Avicus es un hombre sensible y serio que estoy empezando a admirar y esta es una de sus memorias.
Lestat de Lioncourt
Sentado en aquel enorme sofá me sentía
inquieto. Todo había terminado demasiado rápido quizá. Nos
habíamos reunido entorno a una mesa gigante donde podíamos
contemplarnos unos a los otros. Zenobia no dijo nada y permaneció
serena junto a mí. Ni siquiera mostró emoción alguna cuando Lestat
se alzó victorioso en mitad de aquel enjambre de gritos y acciones
violentas. Desde hacía tiempo parecía alejada de todo e inclusivo
de mis deseos más profundos de permanecer a su lado.
—¿Por qué tienes esa cara?—preguntó
Gregory entrando en el salón donde me había refugiado.
Lestat ya había sido coronado y
hablaba en la radio de todo lo ocurrido. La gratitud de aquel
muchacho, tan joven entre los nuestros y tan fuerte, me pareció
profunda y sincera. Su voz se colaba por la aplicación del teléfono
móvil que recientemente había aprendido a usar, pero no eran sus
palabras las que me mantenían serio y concentrado en mis
pensamientos.
—Avicus, amigo mío, ¿ocurre
algo?—dijo tomando asiento junto a mí. Levantó su brazo derecho y
colocó este sobre mis hombros ofreciéndome cierto consuelo sin
saber bien qué ocurría.
—Noto distante a Zenobia o tal vez
está volviéndose incapaz de asombrarse. Ella cada vez más disfruta
de su lado masculino centrándose en aparentar ser un muchacho joven
y fuerte mentalmente. Se mueve por las ciudades sola sin que yo la
acompañe. Antes solíamos divagar mientras buscábamos una presa que
fuese digna de nuestros más bajos instintos—guardé silencio unos
minutos y me encogí de hombros mientras giraba mi rostro hacia el
suyo.
Gregory seguía siendo aquel muchacho
de piel bronceada y ojos profundos. Tenía dieciocho años cuando fue
convertido y se ha transformado en el vampiro más antiguo que hay
sobre la faz de la tierra. Fue la tercera creación de Akasha y el
dirigente de un ejército de malditos. El mismo ejército que capturó
a muchos como yo para someterse a los caprichos de la reina. Sabía
que sobre su conciencia pesaba la tragedia de las Gemelas. Él,
durante muchos años, había admirado a Khayman por sublevarse
rápidamente y enfrentarse a una “diosa” que jamás debió
existir. Comprendía que su sonrisa fuese ligeramente amarga como si
despertara de una pesadilla para entrar en otra.
—Zenobia tiene un carácter muy
distinto al tuyo. Siempre ha sido una mujer completa por sí misma
sin necesidad que tú la persigas para animar su corazón o agitar su
alma—dijo recostándose en el respaldo dejando su brazo caer—.
Hay quienes necesitamos compañía para poder satisfacer ciertas
necesidades sociales. Nos divertimos acompañados porque nos encanta
conversar, pero ella es silenciosa y huraña—giró su rostro hacia
mí mirándome a los ojos con esa profundidad que únicamente poseen
los suyos y los de Seth, sonrió y me confesó algo que hasta ese
momento no supe ver—. Además, ella ha dejado de competir con
Flavius. Llevamos siglos juntos y aún no te has percatado que con el
paso de los años ella ha dejado de lado el desear ser más
importante que nuestro amigo griego—dijo palmeando mi muslo
izquierdo para luego levantarse de inmediato acomodando su chaqueta
Armani—. Pero yo sé que hay otro motivo por el cual estás así.
Has mantenido la esperanza de ver a Mael incluso cuando te habían
confirmado que estaba muerto.
—Aún sigo con esa esperanza,
Gregory—dije.
—Yo la mantendría siempre—comentó
encogiéndose de hombros—. ¿Por qué? Mael es un ser solitario que
agradece el silencio y la paz que le da el no tener que ofrecer
explicaciones a otros. Posiblemente si está vivo aún tiene
cicatrices por la exposición del sol, deambula por las calles de
pequeñas ciudades y merodea siempre pueblos cercanos al bosque. Es
un guerrero y un guerrero sabe sobrevivir pese a las heridas.
Seguramente habrá luchado estos meses contra Amel y es posible que
haya perdido la cordura algunos días, ¿quién dice que no es el
culpable de algunas quemas desconocidas en ciudades europeas y
americanas?—echó a caminar entonces hacia la puerta y se giró
para decirme algo más antes de irse—. Y Marius ha afirmado que
está vivo y herido, aunque no ha querido revelar como sabe eso.
Ah... ¿y no dijo lo mismo Khayman? Él no estaba del todo seguro
sobre su muerte.
—Lo dijo...—murmuré esbozando una
sonrisa de esperanza.
—Iré a jugar al ajedrez porque tengo
una pequeña competición con nuestro hospitalario Armand—dijo
dejando sonar sus mocasines por el mármol perfectamente pulido.
Recordé la primera gran reunión que
tuvo lugar cuando el concierto de Lestat. Decidimos no asistir porque
Gregory no sabía como enfrentar a Khayman y de qué forma
disculparse con las Gemelas, sobre todo con Maharet, por todo lo
ocurrido. Él también desertó cuando pudo alejarse lo suficiente de
Akasha, la cual le imponía cierto miedo y no respeto.
Me pregunté qué hubiese ocurrido de
haber aparecido en aquella reunión. Imaginé a Mael abrazándome
preguntándome por todos estos años de silencio y yo haciendo lo
mismo reconociendo en sus ojos claros la bondad que pocos habíamos
visto. Algo en mí se agitaba y era la pesada carga de saber que lo
dejé marchar sin importarme nada, pues siempre creí que volvería a
buscarme pidiendo un poco de mi corazón. Aunque él no tenía por
qué pedir un trozo de mi alma, de mis sentimientos, de mi amor o
como quiera el mundo llamarlo. Él tenía gran parte de mi corazón
aún en sus manos y sería por siempre de ese modo porque era mi
única creación, mi viejo compañero de armas y un amante
excepcional pese a su mal carácter.
—¡Avicus! ¡Al fin te encuentro en
este laberinto!—escuché la voz de Flavius sacándome de mis
ensoñaciones.
Tras percatarme de su presencia en la
habitación me di cuenta que él había regresado a sus viejos
atuendos. Casi todos decidíamos vestir prendas similares a las que
una vez usamos cuando éramos humanos. Él llevaba una toga corta que
a penas cubría la mitad de sus musculosos muslos y que dejaba
sutilmente su espalda descubierta. Parecía la imagen idílica de
Apolo aunque faltaban las flechas. Sus cabellos rubios oscuros caían
con gracia sobre su frente y rozaban su nuca. Tenía la belleza
clásica de las esculturas renacentistas y poseía unos ojos tan
hermosos que me recordaba a los veraniegos cielos que hacía milenios
que no era capaz de contemplar salvo en películas, fotografías y
magníficas pinturas. Si pudiese describir sus rasgos debería usar
un cincel y mármol de gran calidad para crear un David de Miguel
Ángel con mayor realismo. Sus labios poseen una bondadosa sonrisa
que parece asomarse incluso cuando medita únicamente consigo mismo.
Para mí siempre es placentero observarlo y pasar algunos minutos en
su compañía porque me siento bondadoso y olvido que fui un
sanguinario guerrero.
—¿Deseabas algo?—pregunté
echándome hacia atrás en el sofá.
Él caminó pausadamente hacia mí
intentando desvelar todo lo que mis ojos decían y mis labios
callaban. Sin embargo esa noche era demasiado terrible y a la vez
fascinante para que él pudiese comprender todo lo que me ocurría.
—Ven, ven conmigo—dije abriendo mis
brazos para que él se subiera sobre mis piernas y me dejara rodear
su cuerpo hasta encontrar la paz.
—Avicus...—susurró sentándose
sobre mí y permitiendo que le estrechara para poder llorar en paz.
Llorar no es una muestra de debilidad.
No me importa que lloren a mi lado y manchen mis prendas como tampoco
me importa oler las lágrimas sanguinolentas de mis compañeros. Sé
que es la máxima expresión de nuestras desatadas emociones. Flavius
había sufrido durante algún tiempo una presión indecible sobre su
alma y al quedar liberada, exculpada de todas y cada una de las
pesadas palabras que caían como lanzas, las lágrimas acudieron como
símbolo de felicidad.
En mutuo silencio y complicidad noté
como él llevaba mis manos hacia uno de sus costados donde llevaba un
pequeño zurrón. Allí, cerca de sus riñones, tenía unas
jeringuillas preparadas con un líquido transparente cargado de
hormonas masculinas para ser aplicadas. Su lengua rozó mis labios y
se coló entre ellos para comenzar a besarnos sin sobre saltos. Mis
dedos eran hábiles y abrí la pequeña bolsa, saqué los
medicamentos y clavé una de las agujas en su muslo derecho, muy
cerca de su ingle, para hacer lo mismo conmigo tras levantarme la
camisa que había decidido usar esa noche. Flavius volvió a dirigir
una de mis manos agarrándome de la muñeca derecha, colándola
dentro del borde de su toga y permitiendo que notase que no llevaba
ropa interior.
—Deseo estar en contacto con Pandora
pero no irme con ella—me aseguró en un breve jadeo mientras yo
comenzaba a mover mi mano contra su miembro—. Yo te amo a ti y nada
podrá destrozar este sentimiento que me ahoga desde hace demasiados
siglos. No me importa no ser el único al que ames—mientras decía
eso abrió el primer botón de mi pantalón y bajó la cremallera
para sacar mi sexo.
Ambos frente a frente nos dedicábamos
caricias indecentes sin importar que la puerta permanecía abierta.
Nos mirábamos a los ojos como dos adolescentes borrachos de hormonas
que descontrolaban nuestros pensamientos enturbiando nuestra mente.
Nuestras bocas eran una jauría de besos y mordiscos encendiendo aún
con mayor ímpetu la mecha de nuestros cuerpos. El sudor
sanguinolento de ambos era muestra inequívoca de nuestra profunda
excitación. No tardaron demasiado nuestros cuerpos en sentir el
impulso final llegando al orgasmo.
Él cayó sobre mi torso y yo decidí
arroparlo nuevamente con mis brazos. Pegué su cuerpo al mío besé
su frente y sus mejillas, dejé que su respiración agitada se
sosegara junto a la mía y guardé silencio durante varios minutos.
Me había hecho una confesión que ya sabía pues no era la primera
vez que me demostraba tal devoción de amor.
—Te has convertido en el epicentro de
mi alma... sin ti es posible que me derrumbara—confesé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario