Lestat de Lioncourt
Permití
que empaquetara conmigo algunos documentos importantes. Desde que
todo salió a la luz, como si un faro al fin enfocara el rumbo de la
Organización de Talamasca, comenzaron los acuerdos entre
investigadores, vampiros y otros seres que iniciaron trámite de
escribir su historia, fuese cual fuese, inscribiéndola en los
numerosos archivos. La informatización había sido todo un éxito
desde hacía varias décadas. Durante años muchos investigadores
jóvenes se dedicaron a recuperar vieja documentación, carpetas que
estaban perdidas en los cajones del olvido, e incluirlas en casos
abiertos, cerrados o dudosos. Daniel no pertenecía a la Orden, pero
en realidad yo tampoco era partícipe. Aún así ambos estábamos en
mi viejo despacho, tomando mis apuntes olvidados e inútiles.
Allí
había documentación referente a casos que ya se habían
solucionado, algunos con un final bastante mediocre y para nada
paranormal. También existían joyas que habían sido pasados por
alto, pues no pertenecían ni a fantasmas, ni a Taltos y ni mucho
menos a vampiros. Eran monstruos de leyendas que poco o nada se
creían como reales. Sin embargo, ahí estaban sobre mi mesa.
Un
viejo miembro de la orden, que era sin duda bastante joven cuando
desaparecí, nos observaba desde el marco de la impresionante puerta
de entrada al despacho. Sus cabellos eran canos, su rostro parecía
cansado y sus manos temblaban ligeramente por el parkinson. Sin
embargo, en sus ojos veía interés y fascinación hacia nosotros,
criaturas oscuras y terribles.
Recordaba
bien la primera vez que lo vi. Se personó en mi despacho con una
sonrisa radiante, el cabello negro revuelto y unos ojos azules muy
intensos. Decía que se llamaba Jack, sólo Jack. No le gustaba
cargar con un apellido de un padre que no le aceptaba, pues no era el
típico niño modélico y no sería el joven neurocirujano que tanto
ambicionaba su familia. Él quería poner al servicio de Talamasca
todos sus poderes metales. Admiré su confianza y empatía, así como
su valor y paciencia.
—¿Sirenas?—dijo
el joven Molloy. Prácticamente se carcajeó al leer el título, con
mi estilizada caligrafía, provocando que me girara rápidamente
hacia él y se lo arrebatara—. ¿Crees en sirenas?
—¿Cómo
puedes no creer en sirenas cuando sabes que existen fantasmas,
espíritus más antiguos que este maldito mundo, Taltos y vampiros?
Inclusive tú eres un vampiro—respondí mirándolo a los ojos.
—Un
vampiro muy incrédulo—murmuró el anciano.
—No
lo soy. Las sirenas son de cuentos de hadas...—susurró francamente
sorprendido porque ambos creyéramos en esos cuentos de marineros.
Sin
embargo, algo en él surgió como una llamarada que lo terminó
quemando. Abrió la carpeta y se sentó en una de las simples, y algo
incómodas, sillas de mi viejo despacho. Sus ojos violáceos se
hundieron en las líneas como si fuese un mar revuelto y comenzó a
leer.
La
historia era simple. Era algo común y vulgar. Sin embargo, era real.
Los datos podía buscarlos en las hemerotecas de cualquier biblioteca
de Escocia. Al menos, la primera de todas; pues solíamos colocar las
noticias desde la más reciente a la más antigua.
Corría
el invierno del año 1973. Era un enero frío, lluvioso y
desapacible. Sin embargo, una mañana el tiempo pareció amainar y
permitir la pesca en la costa. Un marinero de Thurso salió con su
bote para poder conseguir algunos peces, aunque fuese para la, simple
y mediocre, cena tras semanas sin poder llevar nada a la mesa. El
cielo estaba despejado, no se avecinaba tormenta, y los días
siguientes permanecieron igualmente tranquilos. Sin embargo, el bote
no regresó. Sólo algunos tablones pudieron hallarse una semana
después en la costa contigua, la costa de Kirwall.
Durante
semanas se pensó que había podido haber un hundimiento del bote por
causas desconocidas, no naturales, pero no se esperaba que casi un
mes después el mar escupiera su cadáver en avanzado estado de
descomposición, casi sin ropa y con gran parte de los intestinos,
miembros y rostro mordidos por una criatura marina. Se encontraron en
la misma playa donde solía pasear con su esposa y su hijo pequeño.
La
autopsia que se realizó al marinero, para saber qué clase de animal
había sido, reveló algo escalofriante. Los dientes eran muy
similares a los de cualquier humano. No eran de un pez, ni de otra
criatura que pudiese encontrarse en los fondos marinos. Aquello
provocó que cundiera el pánico y las televisiones locales, así
como muchos periódicos, se personaron en la playa, así como en la
vivienda del marinero, para informarse de cómo era la historia.
Algunos
medios, no todos, se hicieron eco de historias similares que venían
ocurriendo en toda Escocia desde hacía más de cinco siglos. También
había algunas de otras partes de Reino Unido, Noruega, Suecia,
Finlandia, Francia o Irlanda. Cientos de cuerpos, con miles de
historias similares o dispares, habían sido escupidos en las
diversas costas con dentelladas similares. Por supuesto, también
había ocurrido en el Mediterráneo y no sólo en el océano
Atlántico. Poco a poco se desvelaron historias en todo el mundo. El
pánico cundió. Sin embargo, cientos de voces, sobre todo políticas,
llamaron a la calma y empezaron a pagar a periodistas para que
olvidaran la noticia. Y así sucedió. La noticia cayó en el olvido.
No
obstante, si preguntaban a los marineros, los más ancianos, podrían
decirte con una sonrisa amarga en los labios, y con los ojos llenos
de horror, que podían ser las hermosas criaturas del mar. Esas
hermosas criaturas que endulzan tu oído con su voz, de indistinto
sexo y de gran belleza, que llamamos sirenas o tritones.
Daniel
cuando acabó de leer me miró sorprendido, cerró la carpeta y la
colocó junto a las demás. Estaba seguro que su corazón empezaría
agitarse aún más cuando caminara cerca de una playa, al observar
una puesta de sol en las numerosas películas que todavía decide ir
a ver, o cuando decide salir a navegar con alguna de las
embarcaciones que posee Armand. Sí, ya no sería igual. Algo en él
había cambiado. Las sirenas podían existir, era un hecho. Los
Cuentos de Hadas, la mitología más clásica, puede ser real pues
los océanos y mares son a día de hoy todo un misterio.
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