Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 1 de septiembre de 2016

Como un padre

—Ah... ¿Ya hemos empezado?—pregunté apoyando mi codo derecho sobre uno de los libros mientras el dorso de mi mano quedaba contra mi mejilla, sujetando así mi perfecta cabeza. Tras él estaba una inmensa galería de arte y literatura. Era mi biblioteca favorita en el castillo. Un cuadro de Louis y mío lo presidía todo. Era como un vínculo con el paso, el presente y el futuro. Pues yo quería estar cerca de Louis incluso en los momentos más terribles. Ahora lo sabía, aunque supongo que siempre lo supe. Sé que lo idealizo demasiado, pero así es el amor.

—Sabes que eres como un hijo para mí—comentó.

—En tus memorias decías lo contrario—canturreé volviendo a mis quehaceres.

Si creía que iba a detenerme acobardándome como un niño pequeño por miedo a algún castigo indeterminado, o a sentir su cinturón, estaba tremendamente confundido. Iba a contrariarlos a todos y a salirme con la mía, como siempre. No era tiempo para detenerme. Debía comprobar ciertos misterios. Amel me ayudaría en todo momento a no trastabillar y perder el control.

—Quería molestarte y hacerte cambiar de opinión—repuso.

Solté una carcajada tras otra mientras lo miraba. Lo dijo tan serio, con una voz tan profunda, que no pude controlarme. Me divertía. Era estupendo ver como intentaba imponerse. Ya no era ni el más antiguo, ni el más poderoso y tampoco el más sabio. Aún así, ¿qué importaba? Él imponía su respeto. Había vivido más tiempo que muchos como humano y desarrolló cierto apego a la vida, pero también a la opulencia de una época que ya había sido sepultada miles de veces, y sus aventuras como inmortal, desde su nacimiento en la oscuridad hasta los últimos acontecimientos, era mucho mejor que todos los libros de ciencia ficción, aventuras de Indiana Jones y acción que había leído. Admiraba a ese vampiro. Apreciaba terriblemente a Marius, pero ya no me aterraba las consecuencias. Siempre decía que iba a tomar cartas en el asunto, pero luego todo era puro teatro. A veces creo que sólo intentaba impulsarme a cometer locuras. Él sabía que cuanto más me negaran algo más lo intentaría.

—¿Por tu amor?—pregunté tomando las diversas hojas que tenía dispersa por el escritorio.

—Por todo—respondió.

—Demonios...—suspiré dejando el montón de anotaciones frente a mí mientras me recostaba en el asiento, reclinádnome por completo hacia atrás, y colocaba mis manos sobre los brazos de la silla— ¡No lo lograste!—exclamé encogiéndome de hombros para molestarlo, pero él permaneció impasible.

—Sí, fue una estrategia muy estúpida—respondió.

—Admites que eres un mal estratega—dije guiñándole un ojo.

—A veces—sonrió descarado incorporándose para caminar por la estancia.

—¿Te sientes fascinado con estas nuevas teorías?—pregunté por preguntar. No quería que la conversación quedase ahí. Amaba romper los silencios que a veces tomaba como un delicado envoltorio de su personalidad.

—Espíritus... —murmuró—siempre negué que existieran y ahora me abofetean poderosamente en la cara.

—Sí, pero no son dioses—dije levantándome para ir hasta donde se encontraba. Así, frente a frente, me volvía a sentir un joven insoportable. Además, llevaba una chaqueta menos elegante que la suya, iba sin corbata, estaba descalzo porque amaba sentir el tacto de la alfombra persa bajo mis pies y mis pantalones eran unos jeans. Podían ser de Armani, pero eran unos jeans.

—Milagrosamente. Sin embargo, supongo que en otros tiempos fueron llamados por el hombre de ese modo. Quizá los celtas pensaban que esos espíritus, a veces benefactores, lo eran.

No pude evitar en recordar las trifulcas que habitualmente llenaban los salones y pequeñas habitaciones, incluso los sofás más cómodos, cuando ambos estaban frente a frente. Mael había desaparecido. Unos decían que había muerto bajo el sol, otros que estaba vivo. Fuese como fuese sabía que era un tema delicado para él.

—Ojalá estuviese Mael aquí para escucharte—dije tras una risilla.

—No mientes al demonio en casa de Dios—respondió molestándose.

—¡Ah! ¡Marius! Jamás vas a cambiar—contesté echándome a reír.


Por mucho que a él le molestase iba a estar siempre pendiente de las noticias de la posible supervivencia de ese patético hombrecillo, ese ser que se había ganado a pulso el apodo de “salvaje” y que cuando aparecía lograba que se convirtiera en un demonio terco e inaccesible. A su modo se querían, extrañaban y necesitaban. Yo lo sabía.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt