Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 5 de julio de 2016

Ira

No quiero decirlo pero... ¡Santa madre! La ira no es buena, Marius.

Lestat de Lioncourt 


Me había sentado en una de las mesas de la terraza de aquel hotel. Podía contemplar a lo lejos a un grupo de jóvenes que permanecía algo disperso, centrados en la estruendosa música moderna que salía como alaridos de perro enfermo de la radio, mientras un hombre decidía chapotear en la piscina vigilado por el socorrista. Podía decirse que estaba en medio de una isla cargada de placeres y no me motivaba ni uno solo.

—¿Qué desea tomar?—preguntó interrumpiendo mis pensamientos el camarero.

—Agua mineral sin gas—respondí sólo para que me dejase en paz.

Mis ojos castaños se paseaban de un lado a otro sintiendo cierta agonía y la pesada carga de la soledad. Ese resort turístico que había estado de moda durante algunos años estaba decayendo. Ya no era el lugar predilecto para las reuniones de altos ejecutivos que no eran ni más ni menos que vampiros como yo, compañeros y amigos que una vez deseé retener por siempre a mi lado, convirtiéndose en un lugar para familias, jóvenes descerebrados y ancianos paseando sus arrugas por las orillas de la playa.

Me sentía olvidado. Tan olvidado como siempre.

—Aquí tiene—dijo el camarero haciéndome notar su presencia aunque era innecesario. El olor a sangre fresca lo delataba igual que el cambio de temperatura a mi alrededor. Incluso la fragancia suave y fresca de su crema de afeitar era bastante delatadora. Por lo demás olía a suavizante y almidón para el cuello de su camisa. El uniforme era el común en cualquier hotel de cinco estrellas y parecía incómodo para una noche tan tórrida—. ¿Desea algo más?

—Sí... que la noche pase rápido—murmuré.

—Ah, pero ¿por qué? Los jóvenes supuestamente disfrutáis de la noche ¿no?—sonrió amable y yo le miré perdido ante esa respuesta.

A veces olvidaba que mis más de cinco siglos no eran nada cuando se fijaban en mi escueto tamaño, mi rostro de niño de coral eclesiástica y mi juvenil tono de voz. Era peligroso parecer un anciano encerrado en un cuerpo tan tentador. Supongo que era ese el motivo por el cual espantaba a Marius. Yo no era el joven resuelto que estaba. Jamás tendría la ambición que poseía Lestat ni sus ansias de llamar la atención conquistando imposibles.

—No soy tan joven—respondí.

—Es cierto, uno es tan adulto como desee. Puede que existan por ahí ancianos con mentalidad de niños pequeños llamando a los timbres, correteando por los pasillos de un supermercado o vistiendo una camiseta alegre que para nada corresponde con su edad. Como también deben existir los jóvenes que se sienten hundidos, acorralados e insatisfechos tras vivir experiencias duras e insondables—explicó encogiéndose de hombros mientras bajaba la charola metálica y tomaba una pose más relajada.

—No intentes comprenderme ni consolarme...—susurré deseando que se fuera y a la vez rogando que se quedara.

—Ah... no es un consuelo—dijo guiñándome un ojo—. Es algo cierto—añadió antes de mirar hacia el fondo de la terraza y ver su silueta.

Marius estaba allí. Sabía que había acudido a mi Isla Nocturna buscando sabrá Dios qué. Nunca pregunté por qué estaba allí. Quizá no lo hice esperanzado porque estuviese buscándome y no sólo deseando cazar a un par de muchachitos para capturarlos para siempre en sugestivos lienzos.

—No te vayas—dije agarrando el brazo del camarero.

—¿Es tu padre?—preguntó a media voz—. ¿Temes que te castigue?

—Es...—no podía hablar porque lo veía avanzar furibundo hasta mi mesa.

Cuando llegó hasta donde estábamos no tardó en mirarme lleno de rabia. Contuvo sus modales porque el mortal podía escucharnos y él quería guardar las apariencias, como siempre, y no quedar como un maldito loco enfermo de celos y de otros defectos.

—¿Por qué?—dijo— Sé que tu nuevo amante ha enloquecido y lo tienes escondido por aquí. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué eres así? ¿Acaso no te cuidé cuando más lo necesitabas?

—¿Acaso eso importa ya?—interrogué—. No viniste a buscarme en su momento y ahora te presentas en mi isla absolutamente agitado y confuso... ¿Por qué?—alcé mi ceja derecha mientras notaba las diversas emociones de aquel elegante y apuesto camarero. Ese hombre que tenía algo más de treinta años estaba asombrado. Yo, el mocoso que intentaba animar, era su jefe y el dueño de todo lo que veía—. Si me disculpas, Marius, he decidido disfrutar de la compañía de este amable camarero. No necesito de viejos amantes para consolarme.

—Eres un maldito bastardo. Te arrepentirás...

—Ya no estamos en Venecia para que me amenaces. No temo a tu látigo ni tampoco que me dejes abandonado cuando despunta el sol—expliqué soltando a mi empleado por si deseaba marcharse.

—¿Desea que le acompañe a la puerta o podrá encontrarla solo?—preguntó con diplomacia el camarero provocando que soltara una risilla.


Tres noches después encontré el cadáver de aquel chico arrojado en la playa. Parecía que se había ahogado pero en realidad estaba muerto por el ataque de un pretencioso y cobarde que nunca logró pedirme disculpas como merecía.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt