Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 27 de junio de 2016

El hijo prodigo.

Mucho drama y poco pedir disculpas como se merecen... No, Marius, yo te admiro pero la estás cagando. ¡Despierta! 


Lestat de Lioncourt 


Hacía años que no recorría aquellas calles que una vez me invitaron a soñar con una vida pública, cargada de fiestas y encuentros de todo tipo. Recordaba a los mercaderes reír mientras bebían y comían opiparamente en las tabernas, las mujeres perfumadas que acudían hacia las fiestas en carruaje o las pobres desengañadas que tenían que servir las jarras de vino, también los muchachos correteando cerca de los burdeles intentando alcanzar unos senos demasiado apetecibles por no decir, claro está, de la podredumbre de ciertos barrios y del olor insoportable de los canales. Estaba de nuevo en Venecia, pero era una Venecia deslucida por el tintineo de letreros de neón, luces eléctricas y bullicio estruendoso de fiestas insípidas.

Mis recuerdos transportaron mis pies y me hicieron ir hasta el lugar donde se hallaba mi viejo palacio veneciano. Había logrado reconstruirlo hacía algunos años pero no había tenido la valentía de cruzar su portón, entrar en las salas y contemplar nuevamente la belleza de su estructura. Si bien estaba allí para conmemorar mi resurgimiento. Era de nuevo un hombre completo y no me sentía un monstruo oculto tras una hermosa máscara. Tomé aire, coloqué mis manos sobre la cerradura e hice mi truco mental favorito. Aprendí hace tiempo lograr abrir cerraduras por difíciles que fuesen.

Nada más entrar cerré la puerta y caí de rodillas en la entrada. Me abracé a mí mismo respirando profundamente el olor que poseían sus muros, el polvo acumulado en el suelo y la fragancia del jardín interior que poseía. Era un jardín salvaje lleno de malas hierbas pero también de flores aromáticas típicas de Italia. El hijo pródigo había regresado a casa.

Mis dorados cabellos caían sobre mi torso rozando la camisa color borgoña que había logrado adquirir hacía unas noches. Odiaba llevar ropa bárbara como esos elegantes pantalones que se ajustaban demasiado a mi entrepierna y trasero invitándome a no sentirme libre. Por ese motivo nada más incorporarme me quité la ropa y comencé a caminar desnudo.

La tenue luz nocturna entraba por las ventanas desprovistas de cortinas. Podía verse las distintas entradas y galerías, así como la belleza del deteriorado jardín, conmoviéndome hasta el borde de las lágrimas. Mis manos no tardaron en colocarse sobre las paredes palpando cada tramo mientras pensaba en las viejas conversaciones, en los antiguos sueños que yacían enterrados por algún lugar de las baldosas de mármol que pisaba, y en los suspiros lacónicos de un querubín que ya no podía señalar como mío. Fui Dios entre aquellos muros, un Mesías para mis muchachos, un mecenas para el mundo y un idiota para el resto que desconocía el miedo que torturaba mi alma y la ira que la encendía.

Finalmente subí hasta los que fueron mis aposentos acariciando el pasamanos de la escalera. El sonido de mis pasos hacían eco en mis oídos mientras tarareaba los viejos vals que entonaban los músicos que yo contrataba, así como aquellos que acudían sólo para ganarse cierta fama y por un poco de vino, dejando que mi alma se evaporara del presente y se trasladara a un pasado demasiado pomposo y deseable. Me engañé a mí mismo por unos segundos al cerrar los ojos y abrirlos nuevamente en la puerta de la que fue mi habitación.

Por un instante vi mi cama con aquel dosel borgoña de encantadores bordados de hilo de oro, el escritorio de roble y las cortinas hondeando gracias a la brisa proveniente de los canales. Noté incluso la calidez de las alfombras, el exacerbado decorado de las molduras y los adornos de los muebles, así como pude ver mi reflejo en el espejo de cuerpo entero que estaba cerca de uno de mis armarios. Pero la visión que hizo temblar los cimientos de mi alma y cordura fue su cuerpo tendido en ofrenda entre las sábanas de seda. Casi estuve a punto de correr a su encuentro hasta que me dije a mí mismo que sólo eran recuerdos. Comencé a llorar apoyado en el marco de la puerta antes de volver a la realidad observando el vacío lóbrego de la sala. No había candelabros de oro, ni muebles de lujo y ni mucho menos mi amado Amadeo esperando que su Dios, su Apolo, entrara en la habitación para robarle un beso de amor.


Acabé recostándome en el suelo de esa estancia con los brazos en cruz y el rostro bañado en lágrimas. Pensé en todas mis derrotas y también en la virtud de seguir caminando pese a todo. Aún así me derrumbé pensando que la vida era injusta y cruel como las llamas que consumieron todo, como el monstruo que me arrancó la pieza de arte más preciada de mi colección...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt