Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 25 de junio de 2016

Reproches.

Michael transcribió esto hace unas noches recordando a Mona y yo lo comparto. Me pregunto dónde estará.

Lestat de Lioncourt 



—Hace tiempo que no hablamos—dije sentándome en el borde de los pies de su cama.

Un aparato controlaba sus constantes vitales y otro la alimentaba. Llevaba algunos días en el hospital y yo no había tenido tiempo para poder verla. Mi trabajo me absorbía demasiado y me encontraba en mitad de cinco proyectos importantes en la ciudad. La restauración de mansiones y edificios antiguos era algo arduo pero gratificante. Yo necesitaba tener la cabeza despejada tras todo lo ocurrido en mi matrimonio, mis amigos y mi familia.

—¿Acaso importa?—preguntó.

Tenía los ojos turbios de haber llorado. Sus mejillas aún estaban manchadas por sus lágrimas. Quise besarla estrechándola contra mí, pero sabía que podía ser rechazado.

—Sé que aún estás molesta por el desenlace que tuvo tu maternidad—susurré apartando un mechón de sus cobrizos cabellos.

—Bonitas palabras para decir que ese hombre se llevó a mi hija—respondió sin rodeos en un tono lleno de rabia.

—Ella quiso irse—aseguré—. Nadie podía ni debía retenerla—añadí.

—¿No?—dijo incorporándose mientras me miraba con furia contenida—. Pudiste—dijo arrugando su nariz salpicada de pequeñas pecas—. Él te pidió permiso con la mirada. ¿Quién era?

—Un hombre de su misma raza—contesté—. Él era un Taltos.

Él era Ashlar Templeton, un empresario de éxito que vivía en Nueva York, y que poseía más de dos mil años. Su pueblo se había visto mermado por la estupidez humana. Estábamos de algún modo estrechamente vinculados con su pueblo, o más bien con sus descendientes, porque teníamos sus genes. Provenía de una isla que había desaparecido, pero lograron sobrevivir y viajar hasta tierras de Irlanda donde vivieron en paz algunos siglos hasta la aparición del hombre. El hombre lo cambió todo. Ellos eran pacíficos y bondadosos, pero los seres humanos desean destruir lo diferente. Aún así hubo brujas que tuvieron hijos con Taltos aunque algunas perecieron en el parto. Había seres humanos que los amaban, cuidaban y protegían pero también aquellos que los cazaban para sacrificios a un Dios indolente.

Nuestra hija, Morrigan, era un Taltos. Había nacido fuera de mi matrimonio y ella la había ocultado durante algunos días para que Rowan, mi mujer, no entera en pánico. El primer contacto que tuvimos con una criatura como esa fue con nuestro hijo, el cual era la reencarnación de un fantasma de un Taltos asesinado en sacrificio. Lasher no era Ashlar, como tampoco era Morrigan o Tessa, un Taltos hembra que conocí poco antes de su muerte.

—¿Quieres decir que estará mejor con un Taltos que con su madre?—preguntó.

—Se comprenderán y no se sentirán solos—respondí.

—Claro...—masculló.

—Posiblemente tendrán descendencia y terminarán regresando para confesarte que son felices—era mi esperanza.

Ashlar había desaparecido. Su empresa había cerrado tras dejar una cuantiosa suma a sus empleados. Su edificio y todos los demás vienes habían sido vendidos. Él desapareció sin dejar rastro en días.


—Michael, los Cuentos de Hadas no existen—susurró cansada—. Quiero dormir, vete.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt