Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 3 de octubre de 2016

Diosa ciega

Creí que estaría a salvo de cualquier mal. Pensé que mis pecados habían quedado sepultados horas atrás, que nadie más sabría llegar hasta a mí, y podría soñar pese a las terribles pesadillas que había vivido en primera fila en ese concierto. Me equivocaba. Ella apareció súbitamente en aquella guarida, la cual había supervisado yo mismo. Estaba muy equivocado.

Debí suponer que Akasha no descansaría hasta dar conmigo. Desconocía cuales eran sus intenciones, pero sabía que si hubiese querido matarme lo habría hecho frente a miles de cámaras. Habría mostrado al mundo que el príncipe malcriado, el imbécil que había expuesto su figura heroica en vídeos de rock, podía ser asesinado por la propia Bella Durmiente. Una Bella Durmiente que no despertó por un dulce beso de amor, sino por mi voz transmitida una y otra vez en los distintos dispositivos electrónicos.

Pensé en Marius. Había escuchado su voz y las advertencias que me había ofrecido minutos atrás. Estaba sepultado en hielo, en algún punto del norte de esta tierra maldita llena de imbéciles como yo, esperando quizá ser rescatado o simplemente morir ofreciéndome su último aliento. Supongo que de haber seguido sus normas esto no habría ocurrido, pero era algo que tenía que hacer. Me sentía en deuda con todos los que habían leído las memorias de Louis. Había sido condenado y juzgado al mismo tiempo que terminaban la última frase de su maldito libro. He perdonado a Louis por ello, pues yo le he condenado a vivir un infierno. Y todo eso lo hice, el condenarlo, porque me enamoré de él. Eso no exime lo que hice, no suaviza el pecado, sino que demuestra que soy un ser apasionado y estúpido. Sobre todo apasionado.

Así que ella se personó ante mí, me agarró y exigió que la siguiera. Dijo que las criaturas satánicas que éramos, que los Hijos de la Oscuridad, habían perecido y, que al fin, existiría únicamente ángeles y una diosa. Aguanté la carcajada porque en el fondo, como todos en ese momento, estaba aterrado. Yo no creía en dioses y tampoco en ángeles. No creía en nada. Vivía en una inocencia libertina que me daba el ateísmo más absoluto. Ahora creo en algunas cosas, como los espíritus que pueden guiar nuestras acciones o formar parte del mundo modificando la historia a su antojo. Si bien, una diosa como ella, terriblemente caprichosa y ciega, hubiese sido para mí una tragedia. No podía creer en ella de ese modo. Sólo veía a una mujer desesperada en un ataque de nervios absoluto, esperando vengarse de todos los hombres porque la habían fallado. Si bien, ella falló primero a los hombres más cercanos. En primer lugar... falló a su hijo, después vinieron los demás. La supremacía de un género u otro es una estupidez, una blasfemia, porque los pecados los llevamos por igual hombres y mujeres. Somos lo mismo. La misma bondad y la misma maldad. No hay diferencias.


Aunque admito que la amaba a mi modo, pero la amaba. Quise ayudarla, pero no pude. Yo no tenía la facultad para salvar a una mujer como ella. Era un pobre imbécil. Supongo que aún lo soy después de tantos años. No pude controlar sus mentiras ni hacer que se arrepintiera del dolor que había ofrecido como un caramelo envenenado.


Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt