Bueno... ahora sabemos los motivos y los hechos que llevaron a Mael a tener a Marius encerrado.
Lestat de Lioncourt
Fue horrible. Los dioses se calcinaron
aquella noche. Era como si el fuego y el sol hubiesen podido penetrar
tras la oscura y rugosa corteza de los árboles. Gritaban. Recuerdo
esos terribles alaridos como si fueran aullidos de lobos hambrientos.
Salí de mi choza, mi amante se quedó tumbado sobre las pieles y yo
corría únicamente con la túnica más vieja que tenía. Mis pies
dolían, pues no llevaba zapatos y me golpeaba con las piedras del
camino.
Vi como ardía uno de los árboles, el
más imponente de todos. Creí que habían sido los romanos, pero ni
siquiera ellos eran capaces de hacer cosas de semejante calaña.
Ellos carecían de dioses propios, habían aceptado grandes leyendas
y verdades de otras tierras. No lo harían.
Pronto los gritos pararon pese a que se
había formado una cadena entre los guardias de los Dioses. Una
cadena que servía para pasar cubos de agua helada, proveniente de un
río cercano, de mano en mano hasta el fuego. Un fuego terrible. Un
fuego que se llevaba todo consigo.
El silencio fue horrible. La sensación
de vacío que sentí lo fue mucho más. Perdí el equilibrio
llorando. No obstante uno volvió a llorar. Eran gemidos de dolor y
amargura. Sin miedo me intenté incorporar, pero al final fui
gateando hasta la entrada a su templo, un gigantesco roble, y entré.
Allí vi una criatura quemada, muy frágil, y con unos ojos castaños
tan intensos como peligrosos.
—Tienes que buscar un nuevo dios al
que yo le proporcione mi sangre, pues sólo de ese modo podrá
sobrevivir vuestras creencias, vuestro saber, vuestro poder...
vuestra verdad—susurró sentándose en el suelo, quedando algo
encogido—. Te conozco desde que eras un niño. Tu corazón es
bondadoso y tú podrás hacer la elección correcta. Busca a un
hombre culto, atractivo y fuerte. Búscalo.
Salí de allí con el mensaje de
nuestro dios. Me erguí decidido alzando los brazos y elegí a mi
primo para que me ayudara. Pedí algo más que cultura, belleza y
fortaleza. Exigí que fuera alto y descreído. No quería que
estuviera contaminado por las extrañas religiones que nos rodeaban,
pues sabía que había hombres que se burlaban de la religión y
vivían aferrados únicamente a su razón. Ese hombre, ese único
hombre, tuvo que ser Marius. Que yo recuerde no pedí a mi primo
terquedad y egoísmo.
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