Petronia y Arion "regresan" de dónde quiera que estuvieran...
Lestat de Lioncourt
El cielo de Nápoles estaba cubierto de
nubarrones densos. La lluvia se precipitaría pronto recorriendo toda
la ciudad. Las hermosas vidrieras de la planta superior no tenían la
mágica belleza de otras noches y parecían deslucidas debido a la
tragedia que se había generado tras ellas. Durante años la vivienda
había estado vacía, oscura, carente de recuerdos e incluso carente
de belleza. Porque la belleza de un lugar como aquel era la vida que
tenía cuando llegaba la noche y las luces se encendían junto a la
música y las herramientas eléctrica, de fina precisión y fácil
uso, que se usaban para elaborar las joyas más prestigiosas de toda
Italia.
Los muebles aún estaban cubiertos de
polvo y algunos destruidos por la furia ejercida contra la pared, el
suelo o el propio techo. La lámpara de lágrimas de cristal de
bohemia se había desplomado en la planta superior, justo en el
dentro del hall, mientras que la escalera de caracol parecía invitar
a husmear por las silenciosas estancias que permanecían a la espera
de sus dueños.
¿Cuándo se convirtió aquel lugar en
el paraíso del silencio? ¿Por qué todo se había hundido de ese
modo? Un lugar de columnas de mármol, frescos maravillosos,
elegantes muebles y bellas cortinas que ahora estaban sucias y algo
descoloridas.
La fecha de inicio de la tragedia no
era exacta, pero posiblemente había comenzado por el 2011. Un
murmullo se hizo presente en la biblioteca, la misma que tenía todos
los libros diseminados por el glorioso suelo de mármol, mientras uno
de sus habitantes meditaba solo frente al ajedrez. Era como si las
fichas le hubiesen hablado. Tal vez el rey del tablero se cansó de
proteger a la reina o quizá fue el jinete del caballo que descendió
de su montura, clamó a los cuatro vientos que estaba cansado y echó
a correr por el aire denso de la estancia. Sea como fuese él lo
escuchó primero. Fue un murmullo suave, casi agradable, que acarició
sus hombros y nuca hasta hacerlo sentir amado y embriagado.
Tardó en repetirse ese chispazo un par
de meses y ocurrió en otro de los habitantes. Las herramientas
sonaban como un murmullo bajo en mitad de la noche. Un murmullo que
quedó silenciado por su nombre rebotando en su cerebro. Sus ojos
oscuros miraron a la nada y luego su corazón se convirtió en un
tambor descontrolado, si bien todo quedó en nada y continuó como si
no hubiese ocurrido.
Fue a principios del 2012, en pleno
invierno, cuando una fuerte ráfaga de viento se coló en sus almas
provocando gritos alarmantes del tercer compañero. Los dos colosos
que siempre habían estado en paz entre aquellas paredes, al menos en
calma los unos con los otros, se convirtieron en guerreros
enrabietados. Él, el más joven, se marchó correteando por las
calles buscando un refugio y finalmente alzó el vuelo para no volver
jamás. Ahora espera una llamada que no llega, una pequeña señal a
destiempo, para regresar al lugar que fue su hogar.
Pero esa mansión olvidada ahora vuelve
a cobrar vida. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, uno como el
otro, han regresado tras esa terrible noche donde se lanzaron
terribles acusaciones y rompieron su alma una vez más quedando las
dos mitades casi destruidas. El mito del andrógino era cierto. Ellos
eran almas gemelas que no podían vivir en paz si no estaban juntos.
—Todo está hecho un desastre—susurró
quitándose el gabán para luego remangar los puños de su camisa de
algodón blanco. Su piel seguía siendo oscura, hermosa y seductora,
y destacaba esa noche, como muchas otras, por las prendas elegidas.
—Me pregunto si el resto estará
vivo. Y no, no hablo de nuestros sirvientes. Ellos...—cerró los
ojos y apretó los puños, para luego girarse y mirarlo a los ojos—.
Me pregunto si Manfred y Tarquin están vivos o han sido pasto de las
llamas, de la locura que todos sentimos, de la rabia y la
desesperación de ese ser... Arion, han pasado casi cuatro años.
—No, han sido algo más de cuatro
años—respondió acercándose a esa figura esbelta de trenzado
cabello negro. Bajo esas prendas masculinas se escondía un ser
distinto y hermoso. Jugaba siempre a desconcertar a todos e incluso
él se sentía perdido, desconcertado y abatido cuando le miraba con
la perversidad unida de un hombre y una mujer.
—Sea el tiempo que sea, Arion—murmuró
dando un par de pasos por la estancia—. No sé si pueda vivir de
nuevo aquí.
—Podemos reconstruir todo y hacer del
tormento un nuevo paraíso—dijo acercándose a Petronia.
Giró suavemente su cuerpo para que
ambos quedaran enfrentados. Por primera vez en algunos años podían
contemplar el daño sufrido, los recuerdos revueltos y mutilados como
los muebles y obras de arte que les rodeaba, intentando encontrar una
tabla que los mantuviese a flote en el hundimiento de sus vidas como
si fuese un gigantesco buque en mitad de un inhóspito mar.
—Francamente, yo sólo quiero
recostarme en mi vieja cama y sentir que todo el dolor que se ha
derramado, el cual no hemos podido controlar, ha desaparecido—susurró
en un tono quedo mientras intentaba sosegar su alma—. Me siento aún
un monstruo, ¿aunque alguna vez dejé de serlo?—preguntó
aferrándose a las solapas de su camisa.
—Nunca fuiste un monstruo. Los
monstruos son aquellos que torturaron tu alma y enjaularon tus
sentimientos más hermosos porque temían no lograr alcanzar tu
belleza. Intenta ser firme, Petronia. Intenta ser quien has sido
desde hace siglos y vuelve a las andadas—rodeó su escueta cintura
y estrechó aquel cuerpo tan familiar, de fresco perfume y suave
piel, contra el suyo mucho más corpulento.
En ese momento Petronia olvidó quién
era y qué hacía allí. Dejó que su mente se desconectara para
poder sentir con su piel cada roce. Cerró los ojos profundizando en
el aroma varonil de su colonia y en el tacto de sus labios contra sus
mejillas húmedas. Había comenzado a llorar en silencio y estaba
manchando la camisa de Arion, igual que la suya propia que también
era de un color claro. Ambos parecían dos hombres que habían
logrado huir de una tragedia terrible, tan terrible como las que
acontecían aún hoy en otros lugares del mundo. Las guerras seguían
existiendo aunque su sociedad volvía a ser una balsa de aceite.
Finalmente se entregó por completo a esa dulce sensación y entonces
percibió como la mano derecha de su creador desabotonando su camisa,
y palpando las vendas que aprisionaban sus pechos hasta el borde de
estas. Giró su cabeza hacia la izquierda y permitió que la boca de
su amado maestro rozara su piel, hundiera sus dientes en el trapecio
y sorbiera parte de su sangre. Sus dedos arrugaron más el cuello de
la camisa de Arion y tiró de él sin delicadeza. Abrió sus labios
sin pronunciar palabra y soltó un placentero quejido. Los dedos de
su amante prosiguieron hasta el vientre, se pasearon por el ombligo y
rozaron el vello suave y corto que allí se arremolinaba. Luego, sin
permiso alguno otra vez, desabrochó su pantalón e introdujo su mano
en la ropa interior comenzando a acariciar su sexo.
—Te toca beber a ti—dijo en un
susurro cerca del lóbulo de su oreja izquierda. Petronia sintió
como su vello se erizaba como el lomo de un gato asustado y de
inmediato se arrodilló frente a él.
Observó aquella figura apolínea
aferrándose al cinto de su pantalón oscuro para de inmediato
bajarlo. Arrancó con fiereza el cinturón tirándolo a un lado,
arrancó el botón y bajó el cierre para sacar su miembro
ligeramente erecto. Clavó sus ojos en él una vez más y lamió el
glande, para luego sacar sus colmillos y perforar el sexo.
Rápidamente aquel pene le ofreció una vigorosa y poderosa sangre
que calmó definitivamente todos sus demonios. Sus sensuales labios
rodearon el glande, apretando sutilmente, para luego bajar los
párpados y disfrutar de las sensaciones que transmitía cada glóbulo
rojo. Él gemía bajo aferrado a ambos lados de su cabeza,
manteniendo así el rostro de su amante bien pegado a su entrepierna,
mientras Petronia temblequeaba.
Pasó algo más de un minuto cuando
apartó a Petronia y se lanzó contra su esbelta figura. Sus bocas se
cruzaron una vez más cubiertas de sangre. Sus lenguas se hirieron y
se ofrecieron un beso sanguinolento tan salvaje como placentero.
Por el resto de la noche permanecieron
con la ropa mal colocada y los sentimientos revueltos. Volverían a
Nápoles, reconstruirían las ruinas de su vida e intentarían
sobrevivir pese a todo. Eran milenarios y podían soportar una nueva
tragedia más en su historia.
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