Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 21 de abril de 2016

Palabras y emociones.

Avicus es un hombre sensible y serio que estoy empezando a admirar y esta es una de sus memorias.

Lestat de Lioncourt

Sentado en aquel enorme sofá me sentía inquieto. Todo había terminado demasiado rápido quizá. Nos habíamos reunido entorno a una mesa gigante donde podíamos contemplarnos unos a los otros. Zenobia no dijo nada y permaneció serena junto a mí. Ni siquiera mostró emoción alguna cuando Lestat se alzó victorioso en mitad de aquel enjambre de gritos y acciones violentas. Desde hacía tiempo parecía alejada de todo e inclusivo de mis deseos más profundos de permanecer a su lado.

—¿Por qué tienes esa cara?—preguntó Gregory entrando en el salón donde me había refugiado.

Lestat ya había sido coronado y hablaba en la radio de todo lo ocurrido. La gratitud de aquel muchacho, tan joven entre los nuestros y tan fuerte, me pareció profunda y sincera. Su voz se colaba por la aplicación del teléfono móvil que recientemente había aprendido a usar, pero no eran sus palabras las que me mantenían serio y concentrado en mis pensamientos.

—Avicus, amigo mío, ¿ocurre algo?—dijo tomando asiento junto a mí. Levantó su brazo derecho y colocó este sobre mis hombros ofreciéndome cierto consuelo sin saber bien qué ocurría.

—Noto distante a Zenobia o tal vez está volviéndose incapaz de asombrarse. Ella cada vez más disfruta de su lado masculino centrándose en aparentar ser un muchacho joven y fuerte mentalmente. Se mueve por las ciudades sola sin que yo la acompañe. Antes solíamos divagar mientras buscábamos una presa que fuese digna de nuestros más bajos instintos—guardé silencio unos minutos y me encogí de hombros mientras giraba mi rostro hacia el suyo.

Gregory seguía siendo aquel muchacho de piel bronceada y ojos profundos. Tenía dieciocho años cuando fue convertido y se ha transformado en el vampiro más antiguo que hay sobre la faz de la tierra. Fue la tercera creación de Akasha y el dirigente de un ejército de malditos. El mismo ejército que capturó a muchos como yo para someterse a los caprichos de la reina. Sabía que sobre su conciencia pesaba la tragedia de las Gemelas. Él, durante muchos años, había admirado a Khayman por sublevarse rápidamente y enfrentarse a una “diosa” que jamás debió existir. Comprendía que su sonrisa fuese ligeramente amarga como si despertara de una pesadilla para entrar en otra.

—Zenobia tiene un carácter muy distinto al tuyo. Siempre ha sido una mujer completa por sí misma sin necesidad que tú la persigas para animar su corazón o agitar su alma—dijo recostándose en el respaldo dejando su brazo caer—. Hay quienes necesitamos compañía para poder satisfacer ciertas necesidades sociales. Nos divertimos acompañados porque nos encanta conversar, pero ella es silenciosa y huraña—giró su rostro hacia mí mirándome a los ojos con esa profundidad que únicamente poseen los suyos y los de Seth, sonrió y me confesó algo que hasta ese momento no supe ver—. Además, ella ha dejado de competir con Flavius. Llevamos siglos juntos y aún no te has percatado que con el paso de los años ella ha dejado de lado el desear ser más importante que nuestro amigo griego—dijo palmeando mi muslo izquierdo para luego levantarse de inmediato acomodando su chaqueta Armani—. Pero yo sé que hay otro motivo por el cual estás así. Has mantenido la esperanza de ver a Mael incluso cuando te habían confirmado que estaba muerto.

—Aún sigo con esa esperanza, Gregory—dije.

—Yo la mantendría siempre—comentó encogiéndose de hombros—. ¿Por qué? Mael es un ser solitario que agradece el silencio y la paz que le da el no tener que ofrecer explicaciones a otros. Posiblemente si está vivo aún tiene cicatrices por la exposición del sol, deambula por las calles de pequeñas ciudades y merodea siempre pueblos cercanos al bosque. Es un guerrero y un guerrero sabe sobrevivir pese a las heridas. Seguramente habrá luchado estos meses contra Amel y es posible que haya perdido la cordura algunos días, ¿quién dice que no es el culpable de algunas quemas desconocidas en ciudades europeas y americanas?—echó a caminar entonces hacia la puerta y se giró para decirme algo más antes de irse—. Y Marius ha afirmado que está vivo y herido, aunque no ha querido revelar como sabe eso. Ah... ¿y no dijo lo mismo Khayman? Él no estaba del todo seguro sobre su muerte.

—Lo dijo...—murmuré esbozando una sonrisa de esperanza.

—Iré a jugar al ajedrez porque tengo una pequeña competición con nuestro hospitalario Armand—dijo dejando sonar sus mocasines por el mármol perfectamente pulido.

Recordé la primera gran reunión que tuvo lugar cuando el concierto de Lestat. Decidimos no asistir porque Gregory no sabía como enfrentar a Khayman y de qué forma disculparse con las Gemelas, sobre todo con Maharet, por todo lo ocurrido. Él también desertó cuando pudo alejarse lo suficiente de Akasha, la cual le imponía cierto miedo y no respeto.

Me pregunté qué hubiese ocurrido de haber aparecido en aquella reunión. Imaginé a Mael abrazándome preguntándome por todos estos años de silencio y yo haciendo lo mismo reconociendo en sus ojos claros la bondad que pocos habíamos visto. Algo en mí se agitaba y era la pesada carga de saber que lo dejé marchar sin importarme nada, pues siempre creí que volvería a buscarme pidiendo un poco de mi corazón. Aunque él no tenía por qué pedir un trozo de mi alma, de mis sentimientos, de mi amor o como quiera el mundo llamarlo. Él tenía gran parte de mi corazón aún en sus manos y sería por siempre de ese modo porque era mi única creación, mi viejo compañero de armas y un amante excepcional pese a su mal carácter.

—¡Avicus! ¡Al fin te encuentro en este laberinto!—escuché la voz de Flavius sacándome de mis ensoñaciones.

Tras percatarme de su presencia en la habitación me di cuenta que él había regresado a sus viejos atuendos. Casi todos decidíamos vestir prendas similares a las que una vez usamos cuando éramos humanos. Él llevaba una toga corta que a penas cubría la mitad de sus musculosos muslos y que dejaba sutilmente su espalda descubierta. Parecía la imagen idílica de Apolo aunque faltaban las flechas. Sus cabellos rubios oscuros caían con gracia sobre su frente y rozaban su nuca. Tenía la belleza clásica de las esculturas renacentistas y poseía unos ojos tan hermosos que me recordaba a los veraniegos cielos que hacía milenios que no era capaz de contemplar salvo en películas, fotografías y magníficas pinturas. Si pudiese describir sus rasgos debería usar un cincel y mármol de gran calidad para crear un David de Miguel Ángel con mayor realismo. Sus labios poseen una bondadosa sonrisa que parece asomarse incluso cuando medita únicamente consigo mismo. Para mí siempre es placentero observarlo y pasar algunos minutos en su compañía porque me siento bondadoso y olvido que fui un sanguinario guerrero.

—¿Deseabas algo?—pregunté echándome hacia atrás en el sofá.

Él caminó pausadamente hacia mí intentando desvelar todo lo que mis ojos decían y mis labios callaban. Sin embargo esa noche era demasiado terrible y a la vez fascinante para que él pudiese comprender todo lo que me ocurría.

—Ven, ven conmigo—dije abriendo mis brazos para que él se subiera sobre mis piernas y me dejara rodear su cuerpo hasta encontrar la paz.

—Avicus...—susurró sentándose sobre mí y permitiendo que le estrechara para poder llorar en paz.

Llorar no es una muestra de debilidad. No me importa que lloren a mi lado y manchen mis prendas como tampoco me importa oler las lágrimas sanguinolentas de mis compañeros. Sé que es la máxima expresión de nuestras desatadas emociones. Flavius había sufrido durante algún tiempo una presión indecible sobre su alma y al quedar liberada, exculpada de todas y cada una de las pesadas palabras que caían como lanzas, las lágrimas acudieron como símbolo de felicidad.

En mutuo silencio y complicidad noté como él llevaba mis manos hacia uno de sus costados donde llevaba un pequeño zurrón. Allí, cerca de sus riñones, tenía unas jeringuillas preparadas con un líquido transparente cargado de hormonas masculinas para ser aplicadas. Su lengua rozó mis labios y se coló entre ellos para comenzar a besarnos sin sobre saltos. Mis dedos eran hábiles y abrí la pequeña bolsa, saqué los medicamentos y clavé una de las agujas en su muslo derecho, muy cerca de su ingle, para hacer lo mismo conmigo tras levantarme la camisa que había decidido usar esa noche. Flavius volvió a dirigir una de mis manos agarrándome de la muñeca derecha, colándola dentro del borde de su toga y permitiendo que notase que no llevaba ropa interior.

—Deseo estar en contacto con Pandora pero no irme con ella—me aseguró en un breve jadeo mientras yo comenzaba a mover mi mano contra su miembro—. Yo te amo a ti y nada podrá destrozar este sentimiento que me ahoga desde hace demasiados siglos. No me importa no ser el único al que ames—mientras decía eso abrió el primer botón de mi pantalón y bajó la cremallera para sacar mi sexo.

Ambos frente a frente nos dedicábamos caricias indecentes sin importar que la puerta permanecía abierta. Nos mirábamos a los ojos como dos adolescentes borrachos de hormonas que descontrolaban nuestros pensamientos enturbiando nuestra mente. Nuestras bocas eran una jauría de besos y mordiscos encendiendo aún con mayor ímpetu la mecha de nuestros cuerpos. El sudor sanguinolento de ambos era muestra inequívoca de nuestra profunda excitación. No tardaron demasiado nuestros cuerpos en sentir el impulso final llegando al orgasmo.

Él cayó sobre mi torso y yo decidí arroparlo nuevamente con mis brazos. Pegué su cuerpo al mío besé su frente y sus mejillas, dejé que su respiración agitada se sosegara junto a la mía y guardé silencio durante varios minutos. Me había hecho una confesión que ya sabía pues no era la primera vez que me demostraba tal devoción de amor.


—Te has convertido en el epicentro de mi alma... sin ti es posible que me derrumbara—confesé.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt