Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 26 de junio de 2016

Tu boca y la mía

Esto es... ¿pasó? ¿En serio? ¡Estas memorias me dejan en shock! 

Lestat de Lioncourt


—Hacía tiempo que no te veía por aquí—dije mientras podaba aquel enorme seto.

Hacía algunos años que Tarquin Blackwood había desaparecido de la ciudad acompañado con Mona. Ambos se habían esfumado como el humo de uno de mis cigarrillos dejando tan sólo el pérfido perfume de la muerte en los cadáveres que habían sido devorados por los caimanes, enterrados en parcelas vacías del cementerio o simplemente abandonados en callejones en posturas indecentes. Yo sabía que eran dos vampiros jóvenes con poderes superiores a los que cualquier chiquillo en las sombras y una sed insaciable. Sin embargo también quería creer que era imposible que desaparecieran para siempre. Tenía fe en volver a verlos.

Aquella noche él apareció de improvisto con las manos metidas en los bolsillos de su elegante pantalón negro. Llevaba las mangas de su blanca camisa de algodón remangadas hasta el codo y dejaba ver su piel suave y blanquecina sin apenas vello, pero con unas venas marcadas debido a la sed. Sus ojos azules, tan profundos como los océanos, recorrían mi figura esperando que dijese algo más que un simple saludo.

—Sí, ha pasado mucho tiempo—respondió.

—¿Y Mona?—pregunté agachándome para hundir mis dedos en la tierra removida intentando comprobar que el sistema de regadío estaba funcionando.

—No lo sé. Hace unos meses nos separamos—dijo.

—¿Y cuál fue el motivo?—me incorporé sacudiendo mis manos para girarme y verlo al fin cara a cara, sin miedo al peligro, porque sentí que necesitábamos tener claras nuestras posiciones al respeto de su fuga—. ¿Te cansaste de ella?

—Ella se cansó de mí—explicó—. Necesitaba cambiar de aires y yo quería quedarme por siempre en Japón. Decidimos recorrer Asia tras las quemas. Queríamos ver algunos países y disfrutar del choque cultural, pero al parecer quería ir a Europa de nuevo e investigar los lugares donde se originó la historia de nuestra familia.

—Claro...

—También es mi familia, Mich. Soy tan Mayfair como el resto de vosotros—comentó sacando las manos de los bolsillos para dejarlas a ambos lados de su cuerpo. Era el mismo muchacho delgado de aspecto celestial y bondadoso que yo había conocido. Sentí que mi corazón daba un vuelco. Yo había envejecido esos años y ya no era un hombre de cuarenta años, sino que estaba alcanzando una época dorada. Estaba a punto de alcanzar la edad de la jubilación, pero detestaba sentirme un trasto viejo y sin alma. Él seguía siendo joven.

—Michael, ¿cómo está Rowan?—preguntó.

—Bien, trabajando—respondí sin muchos ánimos. Nuestro matrimonio era casi una condena para mi mujer. Ella me quería, pero no había pasión. Hacía años que no teníamos relaciones aunque yo me consolaba con poder estrecharla contra mi cuerpo las pocas horas que compartíamos en la cama—. Yo también sigo trabajando.

—¿Y Nash?—murmuró muy bajo.

—Sigue vivo pero es muy viejo—dije—. Tu tío y tu hijo han sido educados por él, como bien sabes, y son unos jóvenes excepcionales. Ambos tienen unas notas excelentes. Jermone hará un máster el próximo año—coloqué mis manos sobre las caderas y esperé que él respondiera.

—Algo de eso sé—contestó—. ¿Podemos hablar dentro?

—Sí, claro—carraspeé—. Ya es tarde para seguir con el jardín, pero no tengo mucho tiempo de hacerlo por las mañanas.

La casa seguía siendo nuestra. Aunque habíamos encontrado una nueva heredera esta no deseaba aquella mansión debido a todo lo que había ocurrido tras sus muros. Todos pensaban que estaba maldita. Supongo que tienen bases sólidas debido a los múltiples fantasmas y asesinatos cometidos bajo su techo. Él la contempló antes de entrar como si intentara averiguar el motivo por el cual no nos mudábamos y después entró conmigo hasta el salón.

—¿A qué se debe tu visita?—pregunté dirigiéndome hacia la cocina para sacar una cerveza fría de la nevera.

Seguía siendo adicto a un trago o dos por las noches, para templar los ánimos. Ese sabor amargo electrocutaba mis neuronas y me hacía olvidar por un instante todo el dolor que tenía que soportar. Supongo que así somos algunos hombres, ¿no? Somos tercos para aceptar que estamos dañados, hundidos y desesperados.

—Quería verte—respondió—. Necesitaba a alguien conocido.

—¿Y ese vampiro amigo tuyo?—dije tomando asiento en el mismo sofá donde él se había acomodado.

—Ocupado—dijo.

—Vaya...

—Siempre me has parecido un hombre atractivo—aquella frase me sorprendió—. Las canas te han aportado una belleza casi idílica muy masculina, seria y curtida—expuso entretanto paseaba sus ojos por toda mi figura—. Yo nunca llegaré a ser un hombre adulto.

—No, no lo serás—respondí sin saber si agradecer o no el halago.

—¿Te siguen atrayendo los cuerpos jóvenes?—preguntó provocando que soltara la lata de cerveza y la dejara en la mesilla aledaña al sofá—. ¿Te atrajeron alguna vez los hombres?

—¿Qué estás intentando?—mascullé confuso. No sabía adónde demonios quería llegar.

—Los vampiros ahora podemos tener relaciones sexuales satisfactorias—comenzó a explicar dejándome atónito—. Mona ya no está en mi vida y no puedo experimentar con ella. Ella es una mujer, Mich. Siempre me he considerado bisexual y jamás he podido tener a un hombre sometiéndome a sus caprichos—su mano derecha se colocó sobre mi torso comenzando a juguetear con el segundo botón de mi camisa, el cual era el primero que cerraba la prenda—. Pensé en ti. Pensé en ti cuando tuve esas hormonas en un pequeño estuche. Supuse que tú podrías satisfacerme debido a tu historial...

—No pienso ser infiel a mi mujer—dije alterado.

—¿Y si te digo que sé que has estado jugando con cierto macho Taltos?—murmuró soltando el botón para comenzar a subirse sobre mis piernas.

Su boca se pegó a la mía y mi lengua se delató sola. Acepté ese beso como si fuese un pérfido encantamiento. Mis manos ásperas comenzaron a desnudar su suave piel. Él jadeó cerca de mis labios cuando detuvo el beso para mirarme absolutamente desvergonzado. Yo me excité tanto que mi miembro empezó a tener forma y él aprovechó eso para abrir mi camisa de un sólo jalón. Hundió su rostro en mi torso y comenzó a deslizar su lengua por mis sensibles pezones, mi abdomen y finalmente la zona baja de mi ombligo. Al final dejé que me sacara el cinturón y bajara mis vaqueros para sacar mi sexo de entre la ropa interior. Pude sentir su aliento golpeando el glande mientras me miraba a los ojos. Me perdí en su mirada llena de lujuria cuando decidió iniciar una masturbación deliciosa con su boca. Como todo hombre sabía como hacerlo para que otro se revolcara de placer bajo ese magnífico toque de su lengua.

Frente a mí estaba una enorme librería y en ella había fotografías de mi mujer recogiendo diversos premios sobre avances en neurocirugía y medicina, los cuales se los concedieron por la prevención de ciertas enfermedades neuronales, así como otras conmigo en nuestra boda o diversas reuniones familiares. Podría haberme detenido cuando miré la estantería repleta de recuerdos pero sólo hundí aquella cabeza con rizos espesos. Dejé que mis dedos se colaran entre sus cabellos y comencé a mover sutilmente la pelvis.

Noté como el vello que coronaba mi pene rozaba su nariz y su aliento ligeramente cálido lo acariciaba. Mi cabeza se echó hacia atrás sintiéndome perversamente desesperado. Él logró apartarse entonces para desnudarse frente a mí. Su cuerpo era delicado para ser el de un hombre. Aunque por supuesto él no podía considerarse un hombre adulto ya que sólo era un muchacho de veinte años cuando fue transformado en un vampiro.

—Ven aquí...—ordené.

—Espera—respondió sacando de uno de sus bolsillos un pequeño paquete. Ahí había una inyección de un líquido espeso que no dudó en inyectar en su brazo derecho, para luego acercarse a mí jadeante. Se subió a mis piernas y rozó su entrada contra mi miembro. Pude percibir con mi glande su estrecha entrada. Entonces lo supe. Comprendí que tenía que penetrarlo. Agarré mi pene desde la base y acerqué la punta a su ano. Él en un pequeño movimiento, similar a un salto, acabó penetrado moviendo sutilmente sus caderas para que yo le ofreciese el placer que tanto ansiaba. No gritó, pero sí gimió afeándose a mí pasando sus brazos por mis hombros.

—Voy a ser tu puta—susurró jadeante cerca de mi boca para lamer mis labios de comisura a comisura—. Tu deliciosa puta—añadió mientras emprendía un ritmo desesperado con sus caderas.

Por mi parte lo agarraba de los glúteos intentando seguir su ritmo. Mi boca se pegaba a su cuello y deslizaba sutilmente mi lengua por este hasta las clavículas. Aquel sofá una vez más estaba siendo usado para un acto impuro. Pronto noté la presencia de Julien Mayfair, nuestro antepasado, paseándose por la estancia. Él ni se inmutó y yo decidí continuar pero con un arranque de pasión. Un impulso nos llevó al suelo y en ese momento salí de él, lo dejé de espaldas y comencé a penetrarlo aferrado a sus caderas. Tarquin gemía mi nombre como una plegaria con su rostro girado hacia mí deseando ver mi rostro bañado por el placer. Las penetraciones cada vez eran más bruscas y mis gruñidos más seguidos. Finalmente eyaculé dentro de él sintiéndome satisfecho y deseado. Él nada más cumplir su objetivo y recibir su premio se abalanzó sobre mí besándome.

—Deja que te convierta en vampiro... —balbuceó.

—No lo sé, Quinn. Dame algún tiempo para pensarlo—susurré abarcando con mis manos su rostro—. Por favor...


De eso hace una semana. Todavía estoy pensándolo. Él ha vuelto a venir esta noche y hemos acabado teniendo sexo en la cama de matrimonio. Jamás había llegado tan lejos con un amante. Ella ya no me ama, estoy seguro, pero yo aún la atesoro porque no puedo vivir sin su aroma... aunque esta sensación se está diluyendo. Quizás es el momento de pasar página.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt