El despertar de Daniel fue gracias a las ondas de la radio de Benji y los cuidados de Marius.
Lestat de Lioncourt
Estaba allí concentrado leyendo la
pantalla del ordenador, la cual iluminaba parcialmente su rostro y le
daba un toque lúgubre a sus rasgos aún dulces, de hombre joven y
atractivo, mientras sus ojos se entrecerraban quizás intentando
procesar la información que estaba acumulando con paciencia, poco a
poco, sin descanso alguno para comprender qué demonios estaba
ocurriendo en su mundo.
Estuvo desconectado de la realidad por
años y ahora intentaba asumir las culpas, así como las causas de
una vida vacía. Él siempre estuvo activo y se dedicó a
involucrarse en cada noticia que acontecía en las calles oscuras de
San Francisco. Como si fuese una especie de superhéroe moderno, un
Clark Kent cualquiera, se paseaba por los peores barrios con unas
deportivas por si tenía que salir corriendo y anotar después todo
lo que había llegado a ver y oír. Pero durante las últimas décadas
se sumió en miles de preguntas que no pudo contestar, sueños que le
perturbaban tanto que agitaban cada partícula de su alma y
provocaban que se echara a temblar cada segundo que permanecía
despierto. No quedó nada del hombre joven inquieto que vivía a base
de comida rápida, whisky barato y espeso café matutino junto a
varios periódicos del día. Nada.
Ahora intentaba remontar el vuelo.
Llevaba semanas asumiendo todos los acontecimientos del mundo y había
dado con un pequeño tesoro. Cada noche conectaba a la misma hora el
ordenador, tecleaba la página web de aquella radio online y se
colocaba los audífonos de botón mientras leía las noticias
colgadas junto a los audios de programas anteriores. Había todo tipo
de archivos que demostraban que no estábamos solos y no me refiero a
los humanos, me refiero a los vampiros. Somos inmortales y somos
distintos a lo que un humano común puede o llega a ser.
Esa noche no era distinta. Había
despertado pronto incluso para ser joven, se dirigió a la ducha para
asearse y recorrió las calles aledañas por una o dos víctimas,
para luego entrar en la biblioteca y escuchar con cierta adicción la
voz suave, aniñada y profunda de Benjamín. Admiraba su trabajo
aunque era un reportero joven y casi inexperto. Él estaba dándole
voz a todos los vampiros del mundo e intentaba explicar lo que
ocurría ahí fuera, lejos de los muros que nos ocultan del resto y
nos protegen de nosotros mismos.
—Daniel—dije—. ¿No crees que es
hora de conversar?
—Sólo queda diez minutos de
programa—comentó sin apartar la vista de la pantalla.
—¿Qué noticias hay?—pregunté
desde el marco de la puerta.
—Unos jóvenes han sido atacados por
un vampiro indeterminado pero de edad elevada, quizás un milenario,
provocando un terrible incendio y la muerte de todos los que estaban
en el local. Ha sido en el sur de Brasil, muy cerca de aquí—aquello
me provocó cierta angustia. Él lo decía como si nada pero yo pensé
de inmediato en mi joven pupilo convertido en grasa negra derramada
en el suelo.
—Mañana te compraré uno de esos
teléfonos móviles para poder contactar contigo—dije—. No quiero
que nada te pase cuando sales a divertirte.
—¿Qué puede pasarme?—preguntó
quitándose por completo los auriculares para venir hasta mí.
Dejó atrás su dichoso programa de
radio y se pegó a mi cuerpo pasando sus brazos por mis hombros. Me
miró como sólo un amante sabe mirar y se echó a reír. Daniel
deseaba entrar en acción y no le importaría ya arriesgar su vida
con tal de disfrutarla al cien por cien. En ese momento me percaté
que estaba harto de hacer siempre lo que otros decían.
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