Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 8 de febrero de 2016

Nuestra única vez

David ha decidido dar a conocer esto. No es algo muy común en él. Ya se sabe... un caballero calla. 

Lestat de Lioncourt

La mañana había sido dura y ajetreada. Mi llamada a la Orden llegó como un jarro de agua fría a los oídos de Aaron. Mi buen y viejo amigo Aaron esperaba que todo fuese una broma, pero al llegar a la cafetería contempló a un joven desconocido que le miraba con la misma expresión, temblada y necesitada de su afecto, que siempre había tenido. De los dos siempre fui el temerario, pero jamás pensó que llegara a esos extremos donde ponía en riesgo todo lo que había labrado con mis manos, conseguido poco a poco y que se había convertido en mi legado.

La cafetería estaba situada en un pequeño y modesto barrio de las afueras de Londres. El olor a café penetraba con fuerza, ofreciéndote cierto consuelo, igual que el pan tostado con mantequilla y la diversa bollería casera que se ofrecía en las, pequeñas y coquetas, vitrinas acristaladas. Los clientes no sospechaban nada de esa reunión de detectives paranormales, de gente con poderes más allá de lo común, como si fuéramos superhéroes que se ocultaban tras un antifaz logrando adaptarse al ritmo de vida habitual. Las camareras no vestían uniforme, pero sí ropa ligeramente similar, y todas tenían una sonrisa agradable. Únicamente el camarero encargado del café, un joven delgado y muy pálido, bostezaba de vez en cuando mientras servía café tras café.

Yo estaba en una de las mesas del fondo, con el periódico doblado entre mis manos y una taza de café solo. La tostada que se hallaba, como a un palmo de mí y en un pequeño plato, estaba mordisqueada pero ya se encontraba demasiado fría para seguir comiéndola. Mi aspecto era de lo más común. Tenía el cabello revuelto, cayendo sobre mi frente hasta mis delgadas cejas, y mi aspecto era el de un joven de unos veintitantos años, tez ligeramente oscura y rasgos algo exóticos aunque con cierta elegancia inglesa. El cuerpo era más grande que el que una vez tuve, más delgado, con musculatura y aún así me había adaptado perfectamente a él.

Aaron me miró con una expresión de sorpresa, llevándose una de las manos a la cabeza en un intento de ordenar sus ideas. Caminó hacia mí, abriendo su gabardina gris humo y la dejó sobre uno de los asientos. Después sin más guardó silencio esperando que yo contara la historia. Él pudo ver que daba datos de la orden, de mí y de él, de todo lo que habíamos vivido secretamente y de cuánto amé a Merrick, así de como fracasé en mi intento de protegerla de mí, y de las veces que él me rogó que dejase de perseguir las peligrosas fantasías de Lestat.

Tras la conversación, donde prácticamente estuve hablando yo, nos levantamos y pagamos el desayuno para ir al motel donde me hospedaba. Allí me senté en la cama, agotado por las horas de vuelo y las noches sin dormir. Me saqué la camiseta y me recosté en el colchón, él hizo lo mismo. Se tumbó a mi lado permitiendo que hablara de nuevo, que me desahogara.

—Has hablado bastante de todo lo que te preocupa, pero ahora deja que hable yo—dijo sacándose el jersey de cuello de pico y cuadros escoceses, para hacer lo mismo con la camisa y dejar su pecho al descubierto—. Hay muescas en mi torso de peleas y ocasiones peligrosas que hemos vivido, ¿las ves? Sí, puedes verlas—explicó acariciando un corte que iba bajo su pezón derecho hasta el costado. Era de un cristal que había estallado frente a nosotros. Su rostro no sufrió corte alguno, pero si su pecho en el cual se le incrustó un gran pedazo. Fue una de nuestras primeras misiones y él me salvó—. Pero hay algunas que no vas a ver, heridas que van a comenzar a crearse para no borrarse jamás. Si no logras tener ese cuerpo tuyo, si te quedas como ahora, vivirás más que yo. Te pondrás en peligro otra vez, porque te conozco, ya que eres nuevamente joven y yo no podré ir tras de ti. No podré ser tu Watson, Sherlock—comentó recostándose nuevamente, quedándose girado hacia mí y provocando que recordara todas nuestras miserias.

Algo que creí dormido, casi enterrado, se avivó provocando que lo besara y colocara mi mano derecha sobre el cierre de su bragueta. Él no me impidió ese roce, sino que colocó su mano incitándome a seguir. Su lengua se mezcló con la mía, así como su aliento, y sus labios se aferraban con fuerza evitando que diese marcha atrás a ese impulso. Jamás lo había besado. Siempre me había contenido. Pero al parecer el deseo que siempre había tenido, y que nunca confesé, era mutuo.

La cremallera cedió y saqué su miembro para comenzar a lamerlo, besarlo y succionarlo con desesperación. Mis manos fueron a sus caderas, las cuales él movía sutilmente, y las suyas se colocaron sobre mi cabeza. Me atraía hacia él jadeante y nervioso, como si fuese la primera vez que alguien lograba ofrecerle ese placer, pero me aparté para bajar sus pantalones y terminar de desnudarme.

Él acabó por incorporarse y comenzó a lamer mis pezones, así como mi vientre y la erección que había formada ya entre mis piernas. Se postró ante mí como un muchacho inexperto, su lengua era torpe y sus labios intentaban ocultar sus dientes. Yo acabé dominando el movimiento de su cabeza, agarrándolo con fuerza y ofreciéndole un ritmo demencial. Penetraba con rabia su boca, llegando hasta el fondo de ésta y acariciando su garganta. Escuché varias arcadas, su respiración era dificultosa, y finalmente se retiró recostándose de espaldas.

No dudé en atacar. Me arrojé sobre él penetrándolo con fuerza desmedida. Él chilló y terminó mordiendo la almohada, aferrado a las barandillas de metal del cabecero, mientras yo me movía rápido y desesperado. Gemíamos, jadeábamos y coreábamos nuestro nombre. Finalmente él se incorporó sentándose sobre mis rodillas flexionadas, penetrándose así mismo, y echando los brazos hacia atrás tirando de algunos de los mechones de mis oscuros cabellos. Su cuerpo era el de un hombre de mediana edad, cerca de los sesenta años, pero no me importaba. Nunca me importó verlo envejecer hasta ese momento. Sabía que quizás no teníamos otra oportunidad.

En uno de los movimientos tocó el punto de placer, el epicentro de la lujuria y el orgasmo más placentero, para finalmente caer sobre la cama dejándose hacer. Me aferré con fuerza a sus glúteos, clavando mis uñas y abriendo bien su entrada, mientras él seguía gimiendo. Había llegado pronto, como era natural, por el nerviosismo de la primera vez y el sentir ese placer destruyéndolo de la cabeza a los pies. Pero yo estuve un par de minutos más ofreciéndole mi mejor ritmo, algunos azotes, mordiscos en su cuello y hombros. Me movía rápido, casi de forma dolorosa, pero acababa con movimientos suaves y saliendo unos instantes para ofrecerle ciertas caricias.


Cuando acabé me recosté en la cama con la espalda pegada al colchón, sintiendo el sudor recorrer cada parte de mi piel, y él no tardó en acomodarse a mi lado esperando que mi boca rozara la suya. Sí, volví a besarlo y abrazarlo. Fue mi forma de despedirme, pues sabía que no encontraría al dueño del cuerpo y que posiblemente tampoco pudiese volver a ser el hombre que fui.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt