Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 6 de noviembre de 2016

Guardando mi único legado

Mi madre es una leona... y yo soy cría.

Lestat de Lioncourt 


Me llegaron murmullos al principio, luego grandes noticias y después una oleada de comentarios que me apabulló. Hablaban de mi hijo. Cuando nació supe que sería el único capaz de conmoverme o aterrarme. Estuvimos a punto de morir ambos en el parto, pero él tomó la misma decisión que yo: no rendirnos.

Lestat tiene un carisma fuerte, un actitud desafiante y un deseo insano de conocer o comprender el mundo. Ha decidido recorrer cada pedazo del mundo, cada recoveco, con tal de llenar el vacío que siente constantemente. No necesita ser llamado héroe. Realmente creo que detesta esa palabra. Ha aprendido que un héroe tiene que cumplir ciertas reglas, poseer virtud y dominio del control de su carácter. No obstante, siempre se sacrifica por los demás. Yo sólo me sacrificaría por él. Los demás no son importantes. No dudaría en matar a alguna de las mujeres que tanto me admiran, e incluso de asesinar inocentes que me persigan únicamente porque le parezca atractiva. Si tengo sed, lo haré. Él no. Jamás haría daño a una persona bondadosa por mucho que insistiera en conocerlo. Tal vez lo asustaría hasta dejarlo pegado al suelo o al sucio muro de un callejón.

Ese carisma, esa moral, ese fuerte deseo de conocer hizo que un ente, el cual se hizo catalogar de demonio y cuyo nombre era Memnoch, apareció frente a él como las vírgenes en los montes y cuevas. Un gran milagro. Sobre todo porque trajo un velo que parecía haber sido perdido hacía milenios. Era una reliquia. Mi hijo trajo a este mundo una fe renovada en Dios, el mismo que lo juzgó desde su nacimiento y lo señaló como un ser abominable. Porque mi hijo, tal como dijo Louis, no nació humano. Esa fuerza que nace de su interior, que emana con esa pasión, es indiscutiblemente sobrehumana. No conozco a muchos hombres como él. Quizás en parte se debe a que jamás le permití rendirse del todo.

No me sentí orgullosa cuando llegué al punto de reunión o encuentro. Había cientos de jóvenes armando alboroto por New Orleans. Reconozco que he estado alguna que otra vez por la ciudad, pero sólo de paso. Quería saber cómo estaba mi hijo, como toda madre que se preocupa por el bienestar y la felicidad de los suyos. No podía reconocer todo ese enjambre alrededor de lo que él era. Me sentí asqueada. Sobre todo cuando entré en la capilla y me vi a todos reunidos como si estuvieran velando un cuerpo sin vida. Él estaba allí tendido, con sus cabellos alborotados contra ese mármol sucio. Tenía las prendas de un príncipe, pero el aspecto de Aurora tras pincharse el dedo con la rueca.

Me acerqué a él apartando a los demás con sólo una o dos miradas. Empujé a Armand lejos de mi hijo y me senté en la pequeña escalinata que daba al altar. Junto a él, tomándole la mano, estaba Louis. Lloraba. Me di cuenta que lloraba desesperadamente. Mi hijo no había muerto y no entendía porqué todos parecían lamentar su pérdida. Los miré desafiándolos una vez más y me puse en pie.


—Mi hijo no está muerto—dije—. Aquí no se vela un cadáver, sólo se protege a un vampiro. Salid ahí fuera, echad a esos insignificantes moscardones y evitad que se sienta agobiado. Él hablará cuando se sienta cómodo, cuando llegue el momento. Y tú, mocoso infernal, más te vale que no te acerques a mi hijo—añadí mirando a Armand a los ojos. Él abrió ligeramente su encantadora boca de angelito descarriado y dio dos paso hacia tras. Pese a ser más viejo sabe que yo soy más ruin si se trata de venganza.   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt