Recuerdo esa conversación... juro que creía que hacía lo correcto.
Lestat de Lioncourt
Estaba frente a mí sentado en aquella
penumbra mientras me miraba con cierta curiosidad y rechazo. Sabía
que él me había convertido obligado por mi deseo de permanecer a su
lado, de hundirme con él en una aventura cargada de riesgos y deseos
insólitos. Me acomodé en aquel rincón aferrado a mi violín como
si fuese un tablón a la deriva en un mar agitado y tomé aire
aspirando su aroma. Se había perfumado como cada noche dejando
impregnado en el ambiente un aroma dulce y atractivo que en esos
momentos rechazaba. Odiaba todo lo que él simbolizaba e incluso me
odiaba a mí mismo.
Recordé la primera noche en la cual
recobramos el contacto. Apareció como un cazador buscando un animal
a la cual arrancarle la piel y lo hizo. Me arrancó el alma dejándome
desnudo bajo su imponente cuerpo. Mis piernas rodearon sus caderas y
mis manos tiraron de sus revueltos y sudorosos mechones dorados. Dejé
que me marcara con sus propios dientes para que ningún otro se
atreviera a invadir su territorio, aunque aquel cazador convertido en
animal salvaje buscaba otras zonas de conquista fuera de nuestra
cama.
Él deseó marcharse del pueblo conmigo
ilusionado con una vida mejor sobre los escenarios de la gran
capital, pero yo sólo quería ser libre para hundirme en la miseria
de un amor peligroso. ¡Y tan peligroso! Aquí en París cualquier
fulana con el escote empolvado y perfumado era perfecta, aunque
también codiciaba a las pueblerinas. Sin embargo, me convertí en un
ser egoísta que pensaba que de algún modo él me pertenecía. Luché
por ser el único en su vida y me convertí en un títere roto.
El mismo títere que lo observaba mudo
y con las manos temblorosas sobre su emblemático instrumento.
Sostenía mi corazón de madera y cuerdas como un niño que ha
atrapado un gorrión. Quise llorar pero me contuve buscando fuerzas
en la cólera que sentía al haber contemplado en él tantas
mentiras. No era el chico fuerte que aparentaba y tampoco el amante
desesperado por mis besos. Vi a un hombre común lleno de miedos, de
una vida gris y solitaria, arrastrándose con un par de sueños
inútiles y con la bragueta siempre bajada para cualquier “dama”.
—Nicolas, creo que deberíamos
marcharnos. Mi madre hace algunas horas que decidió salir a caminar
al encuentro de alguna víctima—comentó.
—¿Y?—pregunté—. ¿Ahora te
preocupa lo que me pase? Ni siquiera querías darme esta oportunidad,
maldito egoísta miserable.
—¡Nicolas! ¡Te he dado la vida
eterna para que seas mi compañero!—gritó furioso levantándose
del sillón donde se encontraba, para caminar raudo hacia mí y
levantarme como si no pesara nada. Me agarró de los brazos e hizo
que le mirara a esos furibundos ojos azules—. ¡Te he dado todo,
maldita sea!
—¿Todo?—dije con una sonrisa
socarrona—. Todo salvo lo más preciado porque careces de
escrúpulos y sentimientos para ello... Me has dado todo salvo tu
corazón que es lo más valioso que posees. Es una lástima que yo te
haya entregado mi corazón hace meses—susurré cerca de sus labios
mirándolo a los ojos mientras pegaba mi cuerpo al suyo. Intentaba
hacerle recordar lo que habíamos sido una vez, pues antes de ser
monstruos en mitad de la noche también fuimos amantes que
desgarraban sus ropas como fieras y buscaban el cobijo perfecto de un
cuerpo contra el otro—. Pero sólo soy la puta de tu cama, la perra
que te ladra al llegar a casa y que es capaz de comerse las sobras
que tú le has preparado. Así me ves... Una lástima que todo haya
cambiado—dije escupiéndole en la cara mientras me apartaba de
inmediato—. ¡Vete a cazar hombres! ¡Vete a hacer lo único que
sabes! Porque yo me quedaré aquí transformándome en un demonio
insaciable para salir luego ahí fuera y arrancarle el corazón a
todo aquel que se ponga ante mí.
—Estás loco...—murmuró.
—Sí, ¿y quién tiene la culpa,
monsieur Lioncourt?—pregunté.
No hubo respuesta. ¿Qué respuesta iba
a darme? Él debió cuidarme y protegerme pero lo único que hizo fue
llenar mi vida de mentiras y promesas imposibles. Me hizo creer que
el mundo era distinto a como yo lo había conocido. Hizo que mi
corazón volara por encima de la realidad y se acomodara en renglones
llenos de palabras turbias y apasionadas. Me dejé llevar a la cima
del Cielo para ver que los Infiernos me rodeaban incluso en aquel
fabuloso vergel. ¿Qué podía decir? Si ni siquiera lamentaba el
hecho de mi odio hacia él.
Acabó marchándose solo encerrándome
en aquel lugar oscuro y húmedo mientras buscaba a su madre
desesperadamente. Desde esa noche hasta su marcha permanecí bajo la
supervisión de una mujer que pensaba que era sólo un lastre, que
únicamente me había convertido en un obstáculo para su hijo y para
ella misma. Nada quedó de los apasionados “Je t'aime” envueltos
en sábanas empapadas de sudor y revueltas debido a las salvajes
caricias sobre estas. No quedó siquiera un nimio sentimiento de
respeto.
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