Una vieja carta que me entregó Eleni. Es increíble que aún la conservara.
Lestat de Lioncourt
París me mostró su lado perverso y
acepté su sabor a herejía. No sólo acepté que no deseaba pudrirme
entre documentos, juicios y pelucas empolvadas viviendo cómodamente
en una burguesía esclava del dinero, el escaso tiempo y un
matrimonio por compromiso social. Yo ansiaba ser libre y hundirme en
el pozo de la desesperación, porque necesitaba algo que envolviera
mi locura y le diese una forma artística por pérfido que fuese.
Acepté la música como única escapatoria. Cuando tuve un violín en
mis manos por primera vez creí que el mundo al fin se abría ante
mí. Comprendía que ya era demasiado adulto para ser un excelso
violinista. Ya había cumplido mis dieciocho años y era imposible
volver atrás en el tiempo. Pero al regresar con él bajo mi brazo,
aceptando incluso los golpes e increpaciones de mi padre, conocí
algo más satisfactorio y cruel para mi alma. Conocí el amor.
Besos a escondidas, caricias a plena
luz sólo cuando nadie observaba y encuentros bajo unas sábanas
desconocidas o en un cobertizo donde nadie pudiese siquiera pensar
que dos hombres se abrazaban satisfechos. Éramos un escándalo que
recorría las calles del pueblo. Todo el mundo empezaba a sospechar
de nuestra amistad tan íntima. Mi violín sonaba todas las noches
para ti igual que mis gemidos. Te convertiste en una antorcha que me
quemaba e iluminaba el mundo que siempre había estado a oscuras.
Eras mi amor.
Me ilusioné como un niño pequeño
ante una promesa de su padre. Creí cada palabra que salía de tu
boca. Acepté nuestro compromiso para huir a París. Pero allí, en
esa ciudad que comenzaba a ser el epicentro de la revolución
cultural y social, descubrí que tú me ocultarías del resto del
mundo como si te avergonzase. Comenzaste a triunfar como actor y yo
quedé en el foso de los músicos. Permanecí allí escuchando tus
correrías con las actrices y viendo como devorabas sus senos cuando
estos se ponían a tu disposición tras la tramoya. Tuve que soportar
ser tu segundo plato.
Si escribo esta carta es porque
necesitaba gritar la rabia. Te he ofrecido quedarte a mi lado
pensando que esta vez te quedarías. Tú me has dado una nueva vida
aunque sin que creas que la merezco. Este teatro, el que tuvo que
contemplarnos cayendo en desgracia, lo convertiré en el epicentro de
la vida cultural de esta sociedad podrida. Aceptarán mis
espectáculos llenos de horror y libertad. No importa si regresas
porque si lo haces yo seré distinto porque me reinventaré cada
noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario