Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 20 de febrero de 2016

Música en tiempos de guerra.

Otro de esos textos sueltos. Llevaba días queriendo hacer algo especial que tuviese que ver con Japón. Digamos que siempre me ha llamado la atención su cultura, más allá de lo típico (gastronomía, música y entretenimiento) y siempre, en algún momento, hago algo que tenga que ver con ello. Hacía mucho tiempo que no me encontraba inspirado para hacerlo, pero gracias a esta canción y a él he logrado hacerlo. Así que tendré que darle gracias a quien me está inspirando últimamente... ya sea como "pequeño y rebelde demonio", "pobre y terrible tritón", "ángel serio y temible" o como él mismo. 




Habíamos llegado al poblado hacía más de dos horas. Los caballos ya habían resguardados en los establos, liberados de sus monturas y alojados en un lugar seco bien abastecidos. Fuera diluviaba. La jornada, que había empezado con un sol espléndido, se convirtió en desapacible a lo largo de las horas. Unos terribles nubarrones habían llegado, descendiendo desde las montañas hasta el valle, cubriéndolo todo de un gris plomizo hasta convertirse en una lluvia densa que refrescó al fin la sedienta tierra.

Aquel pequeño pueblo se dedicaba al cultivo del arroz, como la mayoría de la región, y sus pocos habitantes parecían silenciosos, aunque amables y hospitalarios. El lugar donde habíamos decidido alojarnos, tanto mi regimiento como yo mismo, era una casa de huéspedes algo retirada. Su aspecto no destacaba, salvo por su tamaño. No parecía lujosa, ni tenía un hermoso jardín donde dejar que las horas pasaran. Era demasiado sencilla y humilde, pero habíamos escuchado maravillas sobre el servicio.

Algunos de mis hombres hablaban de mujeres que parecían flores de cerezo danzando en una dulce brisa primaveral. Decían que sus voces eran como los cantos de las temibles sirenas y que endulzaban el oído, iluminando las noches más oscuras. También hablaban maravillas de una de las geishas no femeninas, un joven de aspecto delicado y manos hábiles. Escuché grandes halagos sobre como el sonido de su habilidad con el mukkuri y el koto. Tenía que escuchar a ese coro de diosas y dioses, pues me sentía tentado con cada palabra que murmuraban mientras nos acercábamos a la región.

La tormenta no amainaba, pero era posible escuchar los quejidos de los heridos en las habitaciones colindantes. Algunos de ellos estaban tan malheridos que desconocía si vivirían más de unos días. Sin embargo, habíamos conseguido medicinas y atención en el poblado. La guerra era salvaje, tan salvaje como los relámpagos y truenos que agitaban el mundo, junto con el vendaval y las fuertes lluvias.

Nos sirvieron algo de arroz, ternera y pescado. También, como no, sake. Me sentía cómodo en aquel gran salón, pero estaba expectante. Quería ver esas joyas que encerraba el valle al pie de esas, siniestras y escarpadas, montañas. Necesitaba comprobar que las leyendas eran ciertas.

Después de mi primer trago, cuando el cuenco de arroz estaba casi vacío, aparecieron varias jóvenes y algunos músicos. Todos ellos estaban ataviados con unas prendas de seda de colores llamativos, bordados dorados y plateados, así como debidamente maquillados y peinados. Pero uno de entre todos ellos destacó llamando poderosamente mi atención.

Era un muchacho de unos diecisiete años, delgado, de cuello largo y piel lechosa. Sus dedos eran finos y hábiles. Él tocaba el koto y lo hacía con el rostro sereno, aunque poseía una ligera sonrisa de satisfacción cada vez que sus dedos rozaban alguna de las cuerdas. Mi corazón quedó conmovido y ni siquiera presté atención a las voces femeninas, sus hermosos bailes y sus atractivos rostros. Él se convirtió en el centro de mis miradas. Supe entonces que jamás podría olvidar a ese joven y su música.

Hubiese deseado tener una caja mágica y encerrarlo en ella, para llevarlo conmigo por aquellos perdidos parajes hasta lograr aplastar al enemigo. Mi gran sueño era atraparlo entre mis brazos, besar lascivamente sus labios y su suave piel, hundiendo mis dedos ásperos en su carne blanda, y escuchar sus gemidos al ritmo de su hermoso instrumento.


Cada noche, durante más de dos años, tarareaba las diversas melodías que había escuchado en mitad de aquella tormenta. Mi corazón se animaba y tenía la esperanza de encontrarlo después de la guerra. Pero la guerra es cruel, y más aún cuando los sueños se convierten en pétalos de cerezo al aire. Una noche llegó un comunicado sobre los poblados arrasados por el enemigo. Uno de esos poblados era el suyo. Jamás tuve valor, como si fuese un miserable, en ir hasta allí para contemplar lo que quedaba de aquel paraíso. Nunca volví a verlo, pero en mis noches más amargas él toca para mí. Quizá sí tenía una caja musical y logré llevarlo conmigo hasta el resto de mis días.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt