Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 7 de mayo de 2016

Hundimiento

Armand y Antoine son una pareja extraña que están jugando a amar y destruirse. 

Lestat de Lioncourt



—Todo ha acabado—dijo sentado en uno de los bancos del jardín.

—Eso parece—contesté levantando las solapas de mi gabardina—. Louis, ha comenzado a llover. ¿Por qué no pasas dentro?—pregunté observando su rostro de animal desvalido.

Él se había ido despidiéndose de todos con la promesa de una reunión en tan sólo unos meses. Louis pudo irse con él pero el orgullo le frenó. El mismo orgullo me frenaba a mí para ir a buscar a Marius. La última noche que habíamos compartido todos la pasé en compañía de Daniel Molloy, mi creación y mi viejo amante mortal, el cual me aseguró que cuidaba a Marius con todo su corazón pero que sabía que sus brazos eran para otro. Aceptó que sólo yo era capaz de consolar los viejos demonios de aquel terco milenario que aún, en lo más profundo de mi corazón, amaba de algún modo. Quería ir hacia ese hijo estúpido y terco del grandioso y perdido Imperio Romano, tomarlo del rostro y jurarle que todo lo que habíamos vivido había sido necesario, que perdonaba sus viejas y malas acciones, y que jamás olvidaría todo lo bueno que hizo. Pero me negaba a ello. Sabía que si volvía a verlo me desmoronaría. Louis y Lestat poseían una historia mucho más cercana, apasionada, sincera y poderosa. Jamás he visto a dos inmortales pelear de ese modo con los ojos llenos de un amor incondicional, deseando que uno parase de hablar para poder callarlo con algo más que un fuerte bofetón o una estruendosa puerta cerrándose tras sus espaldas.

Todavía lo recuerdo. Recuerdo ese momento en el cual se levantó del banco y pasó como un alma en pena hacia el salón principal, dejó el ejemplar de sus memorias en la mesilla y se marchó a deambular por las calles aledañas. Sybelle simplemente dejó de tocar para recostarse en su habitación a revisar la historia de Louis. Ella admiraba la bondad que podía desprender aquel hombre, pero era incapaz de observar la malicia que yacía en el fondo de su pecho. Louis era un cínico que amaba sufrir y yo era un idiota que no podía dejar de olvidar un pasado que me abría heridas profundas.

Antoine guardó su violín y se aproximó al piano acariciando las teclas. Observaba el instrumento perdido por completo en sus pensamientos y pequeños recuerdos. Frente a mí tenía a un joven de unos diecinueve años, espigado y de cabello negro ondulado que caía hasta la cruz de su espalda. Era simplemente perfecto. Lestat había encontrado la reencarnación de un fantasma. Sus labios parecían seductores y su cuerpo temblaba ante el contacto con la música.

Pensé en todo lo que habíamos vivido noches atrás, en todo lo que estaba por vivir y ahora esos pensamientos me parecen vacíos e insignificantes. Sé que escribir todo esto no me hará ser mejor persona, ni me ayudará a salvar mi caída y tampoco limpiará las heridas que he causado ya. Meditar aquella noche observándolo me permitió saber que lo amaba, pero que jamás sería como mi primer amor y eso ha hecho que caiga en brazos de Marius en un par de ocasiones ayudado por el tratamiento de Fareed.

Anoche nos quedamos a solas nuevamente. Hacía varios meses que no teníamos la oportunidad de guardar silencio si queríamos, de herirnos con miradas acusadoras y de ofrecernos palabras llenas de amor pero cargadas de dolor. Antoine sabía que yo había caído repetidamente en las tortuosas profundidades del podrido amor de Marius.

—Fareed me ha dado nuevas inyecciones—dijo mirando la pequeña caja que había dejado sobre la mesa auxiliar del salón—. Puedes usarlas con Marius y así él no gastará de las suyas con Daniel. Al menos que uno de los amantes no sufra, ¿no es así?

—Yo te amo, Antoine—dije incorporándome de mi asiento para sentarme a su lado—. ¿Por qué me crees capaz de caer otra vez? Ya no ocurrirá nuevamente—mis brazos rodearon su cuerpo con fuerza mientras aguantaba mis lágrimas y todos los oscuros demonios que se alimentaban de ella.

—Ya no me creo tus disculpas—respondió.

—Haré lo que desees...—susurré arrodillándome frente a él.

Mis palabras no eran vacías esta vez. Realmente haría cualquier cosa porque él me perdonase y volviese a mi lado con la confianza suficiente en mi amor. No había respetado nuestros sentimientos por culpa de viejos recuerdos que jamás debí recuperar. Había apostado erróneamente y ahora tenía que pagar cada gesto por estúpido que hubiese sido.

—¿Lo que desee?—preguntó agarrándome del pelo con la mano derecha—¿Lo que desee has dicho?

Asentí lloroso porque de inmediato comencé a llorar. No podía reprimir ese sentimiento que oprimía mi pecho y me hacía sentirme débil frente a él. Había cometido el mayor de los delitos. Sus dedos se enredaron en mis ondulas y sus ojos claros se hundieron en los míos. Me sentí perdido en aquella inmensidad azul y quise ahogarme en ellos. Sin embargo, sólo sentí como tiraba de mí mientras se incorporaba y recogía las inyecciones.

Con paso firme, pero no rápido, subimos las escaleras. Él iba delante y yo detrás convertido en una mascota rezagada. Sentía como tiraba fuerte de mi pelo debido a la rabia que contenía en cada uno de sus movimientos. Cruzamos el pasillo principal pasando por la puerta donde Benjamín desarrollaba su programa de radio, para luego entrar en mi sala de audiovisuales y experimentación.

—Enciende las cámaras—dijo—arrojándome a un lado de la habitación—. Te he dicho que enciendas las cámaras.

—¿Para qué?—preguntó.

—Enciéndelas y haz que graben todo lo que va a ocurrir aquí. Deseo conservar una copia de esas lágrimas tan falsas que derramas—contestó.

Sabía que Antoine podía ser peligroso si alguien lo llevaba al borde de la locura, pues había visto esa misma mirada de odio y rabia en otros ojos hacía siglos. Nicolas me odiaba del mismo modo que él estaba empezando a hacerlo, o al menos así lo sentí en esos mismos instantes. El problema era que yo amaba a Antoine y necesitaba que volviera a amarme.

—Te he dicho que las enciendas—dijo colocando la caja sobre un pequeño escritorio de metal donde guardaba mis apuntes, algunos archivos comprometedores, cintas de VHS muy viejas y diversos USB con información diversa—. Armand, hazlo ahora mismo.

Por alguna extraña razón siempre me siento excitado cuando me obligan a hacer algo en lo que no creo. Tal vez es un pequeño trauma que provocó Marius siglos atrás y que se desarrolló aún más con Santino, pero el sometimiento siempre ha provocado una dosis alta de placer para mí. Así que me moví rápido encendiendo las cámaras que enfocaba una pequeña mesa de metal con cuerdas, cadenas y diverso instrumental médico que usaba para mis disecciones y pequeños experimentos con humanos y vampiros.

—La ropa fuera—dijo mientras preparaba las inyecciones.

Obedecí de inmediato dejando la ropa tirada a mis pies y permití que viese mi cuerpo desnudo, casi sin vello y de marcadas caderas. Realmente no tenía un cuerpo extremadamente masculino. Él sonrió perversamente mientras se acercaba a mí con una dosis elevada en una jeringuilla. No dudó en tomar con su mano izquierda mis testículos mientras clavaba la aguja, presionando el émbolo hacia el final, para ofrecerme una cantidad ingente de hormonas directamente a mi sexo. Gemí de dolor porque es una zona sensible y mis lágrimas comenzaron a ser de rabia, dolor, excitación y necesidad.

—Súbete a la mesa.

Ni siquiera me miró cuando me ordenó aquello. Yo obedecí. Me subí en la mesa similar a las que se podían encontrar en quirófanos y centros de salud. Él me ató con las cuerdas porque sabía que eran cabellos trenzados de Maharet. Ella me había regalado las cuerdas con las que ató a Lestat. Unas cuerdas rojas, resistentes y ligeras que me ayudaban a mantener a mis víctimas inmóviles como yo en esos momentos.

Él no se desnudó ni se inyectó, pues tan sólo fue hacia las toallas de gran tamaño y las empapó en la pequeña pila que tenía para limpiar la sangre de mis manos, utensilios y demás materiales. Después, si escurrir ni una gota, me colocó la toalla en la cara provocando que sintiera cierta asfixia. Hizo aquello varios minutos mientras intentaba resistirme inútilmente. Luego se dedicó a tirarme cubos de agua helada sobre mi torso. Mi espalda no podía siquiera despegarse medio milímetro del metal de la camilla. Tenía los ojos llenos de lágrimas y mi boca parecía la de un pez fuera del agua.

—Lo siento—murmuré—. No volveré a caer en sus brazos—aseguré.

—Eres una fulana cuyas mamadas son gratuitas para su querido Maestro, pero no piensa en el injusto y caro precio que pagamos otros por ellas—dijo con rabia antes de quitarse la correa y ofrecerme más de veinte golpes seguidos. Tras el último llegué al orgasmo por la excitación que sentía mi cuerpo cuando percibía una tortura similar, pero no fue una eyaculación del todo placentera.

Me dolieron más sus palabras que los correazos. Sentí que mi alma se quebraba en mil pedazos convirtiéndose en un montón de recuerdos insignificantes. Había destruido al hombre que me amaba con la ternura que nadie me había ofrecido y lo había convertido en un monstruo similar a los que tanto me excitaban.

Finalmente vi como él se inyectaba y desataba mis extremidades únicamente para acercarme al borde, abrirme las piernas y colocar mis tobillos sobre sus hombros aún cubiertos por su hermosa chaqueta blanca. No se había quitado la ropa pues sólo se bajó la cremallera para penetrarme.

—Antoine...—dije intentando llamar su atención para que regresara la ternura a sus manos, pero lo único que logré es que me girara sobre la mesa y me penetrara con furia.

Cada estocada era terrible. Sentía como rompía mi cuerpo y sometía mi alma con rabia. No vi amor en sus acciones pues no encontré sus sensuales caricias, sus besos tiernos y su mirada apasionada rogándome ser amado una y otra vez. Lo único que hallaba eran las cámaras y monitores mostrando esa terrible humillación con él sobre mí, sometiéndome a sus delirios, mientras intentaba que ese momento impúdico fuese el último. Sin embargo, por mucho que me doliera todo lo que ocurría en esa habitación, me excitaba y eyaculé justo antes que él lo hiciera en las profundidades de mi ser.

—Muévete—dijo saliendo de mí—. Ahora quiero que te muevas rápido hacia los aparatos de grabación, recojas los archivos y los envíes al correo que te voy a ofrecer.

—¿Qué?—susurré confuso y agotado. Estaba vivo pero muerto por dentro. Él me había destruido en medio de un ritual violento al que no me tenía acostumbrado.

—Deseo que él vea quien es tu dueño y que no volverás a morder la mano que te da de comer.


El correo electrónico era de Marius. Recientemente Benjamín había creado cuentas para todos los inmortales. Deseaba que estuviéramos pendientes de los correos electrónicos, llamadas y diversas páginas de información. Teníamos que reportarnos una vez por semana. Así que Antoine sabía que vería tarde o temprano el vídeo, que tendría que soportar verme de ese modo, cumpliendo así una venganza dulce y monstruosa.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt