Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 6 de septiembre de 2016

Cómo lo odio...

Estaba allí de pie, apoyado en el marco de la puerta, observando como jugueteaba con sus dedos sobre los numerosos libros apilados. Había una enorme hilera de autores franceses y otra, aún mayor, de sus adorados autores británicos y rusos. Pocos autores jóvenes, o revelación de estas últimas décadas, se habían apilado uno contra otro en aquel coqueto librero. Eran escasos los libros de ese apartamento, pero no faltaban ejemplares de Dickens, Jane Austen o Dostoyevski. De hecho, “Crimen y castigo” estaba tan manoseado que incluso se encontraba algo roto y desgastado.

—¿Qué buscas?—pregunté.

—No lo sé—respondió.

—Algo debes saber—dije entrando y cerrando la puerta.

Estábamos cara a cara como en un duelo épico. Cientos de vampiros darían parte de su eternidad por ver ese duelo de miradas. Él me observó impávido, absolutamente abstraído, como si yo no le importara. Pero yo le observaba con una curiosidad infinita. Quería agarrarlo por el rostro, hundir mis dedos en sus mejillas y comprobar que era un monstruo. Sí, un monstruo tan similar a mí y a todos los que son como nosotros. Pero allí, con esas ropas tan simples, parecía ser un muchacho común, más bien vulgar, que estaba esperando Dios sabe qué.

—Estaba recordando viejos tiempos en mi apartamento y decidí buscarte. Antes era imposible hallar contigo y ahora es como si llevases un cartel de neón encima—dijo clavando sus ojos castaños en los míos. Pude ver entonces una chispa de vida en ellos. Podía aparentar que nada le dolía, pero por dentro era un infierno cargado de almas en pena.

—Me has encontrado porque yo he querido—repuse—. Nada más—añadí con tono condescendiente mientras desabotonaba mi americana, para abandonarla en una de las sillas cercanas al escritorio.

Hacía calor. Un calor de mil demonios. El verano parecía no querer irse. Nueva York palpitaba con sus luces, su estruendo, sus musicales a altas horas de la noche, las salas de fiesta más lujosas no cerraban hasta que despuntaba el alba y las calles siempre estaban llenas de turistas fotografiando todo. Incluso había visto como fotografiaban indigentes a cambio de un par de monedas. Indignante, la verdad. Pero así es el ser humano, así somos todos.

Había adquirido este modesto apartamento para tener un lugar donde descansar cerca de Trinity Gates, el edificio que ahora era sede de los vampiros de todo el mundo, y, donde se dirigían las miradas de jóvenes y milenarios. Ciertamente, necesitaba mi espacio. Amaba ser admirado, pero detestaba que no me dejasen respirar.

—Quizá—contestó con una sonrisa minúscula en esa boca voluptuosa, tan carnosa como tentadora, entretanto sus manos pasaban de los libros al borde de la mesa, del borde de la mesa a mis manos que se habían quedado pegadas a la silla al dejar la chaqueta.

Pude sentir la tibieza de su piel a través de la palma de sus manos, así como sus dedos apretando suavemente las mías. Me miró a los ojos desesperado y dejó que un par de lágrimas brotaran recorriendo sus mejillas. Parecía dolido, perdido, angustiado y todo ese hieratismo se había ido por el sumidero. Allí tenía un ángel doliente y no un demonio. Maldito bastardo... ¡cómo odio que me haga esto!

—¿Por qué nunca he conseguido que me ames?—preguntó con la voz quebrada.

—Yo te amo—respondí soltando sus manos como si me ardieran.

—Lestat... ¿me amas?—dijo arrojándose a mi cuello rodeándome con sus brazos—. ¿Me amas de verdad?

—Armand... —murmuré notando como Amel reía bajo. Se divertía. Mis problemas sentimentales siempre le provocaban carcajadas inmensas.

—Lestat, dímelo—rogó cerca de mis labios y entonces no pude más. Ya no me contuve.


Besé a Armand de forma arrebatada y lo abracé como se abraza uno a la esperanza. Él coló su lengua y acarició la mía de forma tan tentadora que no quise separarlo. Entonces lo noté. Su sangre cálida y viscosa salía de su boca en dirección a la mía y yo hice lo mismo. Me corté la lengua y le ofrecí de mi sangre. Tras varios minutos nos separamos completamente arrobados, él suspiró y me miró confuso. Sí, me había besado. Sí, había sido infiel a un amigo y a su amante. Sí, habíamos caído en el mismo juego de siempre. ¡Dios, cómo lo odio! ¡Cómo lo odié!  


Lestat de Lioncourt 

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt