Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 9 de marzo de 2016

El cuadro maldito

La vida de Talbot jamás ha sido revelada, así que siempre es bueno saber un poco.

Lestat de Lioncourt


—¿Alguna vez has visto algo como esto?—preguntó frente al cuadro.

Éramos jóvenes. No llevábamos demasiado en la Orden de Talamasca. Él tenía veinticuatro años y yo veintiséis. Habíamos entrado en la organización de investigadores de lo paranormal prácticamente al mismo tiempo. Por allí cerca estaba otro de nuestros compañeros. Nos había tocado limpiar el polvo de varios archivos, tasar y trasladar objetos ya marcados. Durante más de dos horas sólo movimos cajas con documentación poco valiosa, pero al quitar un montón de papeles y fotografías desenfocadas encontramos aquella maravilla.

—“La Tentación de Amadeo”—murmuré iluminándolo bien con mi linterna—Está tan oscuro aquí abajo que ni siquiera se ve bien.

—Hay más interruptores por aquí—comentó Oscar, nuestro compañero, pulsando varios interruptores pequeños y llenos de polvo. Algunas luces encendieron y otras estaban fundidas, pero al menos teníamos más luz que antes. Yo apagué la linterna dejándola en mi bolsillo mientras él se acercaba—. Vaya cuadro… ¡Parece real!

—Aaron, ¿hay documentación sobre esto?—dije—. ¡Esto no es natural!

—Deliras… quizá pertenece a alguna casa encantada o a alguien que dicen que se aparece…—iba diciendo mientras buscaba por los archivos como un loco.

—Ya, por eso buscas de ese modo—respondí entre carcajadas.

—¡Yo también quiero buscar!—gritó Oscar.

Oscar murió años más tarde en una misión. Tenía veintidós años. Siempre lo recordaré como aquel chico delgado, pálido, de ojos azules y voz demasiado ronca para un aspecto tan delicado. Corría de un lado a otro mirando las cajas, buscando en cada carpeta, y yo hacía lo mismo junto a mi buen amigo y compañero de habitación.

Nos olvidamos por completo de nuestro castigo, pues yo no lo veía como algo necesario sino como un castigo por ser demasiado jóvenes y haber estado involucrados en sucesos para nada recomendables, porque aquello era más interesante. Cada caja que quitábamos nos desilusionaba más pero entonces escuchamos pasos.

Por la puerta apareció Eduard Crow. El señor Crow era un hombre que siempre vestía de negro porque decía que era elegante, aunque también decía que no era un color sino la ausencia de todos ellos y por ello le fascinaba. Se movía con suavidad apoyado en un bastón torcido muy bonito, pero torcido y oscuro. Sus ojos pequeños y juntos eran dorados y su mentón picudo. Parecía un cuervo pero humano, tan humano como todos los presentes.

—No vais a encontrar nada en esas cajas—explicó—. Ese cuadro pertenece a unos archivos inmensos que están en la sala principal—dijo mirando con nostalgia al muchacho de la imagen—. Él es Amadeo para su creador, porque aún era un hermoso y tierno muchacho cuando lo pintó, pero se convirtió en el líder de una secta de vampiros terrible y temible. De dos en realidad. La primera fue siguiendo las órdenes de otro vampiro antiguo llamado Santino, la segunda fue porque se quedó con el teatro del endiablado Lestat de Lioncourt. ¡Ah! ¡Hay cientos de archivos ahí abajo que hablan de Marius, Armand, Lestat, el desgraciado de su violinista Nicolas, su amante Louis de Pointe du Lac y la niña vampiro que destruyó ese pelirrojo del demonio—apoyó el bastón al frente y colocó ambas manos sobre este para luego mirarnos uno a uno—. Los vampiros existen como los fantasmas y nosotros mismos. David, tú puedes verlos y leer la mente con una claridad tan asombrosa como la mía y la de otros miembros antiguos de la Orden. De hecho, estuviste a punto de renunciar porque querías ser sacerdote de esa secta religiosa… del Candomblé—dijo antes de mirar a Oscar—. Tú eres capaz de ver el futuro en tus sueños y leer la mente a cualquiera, así de comprender el instinto natural de los animales. Yo sé que sueñas muy seguido sobre tu propia muerte y espero que no se haga real—mi compañero agachó la cabeza y luego miró a Aaron—. Tú, amigo mío, eres mi sobrino. ¿Qué puedo decirte que tú no sepas?

Efectivamente el señor Crow era el tío por parte de madre de Aaron. Yo lo sabía desde hacía unas semanas, pero era algo que él no deseaba que se ventilara. Quizá para que nadie pensara que estaba ahí por recomendación de un familiar o tal vez porque todos temíamos en parte a ese hombre tan enigmático.

—Los vampiros no existen—respondí.

—Un día llorarás ante uno de ellos por no haberme creído.


Jamás sabré si él sabía mi destino gracias a sus poderes o simplemente fue coincidencia. Después que Lestat apareciera en mi habitación creí con más fe de la que jamás tuve, pues ya sólo con el libro de Louis pude creer todo lo que me había dicho Mr. Crow. Y ese cuadro, el de “La Tentación”, se convirtió en un cuadro maldito que siempre iba a contemplar cuando perdía la fe en mí y en todo lo que hacía. Me juré que algún día relataría la historia del monstruo que creó tal belleza. Y, por supuesto, lo logré. “Sangre y Oro” salió a la luz gracias a mi pericia, insistencia y buenas dotes para el convencimiento. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt