Maharet, Mekare y Khayman eran el núcleo de nuestra sociedad y quedó destruido. No podemos dejar de recordarlos.
Lestat de Lioncourt
Peinaba su cabello deslizando con
suavidad el cepillo mientras ella permanecía mirando hacia la nada.
Todas mis esperanzas se habían diluido quedando convertidas en un
charco de lágrimas donde reflejar mis sueños rotos, las palabras
que ella jamás volverá a decir y todo los recuerdos que aún pesan
en mi alma. Pero sus largos mechones cobrizos rozaban su espalda
desnuda de piel nívea como antaño.
Decidí bañarme con ella esa noche
debido al calor y la debilidad de mi espíritu. Quería encontrarme
frente a frente con sus ojos salvajes y su boca bondadosa. Dentro de
ella no había respuesta alguna a todo el amor que yo depositaba pues
no sonreía, no me abrazaba y simplemente permitía que yo la tratara
como una niña que aún no sabe valerse por sí misma.
Estábamos allí en ese pequeño lago
escuchando de fondo las aves nocturnas, el siseo de los reptiles, el
zumbido de los insectos y los anfibios de un lado a otro brincando.
Teníamos la música de la naturaleza que es la más prodigiosa de
todas. Sin embargo sentí que algo no iba bien. Hacía unas noches
mis alumnos habían muerto dejando atrás sólo negros montículos de
grasa o ceniza. Sabía que había sido ella junto al hombre de mi
vida, pero a ambos los cuidaba de no ser dañados. Comprendí que me
necesitaban si bien noté que algo malo sucedía.
De entre la maleza apareció él con su
característico pantalón vaquero negro, sus botas viejas y esa
camisa oscura que le hacía verse aún más monstruoso. Había
perdido el dorado de su piel pero ahora su marmórea figura estaba
teñida de ceniza. Olía a muerte. Era un olor tan penetrante que me
aferré a mi hermana mientras él avanzaba.
Cuando Khayman estuvo en mitad del
lago, con el agua más allá de su elegante cinturón de cuero y tan
cerca de nosotras que podía acariciar su hermoso rostro, nos abrazó
llorando amargamente. Él no era un monstruo. Yo sabía que algo les
impulsaba a cometer esos terribles delirios de destrucción. Yo lo
sabía y lo comprendía.
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