Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 30 de octubre de 2016

Demonio y ángel

Supongo que era el único que la quería en esa casa.

Lestat de Lioncourt 




Su cabello era negro muy espeso y suave, caía en ondas descaradas sobre su estrecha espalda. Tenía la piel como la de una muñeca de porcelana. Poseía una sonrisa casi mágica. Me enamoré de ella perdidamente cuando la tuve frente a mí. Era solo una niña. Sabía que iba a estar a sus servicios, como hice con su madre Antha y su abuela Stella. Dormía cómodamente en su cuna la primera vez, la última estaba en su cama ebria de pastillas que no necesitaba.

Pobre de mi Deirdre. Pobre de ella. Siempre pensé que algún día regresaría a este mundo con la fuerza necesaria para expulsar a Carlotta de su vida. Pero no pudo. Murió. Esa misma noche yo creé la tormenta más devastadora de la historia de la familia de brujas Mayfair.

Me adentro en mis recuerdos buscando palpar su fina figura de estrecha cintura, largas piernas que serían la envidia de una sirena y aroma a jazmín. Olía como el propio jardín de hierba salvaje tan crecida como sus miedos, delirios y rabia. Encuentro a una muchachita apoyada en un árbol oteando el horizonte mientras el crepúsculo cubre todo. Aún así ella no salía del porche, sentada en su mecedora, pero yo llenaba su mente de recuerdos felices y pacíficos. No quería que se viese allí postrada como una muñeca rota. ¡Era mi Deirdre!

Dulzura silenciada, tortura a la vista de todos.

En las noches iba a buscarla para bailar sobre el colchón, bajo sus pulcras sábanas, y escuchar sus leves gemidos llamándome. Si a alguien amó, más allá de su fruto prohibido, fui yo. Era su amante, su protector, su ángel de la guarda y el demonio que susurraba entre las ramas su nombre una y otra vez. Las mismas ramas que golpeaban el cristal de su habitación.

Mis labios rozaban sus pezones, mi frío aliento se posaba en su vientre plano y mi inexistente lengua acababa abriendo su estrecha boca inferior. Esos labios carnosos se humedecían mientras su boca gemía y su figura temblaba. Manteníamos un vals distinto, un tango a medio inventar, que satisfacía a ambos. Mi miembro invisible se colaba dentro de ella, abarcando aquella cálida entrada, mientras mis caderas se movían con masculino deseo. Ese era nuestro ritual de lujuria que caldeaba su piel, cubriéndola de sudor, mientras nos uníamos. Nuestras almas se enamoraban seducidas por la depravación de la libertad. Ella era mía, yo era de ella. El vínculo surgió antes de su nacimiento.

Depravación, pasión, satisfacción, locura y verdad.


Soy el Impulsor. Soy el Hombre. Mi risa terminó convirtiéndose en lágrimas de tempestad. Soy la lascivia de unos temblorosos labios que me invocan continuamente. Soy la seducción. Soy el espíritu familiar. El ser que vigila, escucha y protege las almas de las brujas que juró servir hasta ser parte de la propia familia. Siempre he mendigado otra vida, por eso estaba a su lado, pero también era el cancerbero de aquel pequeño cuerpo que luchaba por huir de esas cuatro paredes. Ella era el ángel que olía a drogas y que deseaba vivir en cielos distintos.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt