Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 15 de octubre de 2016

Reportes de las locuras de Lestat

El mundo me ama... bueno piensa que vamos a salir bien librados.

Lestat de Lioncourt 


Supe de su nueva aventura cuando me hallaba en mitad de las selvas del Amazonas. Había decidido aislarme allí unos meses, alejada de toda la resentida y violada sociedad moderna. Tenía cierto conocimiento de dónde se hallaban las Gemelas Pelirrojas, pero no aventuré a ir a buscarlas hasta pasadas unas semanas. Conversé con Maharet, mucho mejor que tiempo atrás en aquella inesperada reunión, y me habló de los proyectos que había decidido emprender para sus descendientes. Fue junto a ella cuando Khayman apareció hablando de las locuras a las que se había prestado mi hijo.

—¡Qué!— Fue lo primero que exclamé, puesto que me sorprendió demasiado que llegase a esos extremos. Quería creer que Khayman había escuchado mal o que simplemente eran de esos rumores estúpidos que se propagaban como una chispa de fuego sobre la paja seca, amontonada y encerrada en un pequeño granero. Eso éramos. Montones de paja en un granero minúsculo llamado Tierra—. ¡Debí darle azotes más duros a ese imbécil!

—Juro por el descanso eterno de mi hija Miriam que no miento—comentó sosegado—. Pero es Lestat. Él puede con todo. Aunque yo no hubiese cedido un cuerpo tan hermoso y fuerte, ¿por qué lo haría?

—Por imbécil—respondí.

—No sea tan dura, la curiosidad es letal en los jóvenes—indicó Maharet mientras se levantaba de su asiento hecho con mimbre. Estaba sentada en una sala fresca y alegre, con numerosas plantas y una enorme puerta al jardín. Era la antesala al patio trasero, por así decirlo, y podía verse todo ese paraíso natural. No estaban lejos unas ruinas de los pueblos primigenios de América, las cuales se veían mal amontonadas entre la maleza y los árboles. Sólo podía verse el techo mal colocado, casi derrumbado, de alguno de los edificios—. Lestat siempre será joven y por eso hará siempre ciertas locuras—dijo.

—Como salir con el engendro ese y decir que lo ama—mascullé.

—¿Con Louis?—preguntó riendo bajo entretanto se acomodaba la falda.

—Sí, con ese que se parece tanto a su primer amor—dije mirándola. Era hermosa. Jamás he visto a una mujer lucir prendas tan sencillas, como una simple túnica de algodón blanco, de una forma tan magnífica. Sus pequeños pechos, casi como los de una niña, abultaban muy poco y su cintura era estrecha. Se asemejaba a uno de esos ángeles misericordiosos que están a punto de besar la frente de un soldado herido, un pobre muchacho enfermo o una anciana en el lecho de muerte—. ¿En qué estaba pensando cuando creó a ese muchacho tan refinado?—murmuré cerrando los ojos al recordarlo. Se movía como una pantera herida por la sala, con esos ojos verdes tan atormentados como intensos, y esos labios carnosos que sólo temblaban ante la fatídica idea de ver a Lestat muerto. Se amaban, pero odiaba que mi hijo tomase amantes tan débiles mentalmente. No sabía porqué lo hacía, con qué afán. Supuse siempre que era porque con ellos podía sacar su lado paternal y decirles, como si fuese un verdadero héroe, que él podía salvar a la humanidad—. Iba a cometer el mismo error y lo hizo.

—Louis lo ama, por lo tanto no hay error alguno—aseguró Khayman que aún estaba en la puerta. Vestía unos jeans desgastados, unas botas descuidadas pero muy bonitas y resistentes, una camisa sin mangas negra y una chaqueta de cuero que se hallaba colgando de su brazo derecho.

—Supongo que, cuando no lo está quemando, lo ama—respondí.

Maharet rió fresca, libre y feliz. Era igual a una chiquilla que aprende a vivir. Así era.

—Marius ha dicho que nadie debe ayudarle—aportó más datos y ambas nos miramos frunciendo el ceño.

—¿Y quién ese imbécil para dar órdenes?—preguntó Maharet—. Él no es el líder de este pueblo.

—Es lo que escuché, Maharet—dijo encogiéndose de hombros, justo después de ir hacia ella para tomarla por la cintura—También oí que un hombre de Talamasca viaja con él y que toda la orden está intentando atrapar a Raglan James, así se llama el susodicho—sus inmensos ojos negros, de largas pestañas y perfectas cejas, estaban fundidos en ella. Maharet llevaba unos ojos verdes lima, los cuales habrían sido arrancados a algún pobre infeliz esa misma noche. Salía a cazar sólo para poderse quedar con los ojos de sus víctimas—. Al parecer estuvo en la orden y lo expulsaron.

—¿Sabes algo más?—colocó sus manos sobre sus pectorales y sonrió con ternura. Quería que él le contara todo, pero que no sintiera que por dentro estaba preocupada. Yo lo notaba. Jamás deseó que aquel gigante egipcio, porque lo era para un ser tan menudo y de apariencia delicada, notara que ella tenía miedo o preocupaciones. Él la cuidaba porque la amaba y protegía todo lo que ella quería.

—Que están en México hablando con un hombre de Talamasca en la zona y que dentro de poco podrán atrapar a Raglan—lo daban por hecho, aunque predecir el futuro es difícil.

—Si no le echan el guante, lo atraparé yo misma—le aseguró, pese a que no era mujer de acción—. No le digas a Jesse lo que está pasando, Khayman.

—Sí, amor mío.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt