Lestat de Lioncourt
Estaba allí de pie en mitad de la sala
como si fuese una estatua en aquel mar de obras de arte, libros y
dignos muebles restaurados para engalanar de forma exagerada el
espacio. Observaba el cuadro con determinación mientras este le
miraba con dignidad, soberbia y descaro. Era un lienzo que Marius
había ofrecido a Lestat como regalo por haber conducido a la paz a
todos los vampiros, humanos, fantasmas y espíritus. Era su hijo y
ella lo admiraba como toda madre admira al fruto de sus entrañas.
Comprendía que no pudiese dejar de contemplarlo con entrega
absoluta.
—Al parecer tu hijo ha logrado cosas
increíbles—susurré delatándome aunque sabía que ella ya me
había olfateado. Era como un animal que podía recorrer a ciegas el
bosque entero en busca de una presa. Nos conocíamos bien porque nos
pertenecíamos.
—Más que todos nosotros
juntos—respondió exultante de orgullo echándome un vistazo con el
rostro ligeramente girado.
—No lo digo por eso—dije quedándome
a su lado mientras ella se giraba por entero hacia mí.
—Explícate—dijo.
—Ha logrado que estés en silencio en
una habitación sin moverte como un animal salvaje—comenté tomando
su mano derecha entre las mías. El calor que desprendía era
agradable. Se había alimentado bien y yo hacía semanas que no
necesitaba una presa.
—¡Ah!—se sorprendió y luego se
echó a reír carcajeándose por el comentario—. Es fácil...
Pensaba en sus primeros pasos y en lo diferente que ha llegado a ser.
Siempre creí que haría grandes proezas, ¿pero esto? ¿Quién iba a
creer que sería un vampiro y menos así?
Tenía un brillo en los ojos que me
recordaba a una muchacha enamorada. Ella estaba encantada con ese
poder que tenía su hijo, aunque también tenía que estar
preocupada. Aún así sabía que él, sólo él, era capaz de manejar
ese entuerto.
—Es un rebelde—respondí.
—Un soñador—me corrigió
rápidamente.
—Los rebeldes son soñadores—susurré
inclinándome suavemente dejando mi rostro cerca del suyo.
—Sí, es cierto—dijo mirándome a
los ojos. Tenía una mirada tan hermosa esa noche que deseé besarla,
pero me contuve. Amo a Gabrielle porque tiene una fuerza indomable y
lo demuestra con cada gesto—¿Qué haces aquí?—preguntó.
—Vine a buscar a mi compañera para
llevarla a casa—dije soltando su mano para colocar las mías en sus
cálidas mejillas.
—No lo llamaría hogar, ni
tierra...—empezó a decir aunque la detuve.
—No te digo para volver a mi refugio.
—Entonces... ¿adónde?—la
confusión reinó en su rostro y eso me enterneció. Por primera vez
en mucho tiempo lograba sorprenderla.
—Recorramos mundo—dije provocando
que ella sonriera como una niña ilusionada.
—De acuerdo Sevraine.
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