Es un escrito sobre Armand, o más bien sobre lo que fue y es. Daniel ha decidido hacerse eco de una pequeña carta, o quizás un trozo de diario personal, para demostrar que "ese monstruo" siente y padece.
Lestat de Lioncourt
“Podía sentir todavía esas manos,
grandes y frías, deslizándose por cada una de mis heridas, hurgando
en ellas, así como su lengua, rápida y húmeda, reptando por cada
poro de mi piel. Su aliento gélido cargado de palabras sensuales, de
promesas maravillosas e historias que yo desconocía, que el mundo
mismo había enterrado en el recuerdo junto a las ruinas del viejo
Imperio Romano y la cultura clásica de la Grecia Antigua. Me dejaba
llevar por esa sensación y luego me hundía como una pesada piedra
en los canales. Los mismos canales que observaba sin atención
aparente. Mi cuerpo vibraba aún por el placer que yacía entre mis
piernas cuando me tocaba, esas caricias que era demasiado indecentes
para describirlas en voz alta y que coloreaban mis mejillas.
Pese a ser alimentado, educado y
vestido mi única satisfacción en aquel mundo de placeres y lujos,
en aquel palacio de gran belleza por el arte que me rodeaba, era él.
Me sentía como Psique aguardando al monstruo de hermosos cabellos de
trigo, de fría mirada azul, labios sabios y tentadores, manos suaves
pese a su frialdad y elegante levita roja de terciopelo. Me convertí
en un idiota abandonado en un lecho de satén.
Allí sentado, en aquella balaustrada,
sentí el frío del invierno húmedo y terrible. El frío caló en mi
corazón y las lágrimas bordearon mis mejillas hasta la comisura de
mis labios, mentón y cuello. Dejé que fueran rápidas y libres.
Deseaba llorar la condena de tantos besos que me hacían prisionero
de sus mentiras, de sus noches y no de sus días.”
He leído unas diez, quizá veinte,
veces esta carta. Me he sentado en el sillón cercano al fuego de la
chimenea, tan vivo como agradable, y he dejado que esas letras se
hundieran en mi alma y zozobraran como un barco en una tormenta.
Aunque en realidad no es una carta, sino un desahogo. No tenía
remitente, ni fecha y tampoco sé si tengo derecho a conversar sobre
ella o exponerla al gran público. Tal vez nunca debí tocarla, pero
ya lo he hecho. Estoy redactando, letra por letra, los sentimientos
que me han despertado.
Hace tiempo que conozco a Armand. El
muchacho que escribió cada frase murió hace tiempo y dejó a un
monstruo en su lugar, pero puede que ese monstruo sea el reflejo de
todo el daño recibido. Las mentiras de Marius fueron cuantiosas, el
daño infligido por Santino y sus creencias también lo fue, pero lo
fue mucho más el rechazo, la soledad y el miedo. Todavía tiene
miedo a Dios, aunque ocasionalmente pierde la fe y se convierte en un
ser más frívolo. Centra su atención en novedosos aparatos, pues
los sentimientos humanos los conoce demasiado bien porque los ha
experimentado todos. ¿Todos? ¿O casi todos? Él dice que no ha
amado, pero yo sé bien que miente. Siempre miente. Miente muy bien y
en numerosas ocasiones. Sus mentiras son fáciles de detectar y
suelen ser para ocultarse tras un antifaz, como las elegantes
máscaras de carnaval, porque teme que le hagan aún más daño.
Yo le he dañado. Mi rechazo causó
grandes estragos en él. Dice que ya no le intereso, pero es mentira.
He visto en sus ojos castaños la melancolía que mi sola presencia
le causa. Si no sintiera nada, ni siquiera una ligera culpa, no
habría destello alguno en esos hermosos ojos almendrados. No. Esa
mentira no es válida en mi tablero. También suele asegurar que
nunca volvería con Marius, pero lo espera con los brazos abiertos y
jamás cierra las puertas de sus edificios a su paso. Y el amor, ese
amor profundo, que siente por Benjamín, Sybelle y Antoine no lo he
visto en otros hacia sus creaciones o amigos. Es un amor puro y
sincero, lleno de preocupaciones como las que tiene un padre con sus
hijos o un amante entregado. Y el amor por Lestat. Ese amor es un
desastre. No se soportan demasiado, pero ahí están apoyándose de
forma mutua y en silencio.
Armand es una paradoja y una pieza
clave en mi vida.
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