Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 28 de junio de 2016

La verdad

Hoy se dará visibilidad a la transexualidad e intersexualidad porque son las siglas menos escuchadas en la LGTBI como si "no existieran" o sólo estuvieran de adorno. 

Como bien saben soy hombre transexual. No tengo miedo ni vergüenza de aceptarlo. Hace tiempo lo dejé claro y ahora lo vuelvo a decir con mayor fuerza. Petronia lo llevo yo y espero que acepten este texto con comprensión.

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¡Arion y Petronia! Me encantan. 

Lestat de Lioncourt 


—Soy un monstruo—afirmé.

—No. No veo un monstruo—respondió jugando con uno de los peones que aún se encontraban sobre el tablero. Llevaba horas con esa partida de ajedrez. Parecía ensimismado pero en realidad estaba atento a todo lo que yo hacía o decía.

—Desearía acabar con todo esto—dije jugando con el collar de camafeo que llevaba alrededor de mi cuello.

Fuera la noche parecía agradable ahí fuera, pero dentro de aquella habitación yo sentía que el mundo se caía sobre mis hombros. Yo no era Atlas para soportar el peso sobre la espalda de mi alma hundiéndome contra el suelo como si no importara nada. Ni siquiera podía estar seguro de soportar el silencio que ocasionalmente había entre ambos.

—¿Con qué?—se apartó del tablero y se incorporó.

—Con esto—susurré con la voz quebrada.

—¿Con nuestra relación?—preguntó acercándose a mí. El sonido de sus pisadas eran como clamores de serafines y querubines alrededor de Dios. ¿Yo era su Dios? No, él era el mío. Él era mi Dios porque yo hacía tiempo que deposité mi fe en él y jamás me había defraudado.

—No, Arion. Jamás podría abandonarte...

Me faltaba aire y ánimos. Estaba hundiéndome de nuevo en el lodo. Siempre salía a flote aferrándome a la esperanza, al amor que mantenía ante aquel hombre de piel oscura y rasgos bondadosos, porque si no lo hacía dejaría que mis sueños se murieran cubiertos en brea.

—¿Entonces?—susurró tomándome del rostro.

—Estoy harto de ir de un género a otro—contesté—. Cansado de mostrar una apariencia según me convenga. Me duele verme al espejo y observar algo que no soy. Estoy atrapado en mitad de una línea muy frágil y siento que mi corazón estalla de rabia y miedo.

—¿Y qué deseas hacer? ¿Acaso piensas en destruirte?—noté como rápidamente salía de la calma para adentrarse en unos infiernos cargados de desesperación—. ¡Petronia!

—No. Antes creía que no había solución... —respondí aferrándome a él dejando mis temblorosas manos sobre sus anchos hombros—. Nunca veía una salida a este dolor—dije con la voz quebradiza y las lágrimas aflorando como si fueran un pequeño manantial—. Si me mantuve con vida fue por ti, pero la indignación y el dolor seguían ahí.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Dónde piensas llegar?—sus manos eran cálidas y suaves, a pesar de su piel gruesa y algo rugosa, pero aún más cálida era su mirada que parecía rogarme para que yo volviese a la calma. Se entregaba a mí de forma absoluta y yo sólo quería desvanecerme entre sus brazos—. Háblame—exigió en tono dulce.

—Arion han pasado muchos años desde que nos conocemos—puse mis manos sobre las suyas y las coloqué en mis caderas entretanto apoyaba mi frente sobre su torso—. Para ti he sido siempre una mujer—dije tras un breve suspiro lleno de ansiedad—. He permitido que me trataras como una arrancándome a tiras el sufrimiento para envolverme entre tus caricias. Tú has hecho que me sienta cómodo pese a todo, pero es un espejismo porque no lo soy—afirmé con el corazón en la mano mientras lo rodeaba firmemente como si fuese a caerme allí mismo—. Uso una máscara masculina para luchar contra el mundo, aplasto el dolor con determinación y autosuficiencia, pero tú no lo ves. No ves la realidad. No es sólo una máscara. Esa máscara es la realidad—dije al fin.

—Te he aceptado siempre—murmuró—. No entendí jamás que eligieras para mí un género, ¿acaso importa el género tanto como para amar a otra persona?—preguntó antes de dejarme un pequeño beso en los labios.

—Arion...

—Deja que bese tu cuerpo porque sé que el amor puede atravesar la piel y llegar al alma—sus labios rozaron mis mejillas manchándose con mis lágrimas sanguinolentas. Su aroma me arrancaba pedazos de dolor mientras sus manos acariciaban mis costados. Pronto lo tuve pegado a mi cuello y a mis clavículas. Besaba cada parte de mí como si me quisiera bendecir con su amor.

—Deseo contactar con cierto vampiro vinculado con la cirugía y la ciencia que podría ayudarme...—dije al fin.

Había leído las últimas andanzas de “Príncipe Lestat” y si alguien podía ayudarme era el doctor, científico y vampiro hindú llamado Fareed. Este cirujano había sido convertido por el hijo biológico de Akasha hacía algunas décadas. Era un vampiro joven pero poderoso y lleno de experiencia en el ámbito de la medicina. Quería salvar a vampiros y solventar sus problemas. A muchos compañeros, por llamarlos de algún modo, les había ayudado a restaurar sus cuerpos o les devolvió la vista. Yo quería que me convirtiera en el hombre que realmente era. Arion debería aceptar mi verdadera identidad.

—Hazlo. ¿Por qué no deberías?—preguntó arrodillándose para besar mi bajo vientre rozando con su nariz mi ombligo.

—Por miedo a que me dejaras—dije casi sin voz.


—¿Cómo podría dejar al ser que ilumina mis noches?—susurró.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt