Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 5 de noviembre de 2016

Altas instancias

¡Me niego! Aunque me lleguen estos textos.

Ah, por cierto, este fragmento está dedicado a un tal Samhael. ¡No fastidies! Para colmo me lo envían con nota al pie exigiendo ciertas cosas. Memnoch, no creo en ti ni en tus hermanitos los emplumados. 

Lestat de Lioncourt


—Deberías volver a contactar con él.

Su tono amable era como una pequeña caricia. Siempre aparecía en los momentos menos indicados, pero acepté su compañía de buen agrado. Necesitaba a alguien aunque fuese para discutir. A veces mi trabajo es demasiado solitario. Soy un arcángel destinado a vivir solo, sin un compañero, y a combatir contra las falsas creencias que se vierten sobre mis actos.

Me giré para observar sus prendas simples. Llevaba tan sólo unos pantalones vaqueros algo viejos, con algunos rotos, y una correa de cuero algo cuarteada por el uso. Usaba sandalias y una camiseta blanca sin mangas, las típicas que suelen llevar los hombres bajo sus elegantes camisas. Su pelo largo, rubio, encrespado por la humedad de una mañana tan fría y sus ojos azules, tan profundamente azules, eran lo más destacado de su rostro. Aunque también podría hablar de su barba mal recortada y su sonrisa estúpida. Parecía un joven rebelde que dormía en la calle. No miré sus manos, pero juraría que estaban callosas de tanto trabajar. Era mi hermano. Uno de mis hermanos.

—No servirá de nada—respondí.

Mi aspecto era muy distinto. Llevaba un traje de firma oscuro, de esos que usan los altos ejecutivos, y poseía una corbata muy llamativa en color lavanda. Mi camisa era negra y tenía un cuello elegante, el cual destacaba gracias a mi único complemento. Mis cabellos eran algo más rubios que los suyos. El físico elegido esta vez difería un tanto del original. Tenía ese poder, podía usarlo y lo usaba. Dios me dio sus mismos dones y no temo en ponerlos en práctica.

—Volverá a meditar mejor sus palabras y a ordenar sus ideas—dijo acercándose hasta a mí, para sentarse al borde de aquel rascacielos.

—Deseo seguir mi labor. Nada más—comenté agitando los cubitos de hielo de mi vaso. Había subido hasta allí para huir de una pesada reunión. Pedí café con un poco de whisky y hielo. Amaba el café helado y sin azúcar, pues tenía el toque amargo que me satisfacía. Me recordaba a la vida misma.

—Cree que sólo eres un espíritu—giró su rostro hacia la ciudad y movió sus piernas impaciente. Parecía un niño.

—¿Acaso no somos todo eso?—interrogué—. Poseemos cuerpos tangibles, pero somos espíritus. Nuestro espíritu es más fuerte que la carne que moldeó Dios.

Nos miramos. Perdimos unos valiosos segundos reconociéndonos. Casi podía ver sus diversos pares de alas de plumas densas y maravillosas. Quería tocarlas, hundir mis dedos en ellas y recordar cómo eran las mías. Mis alas se veían siempre oscuras cuando otros me osaban contemplarlas. Sufría con esa pesadilla, aún lo hacía. Me marcaba como caído, como un lastre para el Cielo, pero no era así. Yo seguía una misión.

—Sabes que me refiero a eso—dijo.

—Rafael, ¿por qué no te diriges a ese impertinente y le hablas?— Hice aquella sugerencia sabiendo bien que la rechazaría—. Eres el guía espiritual, quien calma a las almas y cuerpos heridos, y el arcángel de las artes—sonreí aproximándome el vaso a los labios, dando un suave trago a mi extraño café, y seguí hablando señalándolo ligeramente con mi mano desocupada—. Ve, habla con él.

—Dios exigió que fueras tú. Todos estamos saturados de trabajo allí arriba.

No pude reprimir una enorme y profunda carcajada. Ese idiota se pensaba que yo no tenía trabajo. Tenía que juzgar a las almas que iban a ambos lugares, o incluso que volverían a la Tierra porque habían adquirido una oportunidad más. Pero era yo quien debía dársela, no Dios. Dios hacía demasiado que se había ausentado por “vacaciones” y el resto teníamos que apechugar sus funciones.

—¿Saturados?— Mis ojos azul verdosos se abrieron de par en par, para luego fruncir el ceño y seguir con un tono burlón y elevado—. ¡No hacéis nada! Mirad Siria, Etiopía o como Colombia rechaza la paz. ¡Por favor! No me hagas reír—acabé con un suspiro. Odiaba lo tedioso que era ser un arcángel oscuro, el menospreciado por los humanos y el más amado, según todos, por Nuestro Padre.

—He descendido a la Tierra como sacerdote, médico y también como artista ambulante. He caminado codo con codo con el ser humano y este ya ha dejado de tener fe. La mayoría ya no cree. Sólo aceptan una religión u otra por miedo a morir, al vacío que hay tras la pérdida de su cuerpo, pero por lo demás...

Se incorporó, sacudió sus pantalones y me miró aguardando una respuesta positiva. No la obtuvo.

—Y esperas un milagro por parte de Lestat... ¡Iluso!

Aquellas palabras hicieron que se marchara. Pude escuchar sus pasos sobre la gravilla de aquella azotea. Incluso como la puerta se abría y cerraba. Odiaba que él apareciese con ese aspecto bondadoso, algo salvaje, y me prometiera que era capaz de hacer algo más grande que ser un mero administrativo de almas. Porque eso hacía. Contabilizaba las almas, las administraba y dejaba un informe pulcro sobre la mesa de Dios.


Me quedé allí olfateando mi bebida, intentando olvidar la fragancia agreste de mi hermano. Deseaba olvidar. Quería volver a mirar el mundo en su hora crepuscular y no sentir que todo se precipitaba hacia el Fin de los Tiempos.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt