Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 10 de septiembre de 2016

Siempre...




—¿En qué piensas?—dijo sentado en el borde de la cama. Las sábanas se arrugaban a su alrededor. Su figura parecía misteriosa en mitad de la oscuridad. Su silueta se veía delicada debido a su piel blanquecina y su largo cabello negro cayendo sobre su espalda desnuda.

—En nada—respondí con las manos tras la nuca y las piernas ligeramente abiertas. Estaba tumbado en la cama pensando en los murmullos que me acompañaban cada noche, igual que ocurre con las mentes perturbadas en algunas dolencias mentales. Mi cuerpo estaba en aquella alcoba, pero mi mente volaba a través de los kilómetros buscando el lugar en concreto de donde provenían.

—En algo debes pensar—insistió.

—En nada—repetí.

—Lestat, algo estás tramando.

Maldije a un dios inexistente cuando escuché esas palabras de sus carnosos labios. Se giró hacia mí y me miró confuso. Sabía que algo me pasaba, pero no podía introducirse en mi mente. Yo era su creador, su amante, su compañero y el estúpido que siempre le arrastraba por los caminos más amargos y tortuosos.

—No—dije.

No quería que supiera que durante meses estaba viviendo con insufribles inquietudes. Sabía que todo el mundo sueña, que no tiene nada de malo. Sin embargo la primera noche, en la cual desperté tras aquellas imágenes y frases, me quedé perplejo sentado en el borde de la cama, con la respiración agitada y el corazón palpitando fuertemente. Había sentido cierta parálisis en mis miembros y mis ojos ardían como si hubiese visto la luz del sol directamente en mitad de la noche. Lloré durante más de una hora y me alegré que él se hubiese quedado traspuesto en la biblioteca, junto a numerosos ejemplares que aún no había leído.

—Te noto inquieto—comentó.

—Está bien...—suspiré resignado.

—¿Me vas a contar qué sucede?—dijo echándose a mi lado, entrelazando sus largas y torneadas piernas con las mías, pasando su diestra por mi torso y apoyando su cabeza en mi hombro derecho. Su mejilla estaba algo cálida por la sangre que había consumido, pero ya se enfriaban sus venas, y sus ojos eran como los de un gato que te observa en mitad de la oscuridad. Louis era hermoso. Estuviese en la otra punta del mundo o cerca, como si fuese mi otra piel, lo idealizaba.

—Desde hace días tengo sueños inquietantes. Cientos de almas piden que las ayude para evitar su dolor y miseria. Se encuentran atrapadas bajo decenas de metros de profundidad, en lo que fue un vergel cultural... Creo que sueño con los muertos de la Atlándia.

—Dime que no estás pensando en ir...—dijo terriblemente angustiado. Su acento francés se notó bastante porque trastabillaron sus palabras.

—¿Acaso no soy el líder de la Tribu?—pregunté.

—Lestat...

—¿Y si es una entrada a otro mundo?—murmuré, mientras él terminó aferrándose a mí dejando su brazo sobre mi torso.

—¡Por eso mismo!—exclamó levantándose de improviso para sentarse sobre mi pelvis. Me miraba subido encima mía esperando que yo le sonriera y le dijera que lo había pensado mejor, que no tenía planeado a mí y que olvidara por completo la conversación. Pero, seamos sinceros, eso sólo ocurre en sus sueños.

—No iré solo. Amel me acompañará—contesté.

—¿Y eso se supone que es un consuelo?—dijo aún con la voz alterada.

—Louis, por favor... Hablaremos mejor cuando caiga la noche.


Se conformó. Aceptó esas palabras pensando que un sueño reparador me haría olvidar todo. Se equivocó. Me marché nada más iniciarse el atardecer. Salí de la habitación, recogí mis prendas, hice un pequeño equipaje y aguardé a la caída absoluta del sol para alzarme gracias al Don de la Nube.  


Lestat de Lioncourt 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt