Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 20 de abril de 2016

El amor mueve el mundo, sobre todo cuando es odio.

Página extraída del Diario de Claudia... ¡Tanto odio!

Lestat de Lioncourt


Las estrellas parecían siempre tan cercanas y distantes como siempre, pero esa noche era la primera de muchas otras. Había acumulado un odio voraz que me destruía el alma y me arrastraba a una vorágine de dolor imposible de calificar o cuantificar. Ante los ojos de todos era simplemente una niña que se asomaba a un balcón cargado de hermosas flores en plena primavera. Tenía el rostro dulce y angelical de una muñeca, los ojos vivaces y una sonrisa soñadora. Sin embargo la verdad era terrible y podía calificarse de pesadilla. Era una mujer atrapada en un cuerpo diminuto que jamás se desarrollaría y marchitaría. Era eternamente una semilla que no florece y no toma su esplendor.

Muchas veces contemplaba a las mujeres coqueteando con algunos hombres a la salida o entrada de la ópera. Me fascinaba la forma en la cual se sonrojaban y miraban con cierto falso pudor a los jóvenes más influyentes y adinerados. Podía ver el interés por el dinero y el placer carnal en cada una de ellas, pero también la inteligencia provocadora que se reflejaba en el movimiento de sus abanicos, la forma en la cual se agarraban a sus acompañantes o reían subiéndose al carruaje.

Esa noche la calle estaba casi desierta y él yacía envuelto en una alfombra. Había matado a mi padre, al hombre que me condenó a lo que era y que me arrancó de los brazos de la muerte creyéndose Dios. Hice que se derrumbara ante mí suplicándome por su vida y por el amor que supuestamente ambos nos teníamos. Louis se martirizaba sentado en el diván. Mi Louis, mi compañero, mi madre y mi marioneta. Él, el hombre que me acicalaba y me abrazaba como si fuese su muñeca predilecta, lloraba amargamente porque su verdadero amor yacía muerto frente a él.

—Lo has matado...—decía cuando recobraba la voz—. ¿Qué has hecho? ¡Dios santo, qué has hecho!—gritaba nervioso queriendo arrastrarse hasta él para suplicarle perdón por no haberlo evitado, por no detenerme y por amortajarlo de ese modo tan ruin.

Por mi parte me daba cuenta que su muerte no implicaba nada. Que él muriera no significaba que yo fuese libre. Había matado a Lestat y la conciencia me pesaba. Sin embargo esas malas hierbas hechas pensamientos de culpabilidad se esfumaban pensando en los viajes que haría, los lugares que conocería, la gente con la que conversaría y los misterios que desvelaría.

—Lestat, mon coeur...—susurró arrodillándose ante el cadáver intentando deshacer los nudos de la soga que lo ataban con firmeza.

—No, Louis—dije apartándome del balcón—. Ha muerto y debes dejar a los muertos en paz.

Entre mis manos llevaba crisantemos blancos que coloqué con indiferencia sobre su cuerpo, para luego tomar el rostro de Louis entre mis dedos. Despejé con cariño los largos y ondulados mechones de su pelo negro y apreté mis labios contra su frente. Fui amorosa con él aunque le despreciaba tanto como al muerto que nos acompañaba.


—Ponte tu mejor chaqueta, cariño mío. Hoy vamos de entierro... —comenté apartándome de él—. Luego iremos a comprarme unos zapatos nuevos porque estos se han manchado de sangre.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt