Introducción no contada jamás de "Sangre y Oro". Aquí vemos como realmente David Talbot fue quien habló con Marius y redactó sus memorias.
Lestat de Lioncourt
—¿Realmente quieres saber mi
historia?—preguntó recostado en el diván con un pesado libro
entre sus manos.
La portada no tenía nombre alguno y
las hojas parecían muy amarillentas. Supuse que era un ejemplar
antiguo, posiblemente mucho más antiguo que la imprenta, y que él
lo había restaurado de algún modo. Sin embargo, me fijé que tenía
una inicial impresa en el canto y comprendí que posiblemente se
trataba de un diario. La inicial estaba realizada con elegancia y
coincidía con su nombre en un color dorado. No pregunté por el
libro aunque siempre he sido excesivamente curioso, pero pensé que
sería poco respetuoso comentar algo al respecto.
—Estoy interesado en recopilar las
memorias de todos los inmortales comenzando por los más cercanos a
Lestat. Necesito comprender cómo ha sido para vosotros el paso del
tiempo y también si habéis logrado algunos de los propósitos con
los que soñabais siendo mortales—dije.
—No creo que mi historia sea
demasiado interesante—afirmó cerrando el libro para dejarlo a un
lado cerca de su cuerpo aún tendido sobre el mueble.
—Marius, ¿a qué viene ese súbito
ataque de modestia?—pregunté de pie en mitad de aquella inmensa
biblioteca. Deseaba tocar cada uno de los cantos de las diversas
estanterías, oler el polvo de sus hojas y pasar mis ojos por cada
una de sus líneas.
—Está bien, está bien...—dijo
rindiéndose—. Si estás tan interesado puedo comenzar con lo que
ocurrió hace tan sólo unas noches.
—¿Te refieres a lo que ocurrió hace
dos noches?—quería confirmar que era aquel acto ruin que había
agitado a muchos vampiros entre los cuales estaba Maharet, Armand y
Pandora.
Ella me había llamado al teléfono de
la tarjeta que yo le había entregado casi de inmediato intentando.
Su voz se escuchó quebradiza y las lágrimas la ahogaban. Apenas
pude comprender lo que me decía, y fue gracias a Armand que le
arrebató el teléfono y habló conmigo pausadamente mostrando cierta
distancia ante lo ocurrido.
—Sí, a la muerte de Santino—contestó
con frialdad.
—Bien, podemos comenzar con esa
historia—dije.
—¿Quieres venir conmigo a uno de mis
salones? Allí podremos conversar adecuadamente—comentó haciendo
el intento de incorporarse, pero con un gesto rápido de mis manos le
pedí que no lo hiciera.
—Me gusta este lugar porque es una
hermosa biblioteca y hace que me sienta en casa—comenté buscando
uno de los cómodos sillones para sentarme y escuchar sus palabras,
una a una, que tan importantes eran ese momento.
—Entonces nos quedaremos aquí si eso
deseas.
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