Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 30 de junio de 2016

La historia se repite...

Marius está defendiendo lo que es "suyo" o más bien "cree suyo". 


Lestat de Lioncourt


—¿Podríamos hablar?—pregunté interrumpiendo su animada charla consigo mismo. Se lamentaba por el crimen que había cometido contra Maharet, pero aún no tenía agallas de aceptar o asimilar que había hecho algo similar con Khayman. Él aún distinguía entre “civiles” y “guerreros” como si aquel pobre milenario, el cual lideró durante años una resistencia que acabó protegiéndonos a todos, no hubiese sido usado como un mero juguete de un espíritu aterrado y adolorido—. Desearía hablar contigo sosegadamente—afirmé.

—Por supuesto—dijo incorporándose.

Estaba de rodillas reclinado contra un pequeño altar vacío de dioses, flores o libros sagrados. Había tomado aquel pequeño rincón olvidado en la capilla familiar del castillo Lioncourt, en mitad de una importante reunión de la cúpula de vampiros más poderosos o influyentes, para meditar y orar por sus estúpidos planes. Su rostro era bondadoso pero sus ojos aún tenían la frustración de una guerra mal trazada. Había escuchado grandes cosas de él y de su reino oculto a los ojos y oídos del hombre, y que ahora no existía ni siquiera sus pedazos, pero también tenía conocimiento de su hipocresía.

—Me pregunto qué problema tienes con mi Amadeo—dije acomodando la toga que había elegido para esa noche.

Siempre que llegaba a mis reuniones me desvinculaba de las ropas bárbaras que solían usar los hombres modernos. Dejaba atrás mis camisa de seda en tonalidades borgoña o cereza, me arrancaba los pantalones clásicos de color oscuro y los zapatos cerrados para huir a mis viejas prendas. Incluso me deshacía de la ropa interior que me impedía sentirme libre.

—Dirás Armand—indicó en tono sosegado mientras remangaba las mangas de su pulcra y sencilla camisa blanca—. Él ya no se considera Amadeo y tampoco cree ser tuyo.

—Lo que él crea poco me importa—aseguré—. A mí sólo me interesa saber los motivos que te llevan a desear su muerte.

—Es fácil...—susurró con una sonrisa diabólica.

—Adelante, ilumíname—contesté abriendo los brazos encogiendo mis hombros.

—Él incapacitó el buen juicio de mis creaciones y acabaron siguiendo su desdichada religión. Algunos de ellos acabaron muriendo—hablaba desde la rabia y el desconocimiento.

Armand jamás torturó a sus seguidores. Él sólo adoctrinaba en su fe, la cual creía cierta, a todo aquel que se acercaba y lo escuchaba como si fuera un Mesías surgido de los infiernos. Aquel rostro dulce, de querubín o niño de coral de iglesia, provocaba que todos quedaran convencidos y asombrados por la sensatez de sus palabras. En algo debían creer cuando la muerte se volvía pesada y la vida parecía olvidada en un pozo de recuerdos llenos de amargas lágrimas.

—Ellos pudieron resistirse—respondí.

—¡No si los secuestran!—exclamó.

—Eran libres de ir y venir—dije.

Era cierto salvo con Magnus. Él sabía que era peligroso aquel hombre enajenado por su horrendo rostro y cuerpo lleno de desgracias. Era un portentoso alquimista con un cerebro privilegiado, pero también era un tullido de rostro de gárgola y mirada aviesa. Sabía que estaba decidido a romper la organización desde la base y por eso lo siguió. Y no le faltaba razón. Magnus creó a un guerrero importante cuya espada eran sus filosas palabras.

—¡Eso no lo sabes!—espetó.

—Lo sé porque siempre estuve vigilándolo—admití para su asombro.

—Ah... así que es cierta tu cobardía—susurró.

¿Mi cobardía? ¿Y qué había de la suya? En ningún momento fue a por sus hijos, sus amigos y seguidores. Ellos, que confiaron ciegamente en él, fueron abandonados a su suerte.

—Simplemente me di cuenta que éramos incompatibles en creencias—dije con cierta amargura en la punta de mi lengua—. Él estaba demasiado influido por una vieja doctrina renacida en su pecho como si fuese la semilla del mal.

—Claro, pero mientras tanto otros sufrían las consecuencias de su abandono y dolor—se había incorporado y girado hacia mí para enfrentarme. Realmente deseaba desafiarme.

—Sigue pensando lo que quieras. Yo sólo he venido a advertirte—mi tono de voz cambió dejando atrás la amabilidad. Estaba profundamente molesto por su actitud. Sabía que Amel ya no regía en su mente y era él quien hablaba con todas las consecuencias de este aciago mundo.

—¿Tú a mí? Eres mucho más joven que yo—dijo carcajeándose.

No me importaban sus casi 6.000 años. No me interesaba lo que pudiese haber hecho en aquel lugar perdido de la jungla, entre manglares y ruinas reconstruidas con la pasión metódica que únicamente sabía tener Maharet, porque sólo podía pensar en proteger a quien amaba.

—Tengo a Lestat de mi parte, Rhosh—le aseguré.

—Prosigue...

Sabía bien que eso le detendría para escucharme.

—Si pones tus sucias manos sobre Armand o sobre cualquiera de mis creaciones, pero especialmente sobre mi muchacho, te juro que no descansaré hasta que sus sesos y entrañas decoren el suelo de mi palacio veneciano—dije con mis ojos de frías tonalidades azules clavados en los suyos como si fuera un infierno glacial.

—Ah... italiano tenías que ser... Se nota que el espíritu de la mafia viene de antiguo.

—Sólo te advierto—aseguré antes de marcharme para regresar al consejo de sabios que se estaba celebrando.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt