Armand es como un perro abandonado... pobre...
Lestat de Lioncourt
—¿Qué haces?—preguntó
interrumpiendo mis pensamientos.
Estaba frente a mi ordenador
investigando como cada noche. El programa de radio estaba a punto de
emitirse para todos aquellos que necesitaban un bálsamo para sus
heridas, un abrazo a distancia o simplemente explicar una noticia que
les mantenían inquietos. Ellos eran mis aliados en la oscuridad.
Podían ver más allá de una simple discusión porque sus oídos
eran tan magníficos como los míos. Yo me encontraba en Nueva York
pero tenía incluso noticias de Nueva Delhi o Melburne.
—Mi trabajo—respondí.
Tenía justamente los correos
electrónicos que me habían llegado horas atrás. Se repetía una
pregunta constantemente. Era como si me enviaran una cadena de
plegarias llenas de desesperación y llanos o abnegación ante el
mundo que les rodeaba.
—¿Han vuelto a llegar correos
extraños?—dijo acercándose a la mesa.
En ese momento alcé la vista para
contemplar un hermoso lienzo en movimiento. Ante mí tenía lo que
parecía un muchachito desarrapado con el cabello cobrizo revuelto y
sucio, sus ojos de almendras de color castaños brillaban por una
mezcla de emociones que aún hoy no sé explicar, su ropa estaba mal
colocada y llevaba una de esas típicas camisetas de con el logotipo
de Batman. Me fijé que no llevaba zapatos y que sus pies estaban
sucios de barro.
—¿Dónde demonios te has
metido?—pregunté molesto. Odiaba que tuviese esa imagen de niño
extraviado porque me recordaba demasiado a mí. Al niño desesperado
y hambriento que robaba para comer en esta enorme metrópolis de
almas corruptas y corazones de piedra.
—Eso no interesa—susurró sin
apenas voz—. ¿Han vuelto a contactar contigo? Benjamín realmente
son problemas serios. No son atentados terroristas como están
haciendo creer a los humanos...
—Sí, son vampiros descontrolados por
varios países—dije incorporándome mientras la silla sonaba contra
el mármol—. Báñate. Hablaremos luego, Armand.
—¿Por qué nadie me quiere?—esa
pregunta me destruyó. Deseaba abrazarle y jurarle que yo aún le
amaba, que le quería por encima de todo e incluso por encima de la
fama que estaba ganando gracias a mi esfuerzo, pero no fui capaz.
Sólo le miré en silencio mientras rompía a llorar.
—Ve a bañarte. ¿Acaso quieres que
Sybelle te vea así?—pregunté.
—A veces estoy demasiado hundido y te
arrastro... Arrastro a todo el mundo a la locura—dijo aquello
provocando que recordara la mirada violeta y enloquecida de Daniel.
Me pregunté como estaría aquel enfermizo periodista que fue
introducido en la sangre en mitad del caos. Hacía meses que no
preguntaba por el al amo. Necesitaba verlo porque quizás aún tenía
instinto—. Benji...
—Te amo, Armand—respondí saliendo
de detrás de la mesa para estrecharlo—. Ahora debes reponerte.
Deja de estar perdido por esta ciudad. Deja de perseguir a otros
vampiros. Deja de consumirte en sus miedos.
Horas más tarde Armand era un ser
calculador y ensimismado en sus alocados pensamientos. Redactaba
cartas, firmaba informes y vigilaba la bolsa. Era un lado
completamente distinto a los momentos de depresión y ansiedad que
tenía. Poco a poco comprendí que cuando Marius venía él se
convertía de nuevo en el niño de Venecia, en el jovencito que él
adoraba, y cuando se marchaba caía en una espiral de desesperación
de la cual no sabía salir.
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