Veo respuesta de Pandora o Mael... Veo nuevo golpe a su ego.
Lestat de Lioncourt
Aprendí que era vivir de forma
independiente a las ideas de mi padre desde temprana edad. Él
deseaba que fuese un hombre aguerrido, dispuesto a llevar en su cinto
una espada y una mirada parecida a la de un animal herido. El coloso
que tuvo con una mujer celta, ese cuyos genes eran un prodigio, se
negaba a sacrificar su vida en la milicia. No quería vivir en
campamentos poco higiénicos, ni afilar espadas o cabalgar a la
batalla. Deseaba una vida tranquila, juiciosa y llena de privilegios
arrancados del saber y la autosuficiencia.
Me hice historiador, pintor y pensador.
La pintura no era en sí un oficio, pero sí redactar las nuevas y
viejas costumbres que pertenecían a nuestra vida diaria. Los hombres
más poderosos se sentaban a debatir con mi padre, narraban lo visto
en otras tierras y me miraban como si fuera un monstruo con buenos
modales. Era un chiquillo y ya rebasaba en altura a muchos de sus
soldados. Muchos decían que Apolo se sentaba en la mesa ocultando
sus dramáticas flechas.
Mi hermano mayor era distinto. Él era
tosco, algo más bajo y muy ancho de hombros. En cuanto cumplió la
edad mínima para entrar a la milicia comenzó su adiestramiento. Era
sólo un niño. No dejaba de repetir las consignas militares y de
beber, comer y practicar el sexo con los esclavos hasta el hartazgo.
Sin duda él era el hijo favorito, yo era el hijo extraño que tuvo a
cuenta de un desliz. Sin embargo mi padre no hacía diferencias y
terminó apoyándome inculcando que debía ser el mejor historiador.
Él no podía tener un hijo cualquiera, sino el mejor.
La rabia y la desesperación paterna
vino cuando no tomaba la decisión de engendrar hijos, asentar la
cabeza con una buena mujer y ofrecerle al mundo mis frutos. Me
negaba. No quería dejar los placeres banales, las fiestas nocturnas
y el disfrutar de mis viajes en soledad por las prósperas ciudades
colindantes. Roma era un imperio, un coloso, y yo la amaba demasiado.
A veces le decía que sólo con Roma me desposaría.
No obstante terminé fijándome en una
muchacha. Era demasiado joven para ser mi mujer, así que pedí su
mano para futuras nupcias. Su padre comprendió mi estrategia. Quería
seguir viviendo ciertas juergas y aventuras, cosa que le parecía
indigno en un hombre de mi edad y alcurnia. Su hija era su tesoro y
me juró que no sería mi amante. Aunque admito que conté otra
historia en mi libro, pues no quería parecer un auténtico perdedor.
No pude tener su bendición y no debía tener su corazón.
Pasaron los años, volví a ver a esa
hermosa niña convertida en una dulce mujer llamada Lydia, pero el
destino me deparaba estar alejado de ella no sólo por la distancia,
la edad y el odio visceral de su padre. Estaríamos distanciados por
la noche y el día, pues me convertí en un monstruo por culpa de un
celta.
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