Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de noviembre de 2016

Mi querubín

Comprendo el sentimiento de ambos.

Lestat de Lioncourt



—¿Estás preparado?—pregunté a ese maldito infeliz.

Estaba allí parado con un elegante traje italiano a medida, con unos pulcros mocasines y numerosos anillos de oro en sus largos dedos. Parecía uno de esos mafiosos que salían en “El Padrino”, aunque sus ojos castaños delataban que no era humano.

—No, no lo estoy—replicó.

Ni siquiera se giró para contestar. Estaba allí ensimismado frente al espejo inducido en miles de pensamientos. Pude haber leído su mente para comprobar cuales eran sus estúpidos recuerdos, sus crueles ideas y sus fatídicos sueños. Pero por pudor, o más bien por miedo a encontrarme una desagradable sorpresa, me quedé allí observando su espalda algo menos ancha que la mía.

—¿Cuál es el motivo?—dije cruzándome de brazos.

—Ha muerto—dijo tomando un mechón de su largo y ondulado cabello castaño, lo puso tras la oreja y suspiró—. Ese es el único motivo, Marius.

—Fue decisión suya—respondí.

No era el único que lo extrañaría. Armand era mi tesoro. Podría decirse que estaba aceptando que mi mejor creación, la criatura por la cual más he padecido por mis malas decisiones, ya sólo era cenizas y recuerdos. Unos recuerdos que me llevaban a Venecia y provocaban que viese cientos de máscaras de diversas formas y colores, escuchase una música de vals y risas enlatadas, así como llegaba el profundo aroma del sudor y el sexo mezclado con las pomposas vestimentas. Carnavales, fiestas, óleos frescos que ya colgaban de mi pared y frescos maravillosos llenos de ángeles con la mirada para nada inocente de un adolescente.

—Si yo hubiese estado a su lado lo hubiese retenido o hubiese muerto con él—afirmó tomando una goma para el cabello que tenía en su muñeca derecha, agarró toda su espesa melena y la ató. Si no hubiese sido él, ese maldito infeliz de Santino, hubiese jurado que era uno de los muchachos más atractivos que había visto en mucho tiempo. Pero no podía dejar de pensar que ese miserable exterminó mis sueños en Venecia—. Jamás me perdonaré no estar ahí. Soy parcialmente culpable de todo lo que le ha ocurrido.

—Al fin lo aceptas—mascullé entre dientes.

—Siempre lo he aceptado—dijo tomando el maletín que tenía a la orilla de sus zapatos—. Pero si hice lo que hice fue para que no lo mataran los otros vampiros, pues quería que se fortaleciera aunque cayese en la locura. Era como ver a un ángel en mitad del infierno.


Excusas. Para mí fueron excusas. No obstante, cuando creíamos que nos deshacíamos de sus restos tuvo que decir la frase que más me enervó, hirió y desmoronó. Dijo que lo amaba. Santino tuvo la desfachatez de decir que amaba mi dulce Amadeo, pues jamás dejé de sentir que siempre sería mi querubín. Juré entonces que lo destruiría. No podía permitir que ese maldito fanático descreído siguiese vivo.  

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Lestat de Lioncourt