Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 14 de agosto de 2016

Venganza Mayfair

Me ha encantado esto. ¡Vaya memorias!

Lestat de Lioncourt 




La vida nocturna siempre había sido extremadamente tentadora, pero a mis años estaba siendo demasiado provocadora y me incitaba a no abandonar los muelles. Allí podía desinhibir y olvidar por completo la complicada vida de hombre de negocios que solía llevar. Las cartas, el alcohol, las conversaciones sobre todo y nada, sus glúteos sobre mi rodilla y sus besos de buena suerte mientras pegaba su perfume a mis prendas de dandy.

Mi época de esplendor se había iniciado pasados los sesenta, pues ya tenía más de setenta años cuando el humo de mi pipa calmaba mis ansias de retener a ese muchacho entre mis brazos. Él tenía grandes sueños y desconocía por completo mi edad. Solía decir que le encantaba mi cabello canoso y que disfrutaba de mis palabras, a veces dulces y otras demasiado calientes, al oído bajo la tenue luz del local.

La mayoría de allí me temía. Se decía que era un jugador excepcional y que cobraba sus deudas de juego sí o sí. Esa fama no le inquietaba. Tampoco le asombraba que fuera rico por mi trabajo e inteligencia. Amaba que le recitara poemas, se quedaba con los labios entreabiertos jadeando cuando mi mano derecha se colaba bajo su falda y apretaba suavemente su miembro. Nadie de los presentes se enteraba de nuestro juego. Sólo veía a un hombre temible con una jovencita algo descarada, pero también hermosa y bien educada, incitando así a más de uno a odiarme por mi condenada suerte.

Admirado, temido y odiado pero también respetado. Me respetaban. Supongo que era un respeto diferente al que sentían mis hijos cuando entraba por el negocio, apoyado en mi inestimable bastón de mango de plata, mientras blasfemaba por verlos holgazanear mientras los casos se acumulaban en sus imponentes escritorios y sus secretarias se arreglaban el maquillaje con esas dichosas polveras.

—¿Por qué lloras?—pregunté una noche que llegué tarde a nuestra cita habitual, fuera del local y fuera por completo del ambiente.

Él estaba allí con los ojos como un mapache, aunque lo intentaba arreglar a duras penas mirándose en un pequeño espejo que siempre llevaba. Era imposible que limpiara bien su rostro para reconstruirlo, pues seguía llorando. Lloraba como una magdalena. Su pequeño pecho se encogía y temblaba de pies a cabeza. Creí que se iba a caer de aquellos tacones de aguja que siempre realzaban sus piernas.

—Richard, te estoy preguntando—dije intentando no imponerme—. Contéstame—añadí frunciendo el ceño antes de agarrarlo de sus delicados y blancos brazos. Él me miró sin saber qué decir, pero esos ojos hablaban demasiado bien.

—Un cretino se ha sobrepasado conmigo—la furia me hizo gruñir como un perro rabioso y más cuando noté que tenía marcas en el cuello y una de las tirantas de su vestido había sido rota, pero él la había arreglado a duras penas con un imperdible—. Se marchó dentro cuando comencé a llorar y gritar, pero...—me agarró de las solapas y me miró angustiado como si me temiese. Ese temor me rompió el corazón. Algo más había pasado y él no quería decírmelo—. Me arrodilló ante él con una navaja y...

No tuvo que decir más. Me aparté para tomar aire y di un par de pasos. Él me vio tan sólo murmurar, pero en realidad hablaba con el espíritu que me acompañaba. Lasher estaba allí algo agotado porque había ocupado mi cuerpo la noche anterior para yacer con una pobre monja estúpida, pero eso no importaba ahora. Me escuchaba, me entendía y comprendía que debía actuar.

—Mátalo. Destrózalo. Haz que sufra mientras lo haces. Necesito que sufra—dije mirándolo a los ojos cuando se apareció sólo para mí, únicamente para mis ojos azules cargados de rabia.

Él se tocó la barba y sonrió como un niño encantado con la idea. Corrió dentro, comenzó a susurrar al oído perversiones a ese pobre infeliz y lo sacó fuera. Supo que era él porque olía al perfume de mi Richard. Era un buen sabueso, un buen camarada, y a la vez lo odiaba. Yo odiaba a ratos a Lasher, pero reconozco que para estas cosas era maravilloso.


Lo último que se supo de ese idiota es que iba corriendo por las calles diciendo que le perseguía un fantasma, se tiró del muelle y se ahogó porque no sabía nadar. Encontraron su cuerpo flotando tres días después. Richard nunca pensó que fui yo, pero mi conciencia estaba tranquila después de ver como sufría aquel descerebrado que intentó tocar lo que era mío. 

Sin embargo, aunque Richard no tuviese ni la más mínima sospecha de lo que yo había hecho, otros allí sabían que yo podía hacer enloquecer a la mayoría de los presentes. Corrían rumores sobre mis actos de vudú con mi madre, la cual llamaban "La vieja bruja". Aunque ella había muerto hacía décadas todavía había quienes la recordaban como una aparición terrible por las calles de aquella próspera ciudad al sur de Estados Unidos, de una nación que aún se definía. 

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt