Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 20 de febrero de 2016

Maldito




Recostado en la cama parecía un ángel al cual le habían arrebatado cada una de sus plumas. Sus cabellos negros caían sobre su frente revueltos y salvajes rozando sus finas y proporcionadas cejas oscuras. Tenía los ojos cerrados, pero cuando se hallaban abiertos eran dos almendras caobas muy llamativas. Poseía unos labios carnosos, bien definidos y de una boca no excesivamente grande para un mentón algo fino. Sus rasgos eran suaves, aunque masculinos. Podía decirse que su rostro era dulce, pero no así su alma. Era una fiera que debía ser domesticada en cada encuentro. La rebeldía yacía en él como un virus mortal, el cual se reproducía y se hacía fuerte.

Su cuerpo, delgado y escasamente marcado, estaba sobre diversos y mullidos cojines. Se hallaba ligeramente inclinado hacia la rivera de aquel río de brea, formado por sábanas de seda, que realzaba su piel lechosa sutilmente salpicada por algunas diminutas pecas. Tenía las piernas sutilmente abiertas, incitando a quien lo contemplase con aquellos muslos de aspecto suave, pues carecía de vello alguno. Su sexo yacía dormido y manchado por los pecaminosos juegos en los que había participado. Sobre su delicado torso había profundas marcas del cinturón que descansaba en el suelo, justo a los pies de ese nido de lujuria desatada. Marcas similares, en proporción e intensidad, tenía alrededor de su cuello. Los brazos delgados y de aspecto frágil estaban por encima de su cabeza.

Todo él era un incensario que rezumaba el perfume típico de una noche de placeres ocultos, los cuales son los que realmente gobiernan las almas y manejan éste extraño mundo. Cientos de gotas de sudor aún resbalaban por sus torturadas caderas, pecho y rostro. Su boca aún temblaba. Deseaba hablar, pero sabía que su voz carecía de voz y voto.

Frente a él estaba el culpable mayor, aunque no el único, contemplándolo indiferente. Ya olía a jabón y colonia masculina. Su rostro no tenía marca alguna de esa depravada sesión. La camisa de algodón se ajustaba perfectamente a sus anchos hombros y sus dedos, ágiles y rápidos, cerraban ya los puños de esta. Sólo quedaba la corbata, el chaleco y la americana para ser el hombre decente que todos conocían. Fuera de aquella habitación, la número 126, era gran héroe de las finanzas, un hombre digno y limpio de cualquier mancha. Allí fuera, en el enjambre cotidiano, era padre orgulloso y amante fiel a una mujer florero. Era despreciable. Al menos para el lastimado ángel que rogaba que se marchara, pero a la vez soñaba con ser algo más que un plato más en una bacanal.

Hoy le habían acompañado varios hombres. La lección había sido más terrible. Sintió sobre él una tormenta de golpes, mordiscos, insultos y brutales vejaciones. Su espalda baja daba buena cuenta de ello. Había descendido a los infiernos y tocado cada rincón. A ciegas, sin siquiera saber qué ocurría, fue conducido y arrastrado por la lascivia. Sus gritos y lloros quedaron ahogados en gemidos y clamores. Dios mismo lloró la pérdida de aquel ángel, el cual quedó maldito el mismo día que aceptó ser todo, y a la vez nada, por unos cuantos billetes.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt