócrita
amor. No se rendiría. Demostraría que él todavía no estaba roto y
que era útil para ser tratado como un juguete, como un animal...
como un amante.
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