Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 9 de septiembre de 2016

Compañía

Se encontró en uno de los despachos de Ashlar Templeton. ¡Disfrutad!

Lestat de Lioncourt 



Dormía. Estaba allí, echado en mi cama y arropado con las mantas que había pedido para él. Sobre una de las sillas del salón estaba su chaqueta, algo desgarrada y manchada de sangre. Samuel negaba una y otra vez mientras nos veía desde el pasillo. Yo no sabía bien por qué estaba ayudando a ese muchacho, aunque en el fondo recordaba todo lo bueno que había hecho Talamasca por mí ,y, por supuesto a los dos brujos que habían cautivado mis pensamientos. Cabía la posibilidad de poder estar en contacto con Taltos. Si había surgido uno del vientre, ya yermo y débil, de esa mujer significaba que podía caber la posibilidad de otro dentro de esa familia. Si bien, sólo podía verlo a él.

Me pregunté por qué tantas pericias había pasado. Cuántos años había vivido bajo el techo de la Orden de Talamasca hasta que le dieron una misión tan suicida; la cual, al parecer, estaba siendo desastrosa y le habían pedido prácticamente que se detuviera. Querían lejos de la familia a Yuri Stefano y su jefe, aquel tal Aaron Lightner.

—Nos estamos metiendo en un lío y nuestras vidas ya son complicadas—dijo desde la sala; sirviéndose un whisky. Pude escuchar el tintineo de los hielos y la botella de cristal abriéndose, para verter su contenido etílico de forma abrupta y desmedida como siempre.

—Tú eres quien le ha salvado la vida—respondí saliendo de la habitación.

—¿Qué querías que hiciera?—contestó tras un largo suspiro—. ¿Dejarlo morir a manos de enanos deformes?—dijo con cierto sarcasmo mirándome a los ojos—. Odio a mi gente. De verdad, los odio. No voy a permitir que maten a un inocente.

—Entonces, ¿cuál es el problema?—dije sin perder detalle a su pequeña mano que aproximaba el vaso a sus labios, algo gruesos y de dientes ligeramente torcidos—. Dime, Samuel—murmuré inquieto.

—Tú lo sabes, Ash—chistó y dio un trago.

—¡Ah! ¡Enano del demonio!—exclamé en voz baja mientras tomaba asiento en aquel sofá.

—¡Ah! ¡Gigante maldito!—respondió.

Ambos nos miramos echándonos a reír. Él me sirvió un vaso de leche fría con hielo, me lo aproximó y se sentó junto al fuego. Se quedó allí mirando como se consumía la leña. No sé en qué pensaba, pero podía ver ciertos celos. Siempre habíamos estado juntos. Éramos él y yo, dos proscritos. Los enanos lo odiaban tanto como a mí. Éramos la cara y la cruz de una misma raza y en medio, como no, los brujos.

Pasada una hora él se marchó. Según me dijo tenía negocios pendientes. Posiblemente era una partida ilegal de cartas. Por mi parte me fui al dormitorio, miré la herida de Yuri y acaricié sus cabellos azabaches. Ese gitano tenía un espíritu tan limpio y libre que me entusiasmaba. Hacía mucho tiempo que no veía una belleza tan exótica y agradable. Era un hombre joven, de unos treinta años, y yo un milenario Taltos que comenzaba a tener canas.


Me recosté al lado del chico, lo abracé por la cintura y aspiré su aroma. Si algo malo pasaba, fuese lo que fuese, no quería morir solo. Deseaba tener contacto con algún brujo poderoso o al menos fallecer amando a ese chico. Porque fueron tan sólo unas horas, pero algo en mí se movió por dentro. Quizá fue un oscuro secreto que llevaba siglos allí formándose y estalló cuando el apareció. Nunca lo olvidaré. No podré olvidar ese olor corporal, esa piel cálida y esa forma de respirar profunda dejándose llevar por el cansancio y la fiebre.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt