Todos deseamos algo... Benji también, como es obvio.
Lestat de Lioncourt
—¿Sí? ¿Dígame?—preguntó desde
el otro lado de la línea.
Se escuchaba un vacío terrible como si
estuviese aislado. Era normal. Posiblemente estaba en uno de los
bunker que habían construido para poder desplazarse debajo de
desiertos, lagos y bosques sin que nadie pudiese molestarlos. Eran
lugares bien ventilados, pero el sol no podía penetrar bajo esa
gruesa capa de hormigón, cemento y otros materiales. Había estado
en uno de ellos durante una pequeña excursión que se nos ofreció
por parte de su organización. Pude conversar con los científicos y
médicos allí reunidos, así como con los jóvenes que aceptaban ser
sus conejillos de indias.
Había aparatos muy sofisticados pese a
lo común, pero también otros parecían haber salido de la mente de
un científico loco deseando destruir a la humanidad. Aunque no había
humanos en el sentido estricto de la palabra. Allí se reunían
vampiros intentando encontrar la solución a diversas enfermedades
humanas y vampíricas, pero también últimamente se estaban
interesando por otras criaturas como animales. Pues algunos animales
contraían enfermedades raras que terminaban infectando a los
humanos.
—Farred, amigo—dije.
—Oh, eres tú—respondió casi de
inmediato.
—Sí, soy yo—contesté—. Necesito
preguntarte si has empezado a investigar sobre...
—Ah, no. Aún no.
Me sentí furioso, pero intenté
apaciguarme. Deseaba que investigara tanto la solución a mi gran
problema...
—¿Por qué?—pregunté frunciendo
el ceño.
—Estamos terminando un proyecto más
importante—aseguró—. Deseamos determinar si al fin podríamos
lograr que los vampiros pudiéramos estar bajo el sol sin problemas.
—¡Ah! ¡Eso es un problema
mínimo!—grité aferrándome con fuerza a mi teléfono móvil.
—Bueno, quizá para ti—dijo—. Si
bien, hay milenarios que desearían volver a ver la luz del sol.
La luz del sol era sólo una estupidez
comparado con lo que yo pretendía. De hecho muchos milenarios, algo
menos antiguos que Marius, habían logrado ver atardeceres y
amaneceres. ¡Qué más querían! Además, había otros como Gregory
que incluso se tostaba en una cámara especial.
—Yo quiero esas hormonas para
crecer—respondí insistiendo en mi deseo.
—Benjamín, amigo, no puedo hacer
eso—contestó llenándome de una rabia imposible de contener, pero
preferí que siguiera hablando para saber sus malditos motivos—. No
puedo investigar un caso aislado. Primero tendremos que buscar la
solución a un problema que afecta a la mayoría.
—¡Al diablo el sol! ¡O comer! ¡Yo
quiero crecer!—grité con furia. Por un momento parecía Marius
cuando se molestaba.
—¿Por qué esa insistencia? ¿Acaso
no has logrado que vampiros mucho más antiguos que tu propio creador
te admiren?—decía aquello como si fuera una proeza, pero fue
bastante sencillo. Sólo tuve que darles voz a todos, o al menos a
casi todos, para que se pusieran de acuerdo.
—Sí, pero no he logrado aceptarme a
mí mismo—dije tras un largo suspiro—- Sé que fue una decisión
arriesgada y que yo tengo la culpa, al menos una gran parte, pero...
—Comprendo—dijo. Aunque yo sabía
que no podía comprenderlo del todo. Él tenía el cuerpo de un
hombre que rondaba los cuarenta años.
—¿Al menos me das tu palabra que
terminarás investigando una posible solución?—pregunté
conteniendo mi mal humor y preocupación al respecto.
—Sí, lo prometo.
Colgué con aquella promesa amarga.
Sabía que lo haría, pero esperaba que no fuese en el próximo
siglo.
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