Me ha encantado esto. ¡Vaya memorias!
Lestat de Lioncourt
La vida nocturna siempre había sido
extremadamente tentadora, pero a mis años estaba siendo demasiado
provocadora y me incitaba a no abandonar los muelles. Allí podía
desinhibir y olvidar por completo la complicada vida de hombre de
negocios que solía llevar. Las cartas, el alcohol, las
conversaciones sobre todo y nada, sus glúteos sobre mi rodilla y sus
besos de buena suerte mientras pegaba su perfume a mis prendas de
dandy.
Mi época de esplendor se había
iniciado pasados los sesenta, pues ya tenía más de setenta años
cuando el humo de mi pipa calmaba mis ansias de retener a ese
muchacho entre mis brazos. Él tenía grandes sueños y desconocía
por completo mi edad. Solía decir que le encantaba mi cabello canoso
y que disfrutaba de mis palabras, a veces dulces y otras demasiado
calientes, al oído bajo la tenue luz del local.
La mayoría de allí me temía. Se
decía que era un jugador excepcional y que cobraba sus deudas de
juego sí o sí. Esa fama no le inquietaba. Tampoco le asombraba que
fuera rico por mi trabajo e inteligencia. Amaba que le recitara
poemas, se quedaba con los labios entreabiertos jadeando cuando mi
mano derecha se colaba bajo su falda y apretaba suavemente su
miembro. Nadie de los presentes se enteraba de nuestro juego. Sólo
veía a un hombre temible con una jovencita algo descarada, pero
también hermosa y bien educada, incitando así a más de uno a
odiarme por mi condenada suerte.
Admirado, temido y odiado pero también
respetado. Me respetaban. Supongo que era un respeto diferente al que
sentían mis hijos cuando entraba por el negocio, apoyado en mi
inestimable bastón de mango de plata, mientras blasfemaba por verlos
holgazanear mientras los casos se acumulaban en sus imponentes
escritorios y sus secretarias se arreglaban el maquillaje con esas
dichosas polveras.
—¿Por qué lloras?—pregunté una
noche que llegué tarde a nuestra cita habitual, fuera del local y
fuera por completo del ambiente.
Él estaba allí con los ojos como un
mapache, aunque lo intentaba arreglar a duras penas mirándose en un
pequeño espejo que siempre llevaba. Era imposible que limpiara bien
su rostro para reconstruirlo, pues seguía llorando. Lloraba como una
magdalena. Su pequeño pecho se encogía y temblaba de pies a cabeza.
Creí que se iba a caer de aquellos tacones de aguja que siempre
realzaban sus piernas.
—Richard, te estoy preguntando—dije
intentando no imponerme—. Contéstame—añadí frunciendo el ceño
antes de agarrarlo de sus delicados y blancos brazos. Él me miró
sin saber qué decir, pero esos ojos hablaban demasiado bien.
—Un cretino se ha sobrepasado
conmigo—la furia me hizo gruñir como un perro rabioso y más
cuando noté que tenía marcas en el cuello y una de las tirantas de
su vestido había sido rota, pero él la había arreglado a duras
penas con un imperdible—. Se marchó dentro cuando comencé a
llorar y gritar, pero...—me agarró de las solapas y me miró
angustiado como si me temiese. Ese temor me rompió el corazón. Algo
más había pasado y él no quería decírmelo—. Me arrodilló ante
él con una navaja y...
No tuvo que decir más. Me aparté para
tomar aire y di un par de pasos. Él me vio tan sólo murmurar, pero
en realidad hablaba con el espíritu que me acompañaba. Lasher
estaba allí algo agotado porque había ocupado mi cuerpo la noche
anterior para yacer con una pobre monja estúpida, pero eso no
importaba ahora. Me escuchaba, me entendía y comprendía que debía
actuar.
—Mátalo. Destrózalo. Haz que sufra
mientras lo haces. Necesito que sufra—dije mirándolo a los ojos
cuando se apareció sólo para mí, únicamente para mis ojos azules
cargados de rabia.
Él se tocó la barba y sonrió como un
niño encantado con la idea. Corrió dentro, comenzó a susurrar al
oído perversiones a ese pobre infeliz y lo sacó fuera. Supo que era
él porque olía al perfume de mi Richard. Era un buen sabueso, un
buen camarada, y a la vez lo odiaba. Yo odiaba a ratos a Lasher, pero
reconozco que para estas cosas era maravilloso.
Lo último que se supo de ese idiota es
que iba corriendo por las calles diciendo que le perseguía un
fantasma, se tiró del muelle y se ahogó porque no sabía nadar.
Encontraron su cuerpo flotando tres días después. Richard nunca
pensó que fui yo, pero mi conciencia estaba tranquila después de
ver como sufría aquel descerebrado que intentó tocar lo que era
mío.
Sin embargo, aunque Richard no tuviese ni la más mínima sospecha de lo que yo había hecho, otros allí sabían que yo podía hacer enloquecer a la mayoría de los presentes. Corrían rumores sobre mis actos de vudú con mi madre, la cual llamaban "La vieja bruja". Aunque ella había muerto hacía décadas todavía había quienes la recordaban como una aparición terrible por las calles de aquella próspera ciudad al sur de Estados Unidos, de una nación que aún se definía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario